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¿Hablar desde la matriz? estoy muy mental, muy intelectual… estoy formateada por tanta filosofía, tanto libro, tanta novela. Las pinches redes sociales, la información que llega como bofetadas con hedor a frío, a nada. Un viaje adentro, ese es el revolucionario. No más, no menos.

Hace poco el mayor Ricardo, un custodio de semillas que vive en La Florida, un corregimiento cercano a la ciudad de Pereira, y quien ha sido guiado por los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, me instó: debes hablar desde la matriz, desde el sentir y no tanto desde la mente.

Son tiempos de luna negra, son momentos donde el sol de la noche, la luz interna entra a brillar. Afuera todo se derrite, abuela, tío, amigo Reinaldo (seres queridos que ya murieron). Acá la cosa está pereciendo lentamente. La gente dejó de recordar, perdieron la memoria y no saben para donde van… quizás al abismo.

Aquí estoy, pues, despejando la nube negra (limpiando la mente), madres, abuelas, bisabuelas para saber por donde poner la palabra. Caramba, la historia empieza entonces, según ellas, en la razón por la cual estuve con tantas personas que no resonaban conmigo y que, en el fondo, yo ni los quería tampoco.

Hace unos años fui a la Sierra Nevada de Santa Marta a conocer y compartir con la comunidad indígena de los Koguis. Acabábamos de arribar con algunas personas a ese territorio sagrado con la mente desordenada, llenos de los prejuicios y miedos de las ciudades y hasta recuerdo haber llevado toallas higiénicas, porque tampoco era muy consciente del daño que la basura le hace al medio ambiente.

El mamo que nos recibió, de una vez nos invitó a hacer un repaso y nos presentó el territorio, sus montañas, rocas y sus semejantes en el cielo.

Nuestra energía podía desordenar la de ese lugar, así que tuvimos que limpiarnos, ¿y cómo? recordando en orden aquello que nos hizo perdernos, entre eso, una sexualidad sin rumbo, unas relaciones sin sustento y desparpajadas, recuerdos sin raíces. Así empezamos, perdidos, sin guía, sin memorias, caída tras caída, pero siempre con un llamado interno. Esa fue la brújula, el cordón umbilical con la ley de origen.

Eso fue hace unos siete u ocho años y ya había pasado de todo, había vivido en Buenos Aires, fui a hacer una maestría en letras como pretexto para viajar, acompañar causas, luchar por aquí, por allá, escribir de todo un poco y convivir con indígenas de distintas partes del continente. Creo que me había enamorado una vez, pero por desgracia, y ya a la distancia, creo que eso tampoco fue y que, a mis 41 años de edad, aún no he logrado experimentar el amar en plenitud.

Agradezco profundamente a los hombres con los que me crucé. Mi papá decía que con todos esos podría montar un circo. Tuve un mimo que hacía de Charles Chaplin por todo el continente, tuve al que no comía y vivía del prana; una noche besé al que había sido reconocido como el mejor panderetista del mundo; quise mucho a un fotógrafo; leí poesía con otro; ah, como olvidar al saxofonista, ¡Qué hermoso, chavón!, como dicen los argentinos. El Pereirano casi me atrapa, guapo, labios carnudos y cuando hablaba me derretía su melodía paisa, como que su voz varonil se contoneaba de lado a lado. Casi me caso, pero no, contrario a eso, me fui a la selva a escribir y a ver los delfines rosados.

Así iba la cosa, trabajando, estudiando, viajando de vez en vez, pero sin aterrizar por dentro. Tayta Ullpu, un abuelo con el que compartí mucho en Buenos Aires, un guía de la cultura incaica, me dijo: “es que tienes el alma afuera como un globito y debes traerla”.

Pasaron los años, claro, me sentía sola, aún no encontraba el camino y alcancé la desazón profunda. Me comí la luna negra, la menguante, ¿sabes? tuve la noche oscura del alma. Tan fuerte, tan intensa, pasional y al mismo tiempo necesaria. Después todo se despejó, tras mil experiencias y paréntesis más, logré despejar esa nube negra.

Aterricé entonces en el eje cafetero, en La Florida más exactamente, donde vivo hace más de cuatro años, entre custodios de semillas, con mamos que vienen y van, sintiéndome coherente de vivir en medio del aire puro; empecé a sembrar comida orgánica y a hacer las cosas que siempre quise.

Ahora que lo pienso, todo es semilla, todo fecunda, todo está en un vientre por nueve meses, pueden ser nueve días, nueve años… el nueve de los planetas, ¿ves? nueve meses de embarazo… las cosas están en gestación, luego dan a luz y después hay que alimentarlas, nutrirlas que no es solo darles comida, sino alimentar desde la fuente de energía y conectar con el fuego, el aire, la tierra y el agua y toda la memoria que hay detrás. Alimentarnos espiritualmente y transmitir esa conciencia. No somos más que polvo de estrellas, recuerdos vivos de lo que ya pasó en el universo y nuestra tarea es ordenar esa historia ya contada, recordarla y compartirla para encender luces.

El primer salto cuántico del amor legítimo entonces sería el serse fiel a sí mismo(a). Hacer no tanto lo que le gusta o apasiona a una persona, hay muchas cosas que nos gustan, pero es diferente seguir el propósito al que nacemos, sentirlo, ir por él como si fuera la única cosa que tuviéramos que hacer en la vida. Caminar el sueño, sentir esa semilla crecer y vivirlo desde adentro con los ojos cerrados del buda y abrirlos como un cóndor. Logré algo de eso y como es natural, en respuesta vino mi hijita que ya tiene 13 meses de edad. Cuando la miro, veo la historia de mi familia en su pelo, en sus ojos, es muy parecida a mi papá y a mi abuelita, veo los gestos de Gustavo, su padre, y la historia de su familia.

He ahí nuevamente la vida, el ciclo, la semilla limpia, con memoria porque se la comparto. Todo lo que aprendí de los mayores se lo relato desde el corazón. Y me reescribo nuevamente como mujer. Vuelvo a repasar, a recordar mis relaciones humanas en orden, familia, parejas, amigos, en fin, a destejer y tejer nuevamente y no, no me he enamorado de nadie a profundidad… y aún me preguntó, ¿por qué? una barrera interna, quizás, los traumas de la infancia, dirían unos, la relación con tu padre, ¡a sanar la relación con el masculino!, bueno, podría ser. Pero también me pongo a reflexionar, ¿con qué resueno?, ¿en qué lugar mi esencia puede ser a plenitud?, ¿haciendo qué cosas?, ¿con qué tipo de personas? Y ¿cuál es la realidad?, ¿me doy a mí misma la oportunidad de “ser” tomando las decisiones y elecciones que apuntan a eso para lo que nací? bajo esta meditación, vuelvo a realizar el repaso sobre mis relaciones amorosas del pasado y, aunque me siento agradecida por lo compartido y aprendido, me doy cuenta del porqué no fueron los indicados.

Así que no quiero un hombre así o asá, no idealizo ni pido a San Antonio que me traiga un marido que no tome y me sea fiel ja, ja, ja. Solo quiero serme fiel, caminar con confianza esta senda, construir desde la honestidad y dejarme ser con otras personas, sin miedos, sin reparos, amada por dentro con luces y sombras para poder amar a otros, y de eso siento que me falta mucho, pero de eso también tengo ganas, tengo sed de etrecruzar mundos, sueños, risas y de tejer juntos. Ese es el siguiente salto cuántico: el de hacer nacer a la conciencia esa premisa de que el amor jamás estuvo por fuera.

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PERFIL
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Soy periodista, me gusta escribir y leer. Tengo estudios de maestría en Literatura de la Universidad de Buenos Aires. Soy una viajera empedernida, amante de la naturaleza, de las caminatas por la montaña. Soy practicante de yoga y me gusta trabajar la tierra. Ahora vivo en el campo y siembro comida orgánica. Me gusta ir al río, de vez en cuando me tomo una sola copa de vino y disfruto mucho del tiempo que paso con mi pequeña Anita, mi bebé de seis meses. Espero que crezca bien, sana, feliz y conectada con su propio ser. Que jamás se traicione así misma.

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