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Por: Claudia Milena González Bernal

Perdí a un bebé hace unos tres años (una experiencia que conté en el post anterior) y quedé destrozada, con pocas ganas de volver a intentar y menos sobre mis 40 años de edad, era muy riesgoso y además no estaba dispuesta a pasar por una situación similar. Simplemente no lo iba a soportar.

Recuerdo que cuando supe que estaba embarazada pensé que quería dejar mi carrera profesional y dedicarme a sembrar comida orgánica, tener un lotecito y construir mi propia cabaña en un corregimiento llamado La Florida, en Risaralda, un lugar que conocí durante un tiempo en el que trabajé en Pereira. Me había encantado y quise regresar con el bebé… No se pudo, así que vine sola.

En este pueblito conocí a una familia de custodios de semillas que siembran con los calendarios antiguos indígenas y con mitos cargados de poéticas que resultan un bálsamo para mi espíritu. Desde niña tengo ese llamado, son mis creencias y tan respetables como las de cualquiera. Así que cuando perdí al bebé, llamé desde Bogotá al mayor o líder espiritual de ese territorio y le pedí ayuda: “¿Ricardo, podrías recibirme un tiempo en tu maloca, por favor? necesito sanación… quiero limpiar todo lo que pasó y lo que me hicieron los médicos”.

Y así fue, llegué hecha m… y justo en ese momento, en la casa de Ricardo estaba de visita un mamo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, quien también me dio la mano. Juntos hicimos la entrega del bebé en ceremonia y pusimos su espíritu en un lugar sagrado para nosotros. Recién ahí sentí algo de sosiego. Pasadas dos semanas, decidí alquilar algo por la zona y quedarme definitivamente por acá.

El tiempo fue pasando y después vino la pandemia y tras ella conocí a una persona que me gustó, un colombiano que había vivido por muchos años en Estados Unidos y que había venido de vacaciones a darle vuelta a una finca que tenía por acá y donde yo, al igual que otras personas, alquilaba una cabaña. Bueno, nos conocimos y rápidamente empezamos una relación intensa que terminó en un nuevo embarazo.

En ese lugar nos agarró la cuarentena e inmediatamente entre todos los habitantes de la finca nos organizamos para hacer almuerzos comunitarios y armar la red de huertas de la zona; las mingas o trabajos comunitarios en fincas vecinas para ayudar a armar galpones, casas, cocinas, preparar la tierra para sembrar y hacer el almuerzo para todos. El propósito era y sigue siendo comer más de lo sembrado y no depender de alimentos industrializados y de los grandes supermercados.

En ese ambiente quedé embarazada; sin embargo, la experiencia anterior me había dejado tan traumada que no pude evitar llenarme nuevamente de miedos. Sabía que los tres primeros meses eran una prueba de fuego y que la mayoría de pérdidas de bebés se daban en esos meses… Achhh, la primera ecografía de las seis semanas para ver el funcionamiento del corazoncito fue tremenda porque en esa semana precisamente descubrí que mi bebé anterior había fallecido… fue un aborto retenido y su corazón simplemente no latió… mierda, que no me pase lo mismo, por favor, pensé… y de pronto escuché su corazoncito como un pequeño tambor ceremonial, parecía un pequeño colibrí. Allí, señores, había vida. ¡Qué felicidad!

Mantuve la cosa en secreto entre amigos y familiares hasta cumplir el tercer mes de embarazo. No iba a meter la pata como antes que tan pronto supe, le conté a todo el mundo y después tuve que dar explicaciones dolorosas sobre la pérdida, llorando cada vez que relataba lo sucedido. No, esta vez iba a hacer todo con mesura.

Las cosas transcurrieron con normalidad hasta el cuarto mes de embarazo. Iba a mis controles normales y de pronto el obstetra se dio cuenta de que algo raro pasaba, había residuos en el líquido amniótico. La expresión de su rostro cambió drásticamente mientras observaba lo que allí había. En ese instante sentí un vacío en el estómago, sabía que algo no andaba bien. El Dr. me instó a llamar a mi compañero y luego nos dijo que tenía un sludge (un tipo de barro o suciedad flotando en el líquido amniótico), palabras más, palabras menos, se trataba de una infección que me causó roturas e hizo que mi cuello uterino se abriera casi hasta la mitad; de seguir así iba a terminar en un aborto espontáneo.

La solución era hacer un cerclaje, una cirugía para hacer un tipo de nudito en el cuello para evitar que el feto se saliera. Ese artificio, no obstante, quizás no lograría soportar el peso de la niña a la medida que fuera creciendo, pero ayudaba a contener. Lo más seguro era que la bebé naciera prematura, pero al menos era una alternativa, una luz al final del túnel.

El problema es que tampoco me lo hacían porque primero había que sacar líquido amniótico y analizarlo para saber qué tipo de infección era y dar con un tratamiento acertado. Comprendí el argumento, pero no había tiempo, el cuello se había abierto en menos de una semana; la sola autorización de ese examen por la EPS iba a llevar al menos un mes por lo costoso que era, luego había que mandar las pruebas desde Pereira a Bogotá…no, eso iba a llevar un mes más y para rematar, aún estaba muy difícil lo de la pandemia y justo también había paro camionero, mejor dicho, no era viable y así las cosas no me hacían el cerclaje y me mandaban a la casa a reposar y a estar a la expectativa de tener un aborto espontáneo en la casa. ¡De locos! la niña estaba bien, no tenía alteraciones en su organismo y ¿por qué la iba a abortar?, la del problema era yo y no la iba a perder por nada del mundo, tuviera que hacer lo que tuviera que hacer.

¿Doctor, puedo perder a la niña? le pregunté. “Sí, y ve preparándote”, dijo. OK, embarazo de riesgo con una pérdida anterior al hombro y los nervios de punta sin un apoyo psicológico de ninguna índole. El obstetra escaló el caso al perinatólogo, un especialista en patologías complejas durante el embarazo. Saqué la cita y fui.

El tal Benavides, el perinatólogo, me cayó al hígado. Tan pronto me vio, me dijo: “no me hable durante todo el examen y al terminar nos hacemos afuera con distancia y me hace solo tres preguntas”. Ummm un tipo frío, arrogante, mierda… de solo verlo me pasó un escalofrío por la espalda. Supe que debía salir corriendo de ahí por puro instinto, pero la mente instaba: “es el médico, él que sabe, no hay de otra”. Inició el examen y con el aparato que usaba para proyectar todo en una pantalla, me oprimió tan fuerte en el vientre que casi me hace llorar, sentí agresión, mala vibra… el tipo dijo que así tocaba para poder ver bien las imágenes… ¿Ah, sí? pero yo no dejaba de sentirme violentada.

Al final hubo tres preguntas contestadas de forma cortante y con cero sensibilidad frente a mi angustia e impotencia… y es que yo no tenía tres preguntas en mente, sino mil, no quería perder a la bebé, necesitaba que me dieran alternativas, saber por qué, recibir un trato humano. “Hay que hacer el examen, de lo contrario no hay cirugía y no se puede predecir cuánto tiempo pueda aguantar el cuello uterino”, sentenció. ¿Cuánto vale pagar por privado?, pregunté y ahí su cara cambió. “Hable con mi secretaria”, instó.

Y es que mi obstetra de cabecera no iba a hacerme la cirugía sin la aprobación de este tipejo; es decir, la vida de mi bebé dependía de una sola persona y de un perfecto patán que no daba muestras de querer salvar la vida de la niña.

¿Cuánto vale el examen? le pregunté a la secretaria. Tiene que ir a un laboratorio, aquí hay uno en este mismo edificio y vale aproximadamente tres millones y medio todo el proceso; “El Dr. Benavides le extrae el líquido mañana mismo a primera hora si usted quiere (con plata la cosa fluye mucho más rápido, pero aún así para mí no era suficiente), y aclaró: “El transporte de ese líquido es delicado hasta Bogotá y por eso cuesta tanto”.

Mi compañero estaba tan desesperado como yo y quiso pagar con tarjeta de crédito, pero cuando estaba a punto de pasarla, me arrepentí. Tenía la seguridad de que algo muy malo podía suceder en esa intervención. No, dije, no quiero, tengo miedo, no es sensato, es mucho dinero para tener la respuesta del examen en un mes cuando seguramente ya habré perdido a mi bebé y no quiero que ese sujeto con semejante energía me meta una aguja enorme en el vientre… a ese señor ni un vaso de agua le recibo. ¿Iba a perder a la niña porque lo dijo un sutano arrogante? Olvídese, los médicos saben, jamás pongo eso en duda, pero no son dioses, y los hay también malas personas y con malos días… mi instinto maternal estaba alerta.

Así que recordé que una amiga me habló de un obstetra entrado en años que trabajaba de manera independiente, una eminencia y maestro de casi todos los especialistas de esta rama en Pereira y su consultorio estaba en el mismo edificio. Averigüé los datos y me fui para allá sin cita previa, le conté a su secretaria, muy buena gente, llamó al doctor, le contó y me recibieron.

Narré todo lo ocurrido y el doctor guardó silencio por un instante para reflexionar: “Tienes 40 años y después de esto no podrás intentar más, esa bebé es muy valiosa. Respeto la posición del Dr. Benavides, pero la sola inyección en el estómago es riesgosa, también soy perinatólogo, no hay tiempo que perder. Te voy a hacer el cerclaje para ayudar a la bebé y te voy a dar antibióticos para contrarrestar la infección. He atendido muchos casos así y cuento con la experiencia, pero tampoco puedo asegurarte nada, vamos por una vía expectante”, explicó.

El objetivo del examen que proponía inicialmente Benavides era conocer el tipo de infección y así dar con un antibiótico acertado, pero como no había tiempo, lo que me quedaba era confiar en la experiencia e instinto de este doctor que, a diferencia del otro patán, tuvo un trato humano, amable, cercano y mostró preocupación por la salud de mi bebé y la mía y eso ya hizo toda la diferencia. Tocó pagarle por sus servicios de manera privada, pero lo justo, lo que vale por un profesional de su trayectoria y con todo y eso, y la cirugía incluida, no sumó lo que pedía Benavides por un examen sin sentido.

Así las cosas, tenía que hacerme exámenes y ecografías todas las semanas, estar en observación permanente y ver que el cuerpo no rechazara el cerclaje. El riesgo era que el antibiótico no trabajara bien y que la infección siguiera avanzando e intentando expulsar a la bebé y eso nos ponía en riesgo a ambas. La idea del Dr., era entonces hacer un seguimiento minucioso y si él veía que algo se ponía mal, soltaba el cerclaje, sacaba a la bebé y me salvaba la vida. Decía que si llegábamos al sexto mes ya pisábamos terreno más seguro y si pasaba el séptimo, era una lotería y si pasaba ese tiempo, nos tomábamos un whisky para celebrar cuando todo esto terminara je je je; era una broma, por supuesto. El caso es que tuve mi hija de 38 semanas, un embarazo a término de 9 meses.

Pero yo también hice mi parte y antes de la cirugía, me senté en meditación con Ricardo en su maloca, alrededor de un fuego de origen, hecho bajo fricción con un dispositivo de madera que tiene una parte masculina y otra femenina y que al moverlo representa la relación sexual. Cuando finalmente sale un tizón rojo, este simboliza la semilla o bebé al que hay que poner en una cunita, un cuenquito de coco con algodón de origen y pedacitos de aserrín o de madera de guandul, un árbol de fríjol para nosotros sagrado, y ahí se sopla con mucho tino para avivar el fuego y ponerlo en un agujero en el piso de la maloca donde la leña está lista para avivarlo. Debe ser un fuego sosegado, tranquilo y equilibrado al que hay que mantener prendido por 9 días que representan 9 planetas y los 9 meses de embarazo. Ricardo lo había prendido años atrás y es ahí donde solemos sentarnos a meditar, a conversar y a recordar las memorias de origen del universo y su conexión con la tierra.

El caso es que me senté y en espiritual limpié la infección, supe de dónde venía y por qué se había metido esa energía a la que llamamos menor; la saqué, la ordené, me hice la cirugía con antelación en un tipo de programación mental, me di 9 meses de embarazo en unión con los ciclos lunares, con las pléyades, con los calendarios antiguos y le di a la niña nacimiento, crecimiento y desarrollo. La vi nacer en una maloca y le di raíces de identidad con semillas propias; hilo de origen para que no le falte el vestuario, su propio fuego para alimentarse en cuerpo y espíritu, la vi crecer y tener su propia maloca, su casa y todo lo necesario para madurar. Ahí quedé tranquila y con la certeza de que todo saldría bien.

A la siguiente ecografía y la última antes del cerclaje, el doctor no encontró sludge (ese barro que se veía como un cuncho de café en el fondo de una taza, pero en el líquido amniótico), no lo veía por ninguna parte, ampliaba la imagen y nada, ¡increíble! dijo, pero de todos modos el cuello uterino seguía abierto, no más que antes tampoco, pero había que cerrarlo y eso hicimos. Me pusieron el cerclaje con la casi seguridad por parte del Dr, de que la bebé nacería prematura, pero no, Anita, como se llama la niña, nació de 9 meses. Me hicieron cesárea por todo el cuadro clínico, pero en el fondo yo sabía que la hubiera podido tener de manera natural, en fin, estaba cansada, ya habíamos logrado lo más difícil y me dejé guiar por el instinto y experiencia del Dr., que argumentó, era la vía más segura.

En definitiva fueron tres los obstetras que me mandaron a esperar un aborto espontáneo en la casa o que me dieron opciones inviables para salir del problema y los tres eran de la EPS y del plan complementario, pero cuando pagamos de nuestros bolsillos, ahí sí tuvimos un servicio de calidad, ¿y la gente que no tiene con qué? aún recuerdo a varias mujeres campesinas haciendo fila donde Benavides y me pregunto, ¿cuántos bebés descartarán a la ligera?, ¿Cómo habrán sido atendidas esas señoras de bajos recursos y muchas veces presas de la ignorancia? Así que invito a las mamitas a seguir su instinto y, si desconfían del fulano(a) que los está atendiendo, consulten las veces que sean necesarias antes de que les den un tratamiento o tomen una decisión que pongan en peligro su vida y la de su bebé. ¡Hagamos visible lo invisible y denunciemos la violencia obstétrica!

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Soy periodista, me gusta escribir y leer. Tengo estudios de maestría en Literatura de la Universidad de Buenos Aires. Soy una viajera empedernida, amante de la naturaleza, de las caminatas por la montaña. Soy practicante de yoga y me gusta trabajar la tierra. Ahora vivo en el campo y siembro comida orgánica. Me gusta ir al río, de vez en cuando me tomo una sola copa de vino y disfruto mucho del tiempo que paso con mi pequeña Anita, mi bebé de seis meses. Espero que crezca bien, sana, feliz y conectada con su propio ser. Que jamás se traicione así misma.

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4 Comentarios
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  1. Que dolorosa y cruda experiencia, a veces los médicos son muy insensatos. Sin embargo, que bendición que aún hay gente ética, honesta y humana. Y que alegría que seguiste tus instintos!!!

  2. Hermosa historia,gracias a Dios con final feliz, muy bien escrita, puedes escribir una historia mas larga, seguro seria interesante.
    Los medicos son humanos y meten la pata como todos, pero hay algunos que les interesa mas el billete que la vida, a mi me pasó, estaba hospitalazado por dolores en el pecho, segun los medicos casi infarto , tres semanas horribles, pero por casualidad y aburrimiento en el hospital sali de mi habitacion y me pare en la estacion de enfermeria a ver ciualquier cosa, de pronto vino el medico y dijo: ese paciente de la habitacion 101 no tiene nada , es solo gastritis, dejemoslo todo este puente festivo para facturar un billetico.ahi tienen la etica medica.

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