¿Soy yo la persona indicada para hablar de este tema? Tal vez no, pero puede que mis palabras ayuden o motiven a algunos de ustedes. Hace unos meses escuchaba a un profesor que respeto bastante, su enseñanza giraba en torno a dos conceptos claves: la cultura de la maldición y la cultura de la bendición. A primera vista puede que les parezca de esas enseñanzas cristianas aburridas, redundantes y poco originales, de alguna manera yo también creía lo mismo, pero lo cierto es que esta enseñanza cambió de manera significativa mi forma de ver las cosas.
Va de esta manera: dentro de la cultura de la maldición vemos con sospecha el éxito de los demás, con suspicacia, nos preguntamos ¿qué acto oscuro y corrupto habrá hecho esta persona para alcanzar esto o aquello? Y aunque sí es una realidad que algunas personas se enriquecen de manera ilícita, no es el caso de todos; en la cultura de la maldición este pensamiento es irracional y está alimentado por el resentimiento. Básicamente vemos el mundo como un sistema cerrado ¿qué significa esto? Significa que creemos que la riqueza es limitada y el hecho de que otros tengan más hace que, de manera directa, otros tengan menos. La riqueza es vista como un pastel que idealmente debe repartirse de manera igualitaria.
La suspicacia y la envidia se vuelven sentimientos comunes en esta forma de pensar. El progreso, la promoción de otros, son cosas que nos amenazan de manera profunda. En esta cultura el resentimiento se vuelve algo común de la misma forma que el fatalismo: “Las cosas son como son y no tienen por qué cambiar; el progreso es peligroso.”
¿Y qué de la cultura de la bendición? Pues, ¡claro que es lo opuesto! Pero ¿qué significa de manera práctica? Significa que vemos el mundo como un sistema abierto: si mi vecino, amigo, familiar, o cualquier otra persona cercana a mí progresa, yo también lo hago. Todos hacemos parte de un vecindario, una familia, o cualquier otra comunidad; el hecho de que una persona sea bendecida o progrese significa de alguna manera que toda la comunidad lo hace. Vemos la riqueza como un recurso ilimitado, cada persona en vez de ver con envidia el trozo de pastel un poco más grande de su vecino, piensa: ¿y cómo puedo agregar otro piso a este pastel? El progreso es posible si administramos bien los recursos que poseemos y usamos nuestra creatividad para producir frutos con ellos. Un lote baldío, un día con mucho tiempo libre o un montón de madera pueden ser inútiles desde la cultura de la maldición, pero una oportunidad de negocios o de crear cosas nuevas si se mira desde la cultura de la bendición.
En la cultura de la bendición nos alegramos del éxito de otros y vemos el progreso ajeno como algo bueno; entendemos que ese progreso nos beneficia a todos. En vez de envidia y resentimiento hay un sentimiento colectivo de promoción mutua y desarrollo. Entendemos que cada uno tiene un rol o una tarea específica diferente a la de los otros. Cada persona escoge un camino diferente según sus dones y habilidades; cada profesión ofrece resultados diferentes y no todos tenemos las mismas cosas. Cambiamos el fatalismo por la oportunidad de desarrollar nuestro rol específico con libertad.
Y claro, teóricamente se escucha hasta bonito, pero aplicarlo es otra historia… De alguna manera todos tenemos una lucha interna de estas dos culturas. Para algunos puede que ya haya un vencedor hace mucho tiempo, para otros la lucha continúa diariamente. Puede que suene simplista esta lucha del “bien” contra el “mal”, pero es así. Es realmente fácil entregarse a la envidia, la suspicacia y el resentimiento, vernos amenazados por el éxito de otros; y es muy difícil alegrarnos de la promoción de nuestro prójimo. Como dijo el dramaturgo griego Esquilo: “Está en el carácter de muy pocos hombres el honrar sin envidia a un amigo que ha prosperado”
Al final, ¿vale la pena la batalla? Sí. Como escribió el poeta Robert Frost, delante tenemos dos caminos, y nosotros decidimos cuál tomar:
“Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo…
yo tomé el menos transitado,
y eso lo ha cambiado todo.”
“Two roads diverged in a wood, and I–
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.”
Robert Frost: “The Road Not Taken”
Traducción de José Manuel de Prada-Samper
Por: Juan Ruíz
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