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Cuando acabé de leer la historia de Richard Wumbrand pensé: ¡Este sujeto está loco o es un héroe sin medallas! Porque definitivamente amar a los enemigos constituye un acto de verdadero heroísmo o una completa locura.
La muerte del padre de Richard en los años más tempranos de su infancia supuso un giro inesperado para su familia; como suele decirse: tuvo que convertirse en un hombre, cuando apenas comenzaba a entender el significado de la niñez. Afortunadamente encontró un trabajo como corredor de la bolsa en Bucarest donde alcanzó cierta prosperidad económica. Poco después conoció a Sabina, su futura esposa. Contrajo tuberculosis. El tratamiento imponía que se fuera a las montañas, así que se despidió de su esposa con un beso, pero sin mucha fe.
La recuperación fue inesperada. El doctor del sanatorio le sugirió que escogiera uno de los 12.000 pueblitos esparcidos en los montes Cárpatos para comprobar que su mejoría fuera completa. Richard escogió Noua donde conoció a Christian, un anciano que en sus ratos libres tenía el encargo de llevarle alimentos y ocuparse de sus necesidades más elementales. Este, en cierta ocasión, le confesó al joven rumano que había estado orando por la conversión de un judío al cristianismo. Su llegada al pueblo no era casual. Richard no sabía qué pensar. Si Cristo era real, ese viejito atento parecía conocerlo en persona.
Así iniciaría su peregrinaje del amor.
La primera persona en oponerse a las inquietudes religiosas de Richard fue su esposa. Pero no se resistió al ver los cambios radicales en su marido. Entonces vinieron otras represalias. Esta vez de la comunidad judía, pues podían tolerar una fe silenciosa más no ese desenfreno. Por primera vez visitaba la prisión, y no sería la última, siempre por el mismo supuesto delito de compartir con sus hermanos y con el mundo su admiración por otro judío llamado Yeshua, Cristo. La visita fue corta, pero en el futuro sus enemigos no serían tan benévolos ni con él ni con su recién descubierto cristianismo.
En 1940 Rumanía se aliaba a las fuerzas del eje, lideradas por la Alemania Nacional-Socialista; esto trajo consigo que la actitud de los rumanos hacia los judíos cambiara. Saquearon sus negocios. Les cobraron el doble por una ración de alimentos. Los expulsaron de sus casas. Los metieron en prisión. Los enviaron a campos de concentración. Los obligaron a hacer trabajos forzados y los asesinaron solo por el hecho de ser judíos. Por esos días, los Wumbrand, que permanecían bajo vigilancia por sus labores pastorales, tomaron la custodia de cuatro pequeños huérfanos de origen judío que tocaron a su puerta. A pesar de la escasez que se vive en tiempos de guerra, ellos los cuidaron como a Milai, su propio hijo. La comunidad judía exigió que los enviasen a Palestina, lo cual hicieron con profunda desconfianza. Posteriormente se enterarían de que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hundiría el barco en que viajaban los pequeños. A pesar de toda la crueldad nazi durante su dominio en Rumanía ninguno permanecería más de 2 semanas en prisión.
En agosto de 1944, Rumanía se aliaba a sus antiguos enemigos, los soviéticos. Para poder salvar su vida, los alemanes debían abandonar el país sin ser capturados. La familia que anteriormente se había arriesgado para salvaguardar a los huérfanos judíos, ahora lo hacía en favor de los alemanes. Muy pocos a su alrededor entendieron su decisión que, además de alocada, era peligrosa. ¿Cómo era posible que protegieran a los mismos que los habían maltratado y metido en prisión? ¿Acaso no sabían que de ser descubiertos podrían perder la custodia de su hijo? Uno de los alemanes que la familia ocultó en la casa los amenazó diciéndoles que si las cosas cambiaban y los alemanes volvían a controlar Rumanía, él no tendría ninguna misericordia con su familia. Aun así, ellos prefirieron obedecer el mandato de Jesús de amar a sus enemigos.
En su libro Torturado por Cristo, el pastor Wumbrand describe no solo sus traumáticos episodios, sino los de muchos cristianos que padecieron junto con él:
A menudo pregunté a nuestros torturadores: “¿No tienen ustedes piedad en sus corazones?” Por lo general respondían con citas de Lenin: “No puedes hacer tortillas sin quebrar los huevos. No puedes cortar la madera sin que vuelen las astillas”. Yo insistía: “Conozco esa cita de Lenin; pero hay una diferencia. La madera no siente nada cuando se le corta, pero ustedes están tratando con seres humanos”. Pero todo era en vano; son materialistas. Para ellos no existe más que la materia; el hombre no es más que madera; o como las cáscaras de huevos. Esta creencia los hace descender a las más increíbles profundidades de crueldad.
Richard Wumbrand es un testigo ocular de lo anterior, pasó 14 años de su vida en las cárceles comunistas. Las torturas dejaron profundas cicatrices en todo su cuerpo. En la parte superior podían contarse 18. Fue secuestrado en plena calle, mientras que su esposa se debatía entre el sufrimiento y la incertidumbre: ¿estará vivo o muerto? Incertidumbre alimentada por los agentes de la Policía Secreta que se hacían pasar por amigos recién liberados que venían a darle el pésame a su esposa con palabras como: Vimos a Richard morir en prisión.
En verdad es alocado amar a los enemigos sobre todo a los que procuran acabar con nuestra vida. Sin embargo, el amor vence y ese mensaje tuvo el poder para conquistar a los perseguidores de Cristo, así como a los de Richard. Con el tiempo no dejará de ser alocado, pero será mucho mayor la heroicidad de Richard Wumbrand, quien pudo testificar y declarar que los cristianos en las prisiones comunistas fueron capaces de amar. Ellos podían amar a Dios y a los hombres, aseguraba.
La relevancia de Richard radica en dos hechos básicos: el primero, que es muy fácil tener enemigos conocidos o desconocidos. (Traducido es: se sobran las personas que sienten mala voluntad hacia uno). El segundo, que es muy común que nuestra respuesta sea la indiferencia, la hostilidad, la venganza o el odio; pero inusualmente optamos por la locura de amar a quien nos daña. Las preguntas con las que tuvo que lidiar él son las mismas con las que tendremos que hacerlo nosotros: ¿quiénes son mis enemigos? ¿me atrevo a amarlos?
Por: Lázaro del Valle
El amor vence. Editorial Jucum. Autores Janet y Geoff Benge
Torturados por la causa de Cristo. Autor: Richard Wumbrand
Excelente escrito, me impacto mucho
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