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Y de las cenizas…

Si las ruinas hablaran nos contarían sus penas. Sin embargo, algunos lamentos se sienten al recorrerlas. Esquinas, cuartos y techos. Metal, cemento y madera. Estos elementos fueron marcándome un camino sinuoso por un lugar que alguna vez fue un teatro, una bodega, un sitio para la bohemia bogotana y hasta hace muy poco, un espacio para el olvido.

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La arquitectura del antiguo teatro Odeón deja a la vista sus cicatrices y sus diversos usos a través de los años. Del estilo republicano se pasa sin previo aviso a una estética Art Decó con paredes de concreto, pisos en granito y barandas tubulares negras, cual edificio de consultorios de los años 80.

Las paredes y los pisos exhalan polvo, pero también historia. Mientras camino, pienso que es mejor dejarse fluir y me adentro en este laberinto como si recorriera uno de los grabados enrevesados de Escher. Semibalcones que conducen al vacío. Pasillos que chocan contra paredes. Antiguos palcos, ahora desmantelados, se mezclan con una exposición de arte contemporáneo.

Es acá donde todos los tiempos parecen juntarse. El presente no existe pues el lugar habla de todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que pudo ser. Así lo percibí en mi visita y parece que esa fue la misma percepción que tuvieron Tatiana Rais y María Fernanda Currea, las gestoras y responsables de que esta edificación esté cobrando vida de nuevo.

Tatiana, directora; y María Fernanda, gerente de Proyectos de la Fundación Teatro Odeón, vieron en esta casona invadida por las palomas el lugar ideal para un proyecto cultural y artístico en el centro de la ciudad. “Nos interesaba crear un espacio independiente para artistas. Un espacio que permitiera situaciones de montaje únicas. Un espacio donde todo el mundo estaba bienvenido”, comenta Tatiana.

Fue así como llegaron a proponerles a los inversionistas que habían adquirido el edificio, la puesta en marcha del proyecto de la Fundación Teatro Odeón. De no ser por ellas y ciertas normas que hacen del lugar un patrimonio, el antiguo TPB sería ahora una torre de apartamentos y locales comerciales.

Luego del cierre del TPB en 1997, el lugar fue adquirido por el canal City TV. Allí funcionaron algunas oficinas y bodegas, lo que contribuyó al deterioro progresivo del inmueble en tan pocos años. Cuando los nuevos inversionistas adquirieron el lugar, ya los aplausos se habían sustituido por los numerosos aleteos de las nuevas inquilinas del lugar, las palomas que aprovecharon la falta de techo y de cuidado.

Para desgracia de estas aves mensajeras, en 2011 la propuesta de Tatiana y María Fernanda tuvo eco en los inversionistas, quienes arrendaron el espacio para el funcionamiento de un naciente proyecto cultural que parecía destinado a estar en este lugar. Esto es lo que me cuenta Tatiana desde su oficina, aunque más parece un centro de operaciones.

Pilas de papeles, un tablero verde de colegio con fechas marcadas en tiza hasta el 2015 me comprueba la planeación, la cual también veo en los rincones del antiguo TPB. Los obreros pintan, cortan y sueldan cada uno de los detalles de esta estructura. Hay movimiento en el Odeón y aún sigo sin comprender qué tanto es lo que pasa en este recobrado lugar.

Tatiana, joven historiadora del arte, me cuenta que el Odeón les llamó la atención pues “ha sido un lugar cultural que tiene una historia y que se siente cuando uno ingresa”. Y no solo es su sensación, yo también percibo ese pasado mientras recorro el lugar e intento descubrir lo que me quiere decir.

Bajo la premisa de dar a conocer de nuevo este centro cultural, se gestó el proyecto de la Fundación Espacio Odeón en junio de 2011. En un período contrarreloj se empezó a adecuar el lugar para llevar a cabo una feria de arte contemporáneo, que en octubre de ese año convocó a más de 4.500 personas.

 

Así el antiguo teatro recobró el pulso. Lentamente se han estado sanando sus heridas. Las redes eléctricas estropeadas, las barandas oxidadas, el polvo invasor que se niega a desalojar y la humedad que hiela los huesos han empezado a ceder ante la llegada de artistas emergentes que representan el movimiento del arte contemporáneo nacional.

A partir de allí se ha ampliado la programación artística del lugar y con el tiempo, la visión de Tatiana y María Fernanda ha ido convocando más personas que se han apropiado del sueño del Odeón.

Hace poco volví al centro de la ciudad y crucé por el Espacio Odeón*. Ya no era esa mole inerte, refugio de palomas, basura y malos olores. Había ruido, música, gente y sobre todo vida en esa esquina de la Jiménez con Quinta. Eran las 8 de la noche de un jueves de octubre y el lugar vibraba con el llamado para entrar a ver la última semana de funciones de la obra ‘13 sueños (o solo uno atravesado por un pájaro)’, que se presentaba desde junio en sus instalaciones.

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Poster de la obra 13 sueños (2013)

Al observar de cerca el programa escrito de la obra comprobé que ya el Odeón no era más un recuerdo para los nostálgicos y que el sueño cultural que albergó este lugar había revivido. La pieza, que se apropia del lugar está dirigida por la joven Laura Villegas y convocó a un nutrido grupo de figuras de las tablas como Fabio Rubiano, quien hizo la dramaturgia. Entre sus actores estuvieron Jairo Camargo, Marcela Agudelo y la cantante Ana Sol Escobar.

Me percato entonces que ya no es momento de nostalgias. Ya ese plazo se cumplió. El Espacio Odeón debe dejar ahora libres los13 sueños porque en 20 días será la sede de la tercera versión de su Feria de Arte Contemporáneo. Aún faltan muchos arreglos en sus instalaciones pero sus gestoras saben que poco a poco podrán resolver lo que falta.

Quizá no era polvo lo que habitaba en estos pisos y paredes, sino las cenizas de un fénix que apenas empieza a dar sus primeros aleteos.

*Esta crónica fue originalmente escrita en 2013.


Parte I:  Teatro Odeón, guardián de utopías

Parte II:  Lo que cuentan los muros del Odeón

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