Antes de intentar explicar por qué pienso que las certificaciones de calidad en las instituciones educativas son un negocio, aclaro que sé de antemano que la educación también es un negocio. Lucas puede saber mucho, pero si no tiene títulos, a la hora de trabajar, Lucas no sabe nada. Por eso le toca a uno hacer maestría, porque para el empleador, le son convenientes empleados como Lucas, para pagarles la mitad. Y nadie quiere la mitad. Entonces toca pagar estudiar. Un poco así es el negocio de las certificaciones de calidad en los colegios.
Una certificación de calidad es lo que otorga, por ejemplo, ICONTEC, con sus normas como la ISO 9001, que le permite al colegio cobrarle más al estudiante de lo que un colegio en las mismas condiciones, pero sin certificación, por ley, tiene permitido cobrar. ¿Qué le da ICONTEC a su negocio colegio?: plata. ¿Qué le da el colegio a ICONTEC?: plata. ¿Qué le da el colegio a los profesores?: trabajo. Mucho trabajo absurdo.
Para que el colegio se certifique, debe, además de pagar mucho dinero, cumplir con las normas de calidad que la empresa a certificar le exige. Ese es el despiste, y se trata de unas rutinas estrictas y cuadriculadas que se supone que orientan adecuada y legalmente el desarrollo y la calidad de una empresa. La certificación tiene vigencia de un año. Si en determinado año no se renueva, digamos que porque ICONTEC en la auditoría encontró muchas NC (no conformidades), el valor de la matrícula y la pensión del colegio de su hijo debe bajar.
Es que la gente cree que ser profesor es ir a dictar clases, y ya. Pero no. Los docentes tienen que vérselas con un sinfín de procesos que, a ciencia cierta, lo único que generan es el debilitamiento de las clases como tal. Al menos deberían meter al docente en el chanchullo y que entonces se nos pagué más cuando trabajemos en colegios certificados.
Lo que quería decir era eso, porque soy docente y cuando voy al trabajo lo que me gusta es dar clases.
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