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Desde hace un buen tiempo atrás la palabra tendencia saltó de las pasarelas de París a las calles de Macondo. En la sección de chismes del noticiero hablan del sexting, el ghosting, las fake news, la onda fit y los millenials. Y aunque la gente no entiende ni la mitad de lo que dice la presentadora, todos se maravillan con las nuevas ocurrencias de la sociedad actual, ocurrencias que el noticiero llama tendencias.

El lado oscuro de las tendencias

Televisión y tendencias

El noticiero hace bien su tarea. Hay que volver a poner de moda el yoyo, el trompo o la coca para que la gente las vuelva a comprar y así reactivar la economía. Cada segundo que pasa sin venderle algo inútil a alguien, es un segundo perdido. Sería una grosería no comprarle a los chinos, que producen tanta basura a precios tan buenos. Pero tampoco es justo venderle a la gente cosas que no necesita, eso era lo que se hacía antes: La publicidad creaba la necesidad para que la gente comprara un producto que ya existía, pero hoy en día el consumidor no es tan bruto. Las tendencias obligan a llamarlo prosumidor, o sea, es una persona que produce y consume. Igual que los trabajadores de antes, pero con una rimbombante palabra salida del libro de marketing de algún gurú como Isra García o Jorge Duque Linares.

El negocio es un espejo negro

La mitad de estas «nuevas tendencias» tienen que ver con el teléfono celular o la conexión a internet. El ser humano es un consumidor innato, y siempre tiende a comprar cuanta maricada se le atraviese. Por ejemplo, el dueño de una moto nueva automáticamente es unido a un club de la marca -entiéndase grupo de facebook o whatsapp donde hay metidos muchos propietarios de la misma marca. Y en estos grupos lo único que hacen es compartir las calcomanías de tiros para pegarle al casco o al tanque de la moto, la farola led, el reposapies de lujo y hasta el aire traído del Tibet para que las llantas rueden más ligeras. No contentos con venderle la moto pretenden venderle cuanta chuchería salga porque no pueden dejarle un centavo en el bolsillo al pobre Brayan.

Y así mismo, las tendencias llegan al celular. Tal como el pobre Brayan cae en ese juego, a uno le dicen que al celular hay que descargarle las apps. Y estas apps son increíbles desarrollos tecnológicos que le permiten a algún emprendedor de la economía naranja volverse rico de la noche a la mañana. Lo que los emprendedores no saben es que ellos también cayeron en lo que las tendencias denominan emprendimiento.

A mi modo de ver, la palabra emprendimiento es la manera políticamente correcta de referirse al rebusque.

El emprendedor

Para estos jóvenes-emprendedores-tecnológicos-anaranjados, las tendencias traen unos nuevos espacios llamados coworking. Este es un hermoso anglicismo para describir un inquilinato empresarial en el que algunos amigos se reúnen para montar un negocio. Pero su negocio no está al ramplón nivel de los comerciantes de san Andresito. ¡De por Dios no! Ellos son emprendedores, o sea, comerciantes con alma de niños. Adoptan perros, donan el 50% de sus ganancias a dog chow, usan un bigote engominado a la antigua usanza, practican krav magá, yoga, meditan, siembran café en la sierra de la macarena y tienen un auto eléctrico, aunque prefieren andar en bici. Y claro que el emprendimiento es rentable, solo hay que hacer una presentación en power point para mostrar en menos de un minuto y así sacarle a alguien un millón de dólares prestado para repartirse y al final no hacer nada.

Y nuevamente la televisión hace la tarea. Programas como shark tank ayudan a convencer a la gente que la plata está hecha, solo hay que recogerla. «Y uno como un bobo trabajando para pagar esas putas calcomanías de tiros que le compré a la moto» piensa Brayan, mientras ve en noticias Caracol un proyecto de emprendimiento patrocinado por Bancolombia.

La pose ambientalista hoy en día hace lo mismo que una corbata

Cuando el mundo llora, Elon Musk llora

Pero no todo es tecnología. El medio ambiente también vive sus tendencias. El pobre Brayan ya no compra jabón normal, sino el nuevo top verde que es amigable con el medio ambiente. Lo que no sabe Brayan es que ese producto es el mismo top que anunciaba con su prodigiosa voz Otto Greiffenstein -famoso por ser el único compatriota capaz de pronunciar bien la palabra Marlboro-. La diferencia es que al nuevo top le cambian el perfume y le pegan un sticker para que a Brayan no le de cargo de conciencia por acabar con el planeta. En cambio, el emprendedor de bigote engominado ya no usa jabón. Tampoco agua. Descargó una app en la que reserva un turno para tomar un  baño con lágrimas de Elon Musk en Nevada, E.E.U.U.  Son esas lágrimas las que lo mantienen limpio por un mes, si hace frío hasta mes y medio. «Es un poco caro, pero todo sea por no destruir el planeta».

Nuevamente la televisión ha convencido a nuestros amigos -sin distingo de nivel educativo ni condición social- de que el ser humano va a acabar el mundo. Que lo estamos matando. «Es que ahora el clima está loco y eso es por el fracking y por todos esos malditos que piden pitillo» dice Brayan. Bigote engominado es un poco menos emocional. «Todos debemos poner un sand granite para minimizar el impacto de nuestra huella de carbón. Yo por eso solo como carne de lombriz impresa en 3D hecha con petróleo reciclado. No es mucho, pero es un comienzo». Esas son las tendencias.

Uno de los grandes logros de la publicidad de este siglo ha sido culpar al consumidor de los pecados de la industria.

El miedo al final

Gracias a la televisión varias generaciones han vivido angustiadas, temerosas del día del juicio final. Nos lo han vendido en forma de guerra mundial, desastre atómico, explosión solar, invasión alienígena, expansión del comunismo, profecía maya y ahora, en un extraño revuelto, todo esto se conjuga en el terrorífico cambio climático. Nos amenazan diciendo que en un mundo que es 70% agua, un día nos vamos a matar por comprar una bolsa de agua cristal, porque esa si es pura. Este es uno de los grandes logros del mercadeo. La ciencia, que es la nueva religión, nos ha convencido que el agua de lluvia es ácido para que la gente le huya espantada cada vez que llueve como si se tratara de un ataque terrorista. «En la UDEA unos amigos lograron demostrar que el agua de lluvia es tan peligrosa como el ácido de batería, por eso cuando llueve los de los talleres sacan baldes para recogerla» me decía enfáticamente un conocido paisa la otra vez.

Brayan todavía puede tomar agua de la llave, o «jugo de tubo» como la llama cariñosamente, mientras que nuestro emprendedor de bigote en punta no puede beber nada más que Perrier hervida y tratada con puritabs porque o si no «se le dispara la alergia». Alergia a ser sencillo debe ser. Somos el único ser del mundo que no puede jartar agua cruda porque se enferma, y para allá van los perros y gatos con su concentrado. Ahora la tendencia es volverlo a uno adicto a algo que es gratis en la naturaleza, pero que toca comprar porque que ceba andar todo churriento por ahí. Sonríe cromado y brillante desde el Valhalla Inmortan Joe brindando con un vaso de su agua-cola.

El culto al vuelo

Que lo de ahora es viajar, salir, conocer, eso de ahorrar es para los viejos. Las tendencias ordenan que hay que tener de que hablar cuando alguien muestre en sus fotos de instagram un viaje al exterior. El que no haya viajado es un pobre indio patirajado, inculto, pobre, vaciado y de mente estrecha. En las charlas de los amigos de san Andresito los viejos le dicen a uno que si va para Mariquita no coja la vía que va por Cambao que es muy culebrera y solo hay una bomba, que mejor se vaya por el otro lado, porque aunque toca pagar un peaje más, el paisaje es más bonito. En cambio en la plaza de Lourdes en Chapinero, los hipsters le recomiendan a usted hostal, rutas de metro, restaurantes y hasta una señora del aseo turca que no cobra nada y es de mucha confianza en Provenza, Italia. «No me acuerdo de su nombre pero cuando esté allá en Italia me escribe y le paso el dato».

La necesidad de encajar empuja a la gente a encontrar nuevas y más creativas maneras de demostrar que tiene plata, porque el que no tiene no es nadie. Y esas son las tendencias aquí, en twitter, en instagram, en noticias y en el mundo. Las tendencias también mandan que hoy en día los niños no pueden ser bomberos, astronautas, policías o ingenieros cuando sean grandes. Ahora hay que ser coach, entrepreneur, influencer, social media manager, antiuribista o alto comisionado para la paz. Y eso que no hablamos de la gente que aboga por los derechos de inclusión que exigen para la letra E.

Y así podemos seguir hablando de los tatuajes, la marihuana, el partido verde, la quinua, los gaticos, los vendedores de humo en forma de bitcoins e influencia, el marketing digital y tantas otras tendencias, que no son nada más que productos y servicios disfrazados de estilo de vida que hay que comprar. Y esta es la mejor parte de todo, porque tanto Brayan como Bigotes compran felices lo que las tendencias ordenan. Y es que cuando los medios lo convencen a uno de algo, uno mismo es el mejor vendedor.

@jorgitomacumba

 

 

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