Por: Laly Malagón Vargas.
Estaba ya entre las 10 finalistas, Martha Martínez, o “Tica” como se ha hecho llamar, tal vez tocando alguno de los anhelados momentos por el que se estuvo preparando por años.
El Concurso Nacional de la Belleza representaba un reto grandísimo para la atlanticense de 18 años, quien debía cargar con el peso de las 11 coronas nacionales y una universal con las que su departamento se había posicionado como el más galardonado. Sí, una de las antecesoras de su departamento se coronó como la segunda Miss Universo del país medio siglo después que la primera.
Además, ‘Tica’ llevaba encima la responsabilidad de representar a Sabanalarga, un municipio del Atlántico de 100.000 habitantes que luego de 35 años sin reina, debía quitar, al menos por esta oportunidad, el cupo a alguna mujer de Barranquilla, la capital del departamento.
A tan sólo minutos de saber su destino en el concurso, en redes ya circulaba su nombre como tendencia nacional.
El poco vergonzoso episodio, a mi parecer, transcurrió luego de que en medio del concurso, algún inoficioso decidiera excavar en el perfil de Twitter de la candidata y encontrara los tuits que en el 2012, la preadolescente de 13 años, decidió lanzar libremente, sin medidas, sin temores, sin nada que la restringiera.
Ella, víctima de sí misma, se condenó como muchos lo hicimos al reemplazar los diarios por las nacientes redes sociales, los secretos entre amigas por tuits o estados y la dignidad de las malas pasadas de infancia por un mar digital que no olvida, ni borra nada, y que al contrario, se encarga con el tiempo de demostrarnos los penosos años de crecimiento al que nos expusimos por ser nativos digitales.
Como ‘Tica’ somos todos los ‘millenials’ que si tomáramos la valentía de no borrar nuestros primeros estados, tuits o fotos de nuestras redes, estaríamos viviendo situaciones “penosas” como la que afrontó la reina luego de haberse resignado a quedar tan sólo entre las diez más “bellas” del país.
Como ella somos hoy toda una generación que recuerda el inicio de las redes sociales y que así mismo, ellas nos recuerdan quiénes éramos cuando iniciaron. De chistes, “puyas” y comentarios como los que escribía la candidata en ese entonces, con buena o mala ortografía, estamos invadidos quienes agregamos por montones a famosos, quienes alardeamos de tener más contactos en nuestras cuentas, quienes publicamos las 100 fotos que tomábamos con nuestras primeras cámaras o celulares, nosotros mismos quienes nunca dimensionamos que las redes sociales crecerían, se convertirían en un archivo histórico y que hoy nos avergüenza cada vez que le es posible.
Hoy me veo en ‘Tica’, cuando mandaba cadenas de mensajes a mis músicos favoritos, cuando hice amigos en varias partes del mundo, cuando escribía lo que pensaba o sentía sin medir nada.
No es que las generaciones que nos antecedieron no se expresaran como lo hizo ella, ni vivieran o manifestaran fanatismo desbordante hacia algún músico como lo hice yo, la diferencia es que los afiches de nuestros hermanos mayores o padres, fueron físicos y no digitales como los que usamos para adornar nuestros perfiles en Facebook o Twitter. Seguro sus vulgaridades no escaparon de conversaciones entre amigos y no se hicieron públicos como sí lo fueron en muchos de nuestros primeros estados.
La diferencia es que sus apodos no tuvieron lugar para ser vistos más allá de cuadernos o paredes, y lo nuestros, fueron parte de la identidad que más adelante nos avergonzaría. Por eso, quienes fueron “estrellita”, “bad boy”, “KmiLa”, “Carlox”, “Juanchito the best” o “lalynda”, como lo fui yo, deberíamos pensarnos dos veces lo que fuimos en la red antes de sentirnos ajenos a ‘Tica’.
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