Más de 200 niñas empezaron a desmayarse una a una. Como en el efecto dominó, parecía que la caída de una propiciara la de la otra. A lo mejor, estarían fingiendo para volarse de clases o llamar la atención de sus padres cada vez más absortos en el mundo moderno, y ajenos a las fantasías pueriles de jóvenes ávidas de su regazo. Ellos han caído en la trampa y ellas, ahora no saben cómo salir de aquello que en principio era un juego de adolescentes. Se comunican telepáticamente desde una clínica de Bogotá con el resto de sus cómplices en El Carmen de Bolívar, a veces, cuando quedan solas en sus camillas de urgencias, usan el celular que esconden debajo del uniforme para dar nuevas instrucciones. Son tan buenas actrices que han logrado engañar a medio mundo. Los médicos comienzan a sospechar porque los exámenes no arrojan nada que pueda explicar los síntomas, la presión mediática acorrala a las autoridades y estos últimos nos creen idiotas.
En una moderna versión de cuento Garciamarquiano el ministro de Salud funda sus esperanzas para que los más de ochenta millones de dólares que gastó en la compra de las vacunas contra el Virus del Papiloma Humano, no sean saboteados por un grupo de histéricos devenidos de una “sugestión colectiva”.
Es probable que la vacuna no tenga nada que ver con el padecimiento de las chicas, pero no es responsable que sin investigación alguna se señalen los episodios como un caso de sugestión, como quien dice, un invento de padres e hijas que no tendrían razón para ello, o bueno sí, ser protagonistas de novela.
En cambio, relacionar la aplicación de la vacuna con el padecimiento de las chicas, es un poco más lógico. Primero porque hay en el mundo casos similares documentados y algunas investigaciones; segundo, porque las jóvenes afectadas tienen en común haberse aplicado la vacuna. Hay quienes dirán que también tienen en común vivir en el Carmen, beber la misma agua, entre otros factores posibles, pero es curioso que sólo esté afectado el sector poblacional del esquema de vacunas: mujeres entre los 9 y 16 años de edad, y que existan reportes de más casos en otros lugares del país. Causa curiosidad también que el punto central de la discusión no sea sino defender la seguridad de la vacuna con la lógica mercantilista de las farmacéuticas, desconociendo incluso que aun tratándose de un trastorno mental podría haber sido ocasionado por ella y no como suponen algunos, por la bruja hechicera de los medios. Es más fácil decir esto, que reconocer los antecedentes de la vacuna, pero los sugestionados son los carmeros.
Es como en el cuento “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, tan aburridos pueblerinos que creamos los males con la boca y la imaginación. ¿Sugestión del abandono estatal?
En la tierra de la sugestión ya comienzan a aparecer niños que sin tener la vacuna padecen sus efectos adversos.
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