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No ha sido la publicidad de Santos la que le resta dignidad a nuestras Fuerzas Armadas, ha sido la reacción de algunos de sus integrantes la que nos avergüenza.

De manera que, una respuesta sincera como la que estoy segura daríamos la mayoría de las madres en este país, ¿es una afrenta a la institución?  Qué pena me da con esos oficiales ofendidos que han puesto en evidencia lo que ya sabíamos: son partidarios de Uribe y su política de guerra. Y no es para menos, en la época de Uribe nuestras Fuerzas Armadas fueron consentidas por él, y por tantos incentivos se cometieron crímenes atroces como el de los falsos positivos que dicho sea de paso, se castiga con placenteras estadías en el exclusivo “resort” de Tolemaida.

De ninguna manera vamos a despotricar de la institución que vela por la seguridad de los colombianos, pero tampoco vamos a ignorar la cantidad de irregularidades y abusos que se han cometido al interior de esta, que deben ser corregidas y castigadas por el mínimo respeto al principio de justicia en un Estado Social de Derecho.

Santos en su comercial no está diciendo que sea un desprestigio ser militar, lo único que hace es preguntarles a las madres si prestarían sus hijos para la guerra.  La respuesta es un NO obvio, que no debería ofender a nadie, por el contrario, esperanzarnos con que los alistados en el ejército resguardarán la convivencia pacífica sin la tensión de la confrontación bélica, sí con la alegría de custodiar un país que no se auto destruye sino que supera las diferencias con el diálogo, los argumentos y los acuerdos; mostrando una “mayoría de edad” como sociedad y acreditando de alguna forma las posibilidades de una democracia que supera el papel y cobra legitimidad en la práctica, mediante el respeto a la diferencia, la garantía al pluralismo, la justicia y la igualdad.

Pero no, que tristeza saber que todo se reduce a una guerra de poderes que soslaya la vía de la “Acción Comunicativa” (Habermas).

Hipócritas quienes rechazan los diálogos de paz argumentando la “desfachatez” de negociar con los autores de secuestros, robos, atentados y toda la serie de delitos que marcan cruelmente la historia de sangre de nuestro país, no dijeron nada de las rebajas de penas para quienes jugaron fútbol con las cabezas de nuestros campesinos y a punta de motosierra llenaron los ríos de pedazos de N.N., por sólo mencionar un par de atrocidades.

Nada justifica el historial de crímenes, todos condenables, pero no podemos olvidar la diferencia entre una ideología y otra para entender lo valioso de los diálogos de La Habana.  Conscientes de que se han cometido errores de parte y parte, es momento de la reconciliación, posible con el perdón y la voluntad de los actores.

Es increíble que haya que defender los anhelos de paz, pero peor es notar que los haya de guerra.

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