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Se fue Kundera, entonces lo recuerdo con más fuerza.  Trato de hacerlo inmortal, de eso vamos en la vida, de perdurar.  La obstinación del ego, reflejo de nuestros miedos. Parafraseándolo digo que la censura no sólo limita la libertad de expresión, sino que también empobrece la cultura y coarta la capacidad crítica de la sociedad.  Y cuánto necesitamos de ambas, que por cierto una da paso a la otra, sólo así no seríamos tan indiferentes a lo que ha pasado en los últimos días.

En un mundo donde la información fluye constantemente, la censura se convierte en un obstáculo para la democracia y el desarrollo cultural. A Laura Ardila le censuran su libro “La Costa Nostra”; elijo solidarizarme con la colega, periodista y coterránea, quien luego de esperar dos años mientras se surtían los largos procesos dentro de una editorial para así ver publicada su investigación, la misma decide no imprimirle aduciendo evitar “riesgos legales”.  Somos tolerantes con la corrupción, pero no con la palabra que busca la verdad.

Ojalá estuviéramos en un mundo de locos, como repetimos cuando estamos frente al absurdo. Estoy segura de que, si fuera de locos de verdad, habría muchísimo más amor, más razón, más ética y menos absurdos.  Los locos, señores, no sólo son más inteligentes sino también más soñadores, de locos tildan a los artistas, y ellos sí que nos muestran con vehemencia su grado de superioridad espiritual o intelectual, o de los dos, ya entrarán ustedes a juzgar.

¿Dónde están los idealistas? Estamos hablando de “ideales”, no de aquellos que se obsesionan con la realización de sus sueños personales llevándose por delante a media humanidad, o por lo menos a unas cuantas personas, con lo que es más que suficiente para repudiarlo.

En este mundo de lo absurdo, nos sigue quedando grande la sanción social. Como ciudadanos no podemos ser indiferentes y permisivos frente a quienes delinquen en nuestras narices.  No sólo estamos llamados a denunciar las irregularidades de las que seamos testigos, sino que es un imperativo moral, pues de no hacerlo, no incurrimos sólo en indiferencia sino también en complicidad. Entonces no está bien que recibamos con vítores a un corrupto y da pena tener que escribir una obviedad.

Lo curioso es que en cambio, para la mordaza y la censura, parecemos estar prestos.

En el mundo de lo absurdo, hay una escritora muerta. Victoria Amelina, quien sólo quería que los horrores de la guerra quedaran documentados, para ver si a alguien más le duele y hace algo.  O al menos para que la sensatez y no lo absurdo, lo evite mañana.

La censura y la guerra, ambos fenómenos de represión y violencia, representan una negación de la libertad y de la dignidad humana. La limitación de la libertad de expresión nos aleja de una sociedad abierta, crítica, plural y reflexiva en la cual, la obviedad no tendría que escribirse y lo absurdo, al menos nos asombrara.

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