Tres hermanas van camino a la reunión mensual familiar en la finca de su padre, un hombre mexicano, de unos 70 años, quizá un poco más.
Una de las mujeres es infiel a su esposo en más de una ocasión. Decide dejarlo. Tienen una hija a quien pareciera no gestionarle muy bien dichas diferencias, por lo pronto, simplemente le miente diciéndole que su papi está de viaje.
Otra de las mujeres es gay, está embarazada, con una ira latente, a flor de piel, muestra en su rebeldía y testarudez un enfado constante con la vida, al tiempo que unas incontrolables ganas de disfrutar con excesos. Ella lleva a su nueva novia a la reunión familiar, quien parece muy enamorada, y ser una víctima más de alguien que no está dispuesto a comprometerse con nada.
La tercera hermana es una mujer doctora, “bien casada”, con dos hijos muy inteligentes, recién nombrada para asumir la dirección de un departamento importante en una clínica prestigiosa de Estados Unidos (la más prestigiosa).
Todas se encuentran en torno a la mesa, una gran comida, en donde su padre, un patriarca, les plantea una disyuntiva familiar. Como la idea no es espoilearles toda la película no les contaré ese detalle. Esta es la trama de la primera película en español del cineasta Rodrigo García, el hijo de Gabo, quien ha hecho nombre propio con su gran trabajo desde hace ya varios años.
La película se llama “Familia”, está en Netflix y fue todo un deleite encontrármela, en uno de esos largos insomnios de diciembre, cuando las expectativas han sido tan altas que no alcanzan a cubrirse y pesa todo lo que no alcanzamos a hacer o ser. (Pero nos tenemos que perdonar, no hay de otra, aunque, por favor, sin obviar la reflexión, el silencio, parar y entenderlo. Nunca faltan los idiotas felices y orgullosos de sus idioteces. )
En ese desasosiego prendí el tv, le di clic a lo primero que salió. La tiranía del algoritmo, a veces, por fortuna, hace un mejor trabajo que yo, que me demoro y no atino, pero son más las veces que decido no confiar en él. Terquedad o miedo a entregarle todo el poder, darle eso que creemos es el libre albedrío.
La película la disfruté en cada línea repleta de diálogos exquisitos. Cada elemento fue un goce. La complejidad de la existencia desde una estética simple, cierta, cero pretenciosa, solo siendo, es el mayor de los logros de esta cinta.
Simbolismos y significados, sin redundancias, ahí, puestos para quienes observamos la vida, las relaciones humanas y reconocemos los códigos de una singular familia mexicana, que bien puede ser la nuestra, en estos tiempos, en donde las confusiones ideológicas están servidas. Caminamos sobre cáscaras de huevo, cualquier postura puede ser una ofensa. Bien puede calificarse esta película como feminista, o todo lo contrario, una crítica aguda al desastre que somos o “el que hemos ocasionado”. No sé, yo vi belleza, humanidad, conflicto, amor y una tierna alusión al mundo de los muertos propios de aquel realismo mágico.
Háganse otro favor, lean «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes» de Tatiana Ţîbuleac, otra joya encontrada en mi 2023. Feliz año nuevo.
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Me dejó una buena intención de ver estas películas.
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