Hay preocupación en el mundo por el descenso de los nacimientos. Hay una mirada que juzga a las “nuevas generaciones” que han decidido no tener hijos. Hay un señalamiento moral porque las mujeres están eligiendo caminos muy distintos a los de la maternidad.
El Papa Francisco esgrimió que “no faltan perros y gatos, faltan hijos, indicador de la esperanza de un pueblo y de la perspectiva de futuro”. Al margen de su ideología por el rescate de la familia como institución destaco que hizo planteamientos sobre las causas como la precariedad en el empleo de los jóvenes, su imposibilidad de comprar una casa, el poner a una mujer a que elija entre el trabajo y el cuidado de los hijos, entre otros.
En la medida en que entendamos las preocupaciones de los jóvenes y sus nuevos intereses, podríamos no juzgarlos y adoptar medidas que reviertan esa gran preocupación por el envejecimiento de la población o peor aún, por la extinción de la especie.
Sin embargo, esta realidad trae muchas reflexiones más profundas que las obvias. La primera es por qué tenemos tanto miedo de los finales. Dos, por qué tenemos tanta aversión al envejecimiento, qué tan malo puede ser que nos acabemos como especie, quizá surja una mejor. ¿Por qué ese empeño en la infinitud, acaso no es obvio que, como cantó Lavoe “todo tiene su final”?
El Papa también dijo: “es necesario un mayor compromiso por parte de todos los Gobiernos para que las generaciones más jóvenes estén en condiciones de realizar sus sueños legítimos”, y sí, sus sueños, sean cuales fueran, sin imposiciones, ni limitaciones, son los que hemos matado cada vez que no los escuchamos, les imponemos caminos y no les damos las oportunidades que necesitan.
No somos libres de muchísimas cosas, y una sociedad triste, cansada, desesperanzada no querrá prolongarse. Uno de los argumentos básicos de los jóvenes, a parte de sus temas de realización personal, es: para qué traer una vida, a un mundo que se está calentando demasiado, en el que se están derritiendo sus polos, extinguiendo el agua y la vida ¿Tendrán mis nietos que usar máscaras de oxígeno? ¿Habrá agua para ellos? ¿Por qué tan molestos con los anticonceptivos o con nuestros deseos de no procrear, antes de cuidar y garantizar la vida de los niños que ya habitan el planeta?
Hay un silencio horrible sobre el genocidio que presenciamos. Hay una complicidad inmunda sobre los niños masacrados en Rafah. La falta de esperanza no es culpa de los jóvenes.
El sistema también es problemático. Los jóvenes están deprimidos y desmotivados. La excesiva valoración a lo superfluo los hace ver sus vidas como fracasadas, no aceptan su falta de perfección, se cansan de la constante competencia que no ganarán.
Hemos construido un mundo de “solos”. En un planeta con una población de más de 8.100 millones de personas, se multiplican los apartamentos unipersonales que refuerzan la rutina del individualismo. Se desvanece la cultura de la generosidad y todo se vende para tener con qué comprar la vida que no se puede tener.
Nos preocupa más que en 100 años seremos menos, antes que cuidar esta casa y a los que hoy están en ella.
No quieren hijos pero fornican a la lata y abortan. Que podredumbre
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Menos mal que ya se esta acabando con el famoso mandato del divino
“Multiplicaos para aumentar descendencia, para que no se extinga la especie”
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