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Foto: Archivo EL TIEMPO

Foto: Archivo EL TIEMPO

@YDesparchado

 

Muchas familias hacen un esfuerzo espectacular para poner a sus hijos a estudiar. No son pocos los sacrificios que tienen que hacer los padres de familia para que sus hijos estudien en instituciones universitarias: unos recurren a créditos que los sofocan y que a punta de trabajo duro y constante logran pagar, o se apoyan en la colaboración entre familias, con aportes entre tíos y abuelos para financiar la educación de alguno de los primogénitos.

Lo hacen para pagar universidades de todo tipo, desde las que cuestan dos o tres millones de pesos el semestre hasta los que pagan diez, porque es mentira que todos los que estudian en universidades reconocidas como Los Andes, La Javeriana, el Externado o el Rosario (por decir las primeras que se me vienen a la cabeza) son gente de familias adineradas.

No, muchos hacen a un lado factores que influyen en la calidad de vida para dejarle ─al menos─ el estudio a sus muchachos.

Al graduarse, el orgullo que muestran cuando por fin sus hijos logran el título termina en una celebración en la que papá y mamá, con lágrimas y un vino espumoso en la mano, cuentan lo difícil que fue y el orgullo que sienten al darle al país un profesional que hace parte del futuro de Colombia.

Otros permiten que sus hijos se paguen la educación a través del ICETEX, y con el tiempo ven que el nuevo profesional no puede despegarse del seno materno porque entre pagar la deuda y trabajar por poco dinero se pasan los años. Muchos más de los que pensamos.

Al estar graduados, la competencia se hace cada vez más feroz, y muy pocos logran posicionarse en empleos estables en los que el salario sea equivalente a los años de estudio y dedicación que una persona deja en la Universidad. La competencia no solo se trata de intentar destacarse a través miles de horas y años de estudio constante, sino también en la búsqueda de empleo. Sí los hay (porque los hay), pero algunos resultan ofensivos para los profesionales.

Hace poco, en una página de oferta de empleos, ofrecían a un profesional 800 mil pesos mensuales, por trabajar de lunes a sábado. Por supuesto, el requisito era ser profesional y “tener mínimo un año de experiencia”. Los graduados, casi de inmediato, comentaron (en las redes sociales) que era un insulto lo que ofrecían. Y con toda razón.

Lo que resulta preocupante es que, con seguridad, alguien aceptó el empleo. Y si lo aceptó es porque lo necesitaba y no había mucho más de dónde elegir.

Según el Ministerio de Educación, para el 2013, el 80,8% de los que se graduaron en el 2012 se habían vinculado al mercado laboral con un salario promedio de 1’785.884 pesos. Eso quiere decir que, en principio, si hay vacantes para profesionales de 800 mil pesos, tendrían que existir ofertas de al menos tres millones de pesos, para que al final resulte el promedio que afirma el gobierno. Pero, como ellos mismos muestran en sus reportes, para acercarse a los tres millones de pesos, hay que hacer por lo menos una especialización, sino una maestría (un título académico muy superior que es costosísimo y requiere muchísimo esfuerzo).

Imagen tomada de www.graduadoscolombia.edu.co

 

Imagen tomada de www.graduadoscolombia.edu.co

Es decir, para ganar un poco más del promedio (por decir dos millones de pesos) hay que estudiar siete años e invertir más o menos entre 60 y 80 millones de pesos, que es lo que cuesta hacerse profesional y tener una maestría en Colombia. Claro, están las universidades públicas, pero los cupos son limitadísimos y se sabe que para entrar ─por ejemplo─ a la Nacional se necesita un nivel académico que pocos estudiantes de colegios públicos logran durante su educación básica.

Ahora bien, después de estudiar no solo se encuentra con la competencia para obtener un empleo que pague lo que merece un profesional, sino que también toca aprender a sortear la vida, por ejemplo, a través del freelance, que no es otra cosa que hacer trabajos en “prestación de servicios”. No sé quién se inventó esa modalidad explotadora y abusiva, pero para nadie es un secreto que en ese sistema rara vez pagan lo que un trabajo merece y, además, cobrar se vuelve una tragedia. Los papeleos que hay que hacer, incluyendo pagar impuestos y dos veces EPS, ARL y pensión hacen que al final lo que uno gana apenas compensa el tiempo que se invierte, los equipos que se usan y otros gastos como transportes y alimentación.

Pero el conocimiento no lo pagan.

Desde hace mucho en Colombia no se valora el conocimiento, el esfuerzo que se hace para aprender y llevar disciplinas específicas para aplicaciones específicas en una empresa. Primero, porque creen que unos trabajos valen mucho más que otros (por ejemplo entre ingeniería y diseño) y, segundo, porque en Colombia no se ha aprendido a valorar la importancia de invertir en todas las profesiones para lograr empresas más complejas, con mucho valor agregado que las hace más valiosas y por lo que las personas pagan. Porque la gente inconscientemente paga por mejores servicios y mejores productos en donde se ve el trabajo de diferentes disciplinas.

El trabajo de todos vale. El de todos. Si un congresista, por no asistir, por no participar en debates, por hacer más política que su trabajo real en el gobierno se le paga 26 millones de pesos, no veo por qué a un profesional con especialización, maestría y hasta doctorado puede ganar apenas 5 o 6 millones de pesos.

Empresarios: invertir en la gente, en el conocimiento de la gente paga. Se demora un poco más, tal vez, en ver la rentabilidad, pero la inversión se traduce en mejores productos y servicios, y más adelante se convierte en más ganancias.

La educación no sólo sirve para salir a ganarse la vida a las malas, sirve para hacer crecer las empresas y el país, pero para eso primero hay que entender la dinámica y abandonar ese pensamiento mediocre de ganar por ganar a costa de la necesidad los trabajadores. Hay mucho más allá: pregúntenle a los gringos, a los europeos, o pregúntenle si quieren a otros países latinoamericanos.

Pagar bien no sólo genera mejores empresas, sino también mejores países.

De lo contrario, siempre será mejor “guerrearla”, y tomar esos 80 millones pesos y esos 7 años y hacer cualquier otra cosa con esa plata.

Si pagaran bien y contrataran suficientes profesionales habría mejor periodismo, por ejemplo, o no habría tantos huecos en la ciudad, o tampoco encontraríamos tanta corrupción en la policía. Muchos más de nuestros productos serían de exportación, seríamos competitivos a nivel internacional, nuestras empresas se expandirían más allá de nuestras fronteras y las cosas estarían muchísimo mejor. Más ahora que tal vez se logre la paz.

Si la educación pagara bien más niños irían a la escuela y la universidad, habría más y mejores profesores, y menos estarían empuñando armas para la guerrilla o, peor aún (mucho peor), para bandas criminales y paramilitares. Y aún así vemos gente que, como los antiguos directivos de la San Martín y los actuales de la Universidad de Cundinamarca, desaparecen el dinero y las ilusiones de las familias que le apuestan a la educación.

Jugar con el dinero de la educación es tan grave, o incluso peor, que traficar drogas, que matar y que robar, porque de no ser por quienes lo hacen, muchos menos estarían en esas actividades, sino trabajando honestamente.

 

Es increíble que vivamos en un país en donde matar y robar pague mejor que estudiar.

 

 

@YDesparchado

 

*Posdata: Este es un homenaje a todas las familias (y a mi familia también) que la “guerrean” por la educación de sus hijos. Felicitaciones a cada nuevo profesional, a cada uno de nosotros que escogió poner su “grano de arena” para hacer de este país un mejor vividero.

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