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Foto: El Tiempo

@YDesparchado

“Al momento de aceptar su homosexualidad (maricada) sabían a qué derechos podían o no acceder (no matrimonio, NO ADOPCIÓN) y debieron vivir así, no es justo que un niño/a crezca bajo el régimen homosexual de la aberración”, dijo alguien por ahí a propósito del fallo de la Corte Constitucional, en el que queda claro que ninguna persona homosexual podrá ser excluida del trámite de adopción.

Con su fallo, los Magistrados de la Corte dieron a entender ─al menos esta vez─ que un derecho no es algo a lo que, por una característica personal de alguien, se pueda renunciar y listo, resuelto el asunto.

Me explico. Decir que cuando alguien no se reconoce heterosexual sale automáticamente de un grupo de personas que sí tienen derechos por ser heterosexuales es lo mismo que decir que porque alguien nace en ciertas condiciones económicas no tiene derecho a la salud, por ejemplo. Que “ni modos”, que hay que aceptarlo. “Muy de malas”, que entienda que nació en barrios marginales y tendrá que morir por falta de acceso a un sistema de salud decente. La pobreza, entonces, tendría que aceptar que los derechos sólo son para algunas personas. Y bueno, tal vez no funciona así.

La mojigatería en Colombia no tiene límites. Cuando hablan del “régimen homosexual de la aberración” parten de la base que ser homosexual es una condición maligna satánica anti natural, cosa que se les puede dejar balbucear por el simple respeto a su derecho a la libre expresión, pero operan detrás de la cortina de una memoria muy selectiva: para vivir en un país en donde el erario sufre robos frecuentes, casi que al punto de la normalidad; o para vivir en un país que registra en su historia más de seis millones de víctimas de un conflicto armado interno en el que entre guerrilla, paramilitares, BACRIM y ejército han cometido múltiples masacres y violaciones a los Derechos Humanos y violaciones al Derecho Internacional Humanitario; o en donde el derecho a la salud es un privilegio, igual que a la vivienda, a la educación entre muchos otros derechos, están centrándose en el menor de los problemas. Y eso, porque ser homosexual ─o marciano─ no es ningún problema.

En aras de la sensatez, habría que preguntarse por qué el ICBF tiene tantos niños a su cuidado, si vivimos en un país en el que el núcleo familiar tradicional lo encabezan papá y mamá, como defienden los “antiaberracionistas”. Los “antiaberracionistas”, marica, no pueden imaginar a dos hombres o dos mujeres ─o la combinación que sea─ adoptando un niño e iniciando una familia, porque aquí aceptamos que maten a nuestra gente y que roben de nuestros bolsillos, pero no que dos personas con ganas de hacer una vida en familia lo puedan hacer porque sencillamente no les interesó el cuento ese de la heterosexualidad.

Nadie dice que una familia conformada por padres homosexuales es mejor que una conformada por padres heterosexuales, pero tampoco se puede afirmar que sea peor. Si el miedo es que un niño crezca en un núcleo violento, con falta de cuidado y todo tipo de peligros, entonces no sólo deberían abogar por negar la adopción de parejas del mismo sexo, sino la adopción en general, pues se sabe que entre parejas “tradicionales” pasan cosas espantosas. Por eso uno de los grandes problemas del país se centra en la infancia y la adolescencia, descuidados desde los principios de la historia patria por parejas heterosexuales.

Pero eso sí es normal, eso sí está bien.

Tampoco es sensato afirmar que, como los padres son del mismo sexo, el niño también se inclinará por parejas del mismo sexo pues, de ser así, no habría homosexuales en familias cuyo padre y madre son de sexos opuestos. Es una simple cuestión de lógica. Lo demás es sectarismo moral ─mejor conocido como mojigatería colombiana.

Lo que sigue tras el fallo es el show de parte de quienes ignoran la Constitución todos los días, es decir los “antiaberracionistas”. Ya veremos las maniobras para negarles sus derechos a las parejas homosexuales, los pleitos legales, los “twitazos”, los recovecos jurídicos del Procurador y su séquito de heterosexuales ─hasta dudosos heterosexuales─ enfurecidos, que están prestando más atención a ese tema que a sus propios hijos.

Se verán las campañas políticas con eslóganes “antiaberracionistas”, haciendo política a costa de la niñez, que nada tiene que ver en las disputas de los encorbatados. Pero eso sí estará bien.

Mientras pensaban y re pensaban excusas para volver aberrante la adopción entre parejas del mismo sexo, un grupo selecto de personas está mirando cómo se roba el dinero de los impuestos; o también está mirando qué negocio ─si es que a eso se le puede llamar negocio─ hacen para quedarse con alguna concesión, o qué terreno hay que comprar porque pronto se va a hacer una construcción pública por ahí. También están viendo a qué grupo armado ilegal, sin importar su corriente política, le pagan para sacar a campesinos de sus tierras y hacerse más ricos a costa de la muerte de otros. Eso sí no se verá en las campañas políticas, porque robar a 47 millones de personas es menos grave que ser homosexual, según la mojigatería.

Mientras buscan la aberración de lo menos despreciable en Colombia, miles de niños y niñas están a la deriva, sin familia y en la calle. No tendrán hogar, no aprenderán a trabajar ni a vivir honestamente. No irán al colegio y mucho menos a la universidad. No aprenderán sobre métodos anticonceptivos ni de salud sexual. Algunos, tal vez muchos, serán heterosexuales, eso sí. Eso sí, que eso es lo más importante, marica.

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