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«En todas las empresas se necesita un psicólogo» eso me dijeron cada uno de los 10 semestres que me demoré en recibir el cartón que acredita que puedo ser empleada en cualquier parte. Sin embargo, más o menos a la mitad de la carrera uno se da cuenta de que si bien en todas partes se necesita un profesional de salud mental, esto no es porque en Colombia este tema sea relevante sino porque se convirtió en un tema administrativo.

Y es que, como decían mis profesores: en todas las empresas hay un psicólogo que se pasa la vida haciendo mapas de procesos y diagramas de flujo para atender cualquier emergencia. Tanto así, que quienes trabajamos en temas sociales leemos los protocolos de acción sin daño como uno de los muchos de los manuales de procedimiento en el lugar de trabajo: haga pausas activas, ponga la pantalla del computador a la altura de los ojos y no invite a la población vulnerable a cualquier evento que le salga de la manga porque la termina de enloquecer.

Parece mentira que la salud mental siga siendo un tema de procedimiento administrativo».

En un país de grandes retos y en donde después de la violencia no se han logrado generar procesos de integración exitosos, parece mentira que la salud mental siga siendo un tema de procedimiento administrativo y no de política pública. La imposibilidad de generar atención en consulta clínica para todo el que lo necesite y las obvias dificultades para priorizar han puesto a los profesionales psicosociales en una encrucijada eterna entre la oferta, la demanda y la atención real y efectiva.

Lo complejo de esto es que el “purismo” de las facultades de psicología siguen insistiendo en que “toda empresa necesita un psicólogo” ignorando que esta necesidad no es de organizaciones sino de país. Que es momento de que los procesos sociales estén atravesados por componentes psicosociales generando la construcción de nuevas identidades después del conflicto y de cara a procesos de reconciliación en las comunidades.

Es momento de que el sistema empiece a pensar en el bienestar mental de los ciudadanos en clave de política pública».

Me niego a creer, que no estemos a la altura de los desafíos a los que nos enfrentan las violencias en Colombia y que la salud mental en Colombia siga siendo un lujo porque como gremio no hemos generado nada más. No hemos generado alternativas que están ampliamente estudiadas en países que si lograron salir adelante. Un caso comparable podría ser el finlandés, que en la postguerra logró procesos exitosos de superación de la polarización y el conflicto mediante procesos de unidad en calle y construcción de nuevas identidades.

Es momento de que el sistema empiece a pensar en el bienestar mental de los ciudadanos en clave de política pública, implementar enfoques de transformación que permitan prescindir (en ocasiones) de la atención de casos especiales en el uno a uno y crear procesos comunitarios donde lo psicosocial sea transversal y no un compromiso administrativo…

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