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El 2016 fue un año muy difícil para la política colombiana. Después de una campaña que de lado y lado dejó mucho que desear, la paz perdió por un pequeño porcentaje en las urnas fortaleciendo a quienes hoy nos gobiernan. 

Durante el tiempo que duraron las campañas, las peleas familiares y entre amigos eran cada vez más frecuentes, relaciones se rompieron para toda la vida y parecía que cualquier lugar podría convertirse en un escenario problemático ante cualquier comentario en falso. Los resultados en las elecciones parecían confirmarlo: eramos mitad y mitad.

Esto trajo muchas consecuencias, casi todas negativas, una de esas fue el fortalecimiento del discurso de “extremo centro” y el uso excesivo de la palabra polarización. Desde ese momento y gracias a los tecnócratas, se entiende como polarización cualquier intento de conexión neuronal dirigido a expresar una opinión. No importa si la crítica es constructiva o si les va a servir, cualquier intento de musitar palabra o dejarla escrita en algún medio es tildada de una afrenta a la democracia porque acaba con la promesa de un país en paz.

No veo cómo la crítica puede ser antidemocrática. Al contrario, me preocupa mucho que por este exceso de cautela y asepsia a la hora de pensar y actuar se toman decisiones que lejos de acercarse al cambio que la tecnocracia propone, sólo favorecen el status quo y terminan cayendo en la eterna vulneración de derechos de los menos favorecidos. 

Es importante empezar a entender que la gobernanza implica un proceso de toma de decisiones fuerte y decidido. Hacer esto bien obliga a tener posiciones políticas claras y vivir en consecuencia de ellas. Para que esto pase y podamos avanzar como sociedad, es necesario dejar de lado el miedo al desacuerdo.

Satanizar la polarización ha sido una bandera tan relevante en la política de centro, que hoy parece que en lugar de mandatarios y asesores tuviéramos artistas con su comité de aplausos. Cualquier asomo de diferencia es visto como un ataque personal y una afrenta directa al individuo detrás de la decisión.

Reconocerse en un espectro político es una guía de navegación. Fortalece la democracia, las instituciones y las plataformas de formación de líderes, que no pueden empezar una vida de servicio pensando que la mejor forma de transformar el país es hacer avistamiento de animales marinos en momentos de crisis.

Disfrazar la crítica de odio y culpar de los problemas a la polarización va más allá de un tema semántico. Tener que celebrar las decisiones públicas de todo el mundo es una forma de coartar los derechos (y deberes) de los ciudadanos y una clara censura a la veeduría. Si algo en Colombia ha atentado contra la democracia, es eso.

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