El coronavirus y la cuarentena han sido como una lupa que han magnificado los fenómenos sociales que llevamos años escondiendo debajo de la alfombra. Hoy, para muchos es más evidente que estamos en una sociedad desigual y que hay personas que no tienen con qué comer o dónde dormir. Otros tantos recién se enteran que hay mujeres y niñas que viven con su maltratador y últimamente la academia y los organismos de cooperación internacional se han dedicado a visibilizar una realidad que nada tiene de nueva: el peso del cuidado recae en las mujeres.
Publicaciones recientes afirman que la producción de documentos académicos por parte de las mujeres ha disminuido hasta el punto de convertirse en “insignificante”, mientras que la de los hombres ha aumentado casi en un 50 %. La razón no es desconocida para nadie, mientras el confinamiento ha sido una oportunidad para que los varones aumenten su productividad, el muro materno crece tanto que es casi imposible estar en casa 24 horas y producir cualquier tipo de texto mientras tanto.
Sobre la feminización de las consecuencias de la pandemia también hay mucho que decir, la ONU afirma que el 70 % del personal de primera línea en atención a la crisis sanitaria es de sexo femenino. Sin embargo, representan sólo el 25 % de los cargos de decisión política en salud. Adicionalmente, se estima que las consecuencias en materia económica, laboral y sobre la carga familiar de la pandemia recaerán principalmente sobre las mujeres, y que las decisiones de mitigación no se están tomando con enfoque de género.
Si bien esto suena preocupante y novedoso, no tiene nada de lo segundo. En 1929 Virginia Woolf publicó el ensayo Una habitación propia en el que habla sobre el espacio de las mujeres en un mundo históricamente dominado por hombres. El ensayo nace de la idea de que todas aquellas que quieran escribir deben tener dinero y una habitación propia para hacerlo, cuenta sobre las primeras novelistas que escribían en la sala y cubrían sus manuscritos para que las visitas no lo encontraran. También expone en su relato como la razón de esas primeras novelas tienen mucho que ver con el cuidado.
Es notable para la autora que los primeros textos publicados por mujeres sean novelas y no poemas o prosas cortas que requieren menores tiempos de concentración. Woolf explica en su ensayo, que esto tiene que ver con la ausencia de una habitación propia, las tareas de cuidado y el estar en la sala que se comparte con toda la familia. Esto da acceso a gran cantidad de historias, inspiración que viene de la cotidianidad y permite escribir ideas cortas que después tomen un orden lógico.
Durante la cuarentena, muchas mujeres han tenido que ceder su “habitación propia” para dar lugar a espacios de educación en casa y otras cuantas han dejado de percibir las 500 libras al mes que según Virginia Woolf se necesitan. Será cuestión de tiempo antes de saber si la producción de textos académicos será reemplazada por una nueva ola de novelistas que volverán a ver su literatura atravesada por el cuidado.
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