Con el aumento de la xenofobia en los últimos meses, muchas imprecisiones han empezado a surgir en la conversación de las redes sociales, dos de las más frecuentes son: que los migrantes tienen la culpa de la inseguridad en las ciudades y que los refugiados venezolanos tienen más garantías en Colombia que la población nacional. Las dos son falsas.
Distintos artículos y publicaciones académicas han desmentido la relación entre la criminalidad y los flujos migratorios, es por esto que se hace importante empezar a visibilizar las carencias con las que vive la mayoría de venezolanos en territorio nacional y los riesgos que esto implica para su vida, especialmente en el caso de las mujeres.
Una de las características del éxodo venezolano tiene que ver con el orden en que las familias viajaron a Colombia: primero lo hicieron los hombres y, una vez instalados en el lugar de acogida, llegaría la anhelada reunificación familiar. Esto generó una transformación de los roles tradicionales de género e hizo que miles de mujeres se convirtieran en cabeza de familia duplicando y triplicando las jornadas y añadiendo la pobreza de tiempo como un elemento más en la vida de las venezolanas. Esto quiere decir que no logran encontrar un espacio en su día para desarrollar sus actividades personales.
Adicional a esto, el estatus migratorio irregular hace que el acceso a empleo digno sea mucho más difícil por lo que, según la organización CARE International, solo el 15 % de las mujeres venezolanas considera que sus ingresos son suficientes para cubrir sus necesidades básicas.
En lo que respecta a la violencia la situación es crítica. El cierre de fronteras y el cruce por vías irregulares (conocidas como trochas) incrementa los riesgos de protección para las mujeres que pasan por allí. Distintas entidades han denunciado que en estos tramos hay una alta prevalencia de casos de trata de personas, retención de documentos de identidad, violencia sexual y sexo por supervivencia. Adicional a esto, si una mujer es víctima de una agresión en estos pasos, el acceso a garantías procesales es limitado ya que en su mayoría no cuentan con conocimiento del funcionamiento del Estado y hay temor sobre la posibilidad de ser deportadas por no contar con documentos de identidad que acrediten su estatus migratorio regular.
Pero el paso por las trochas no es el único peligro que corre una refugiada y migrante en Colombia. Según el documento Análisis rápido de género, publicado por CARE, uno de los “síntomas” de la xenofobia se manifiesta en una hipersexualización de las mujeres venezolanas, lo que las hace especialmente vulnerables a la violencia sexual y a la explotación.
Por otro lado, un estudio de Diego Battistessa revela que entre 2017 y 2019 cada tres días murió una venezolana en Colombia y cada 11,5 días se produjo un feminicidio. Las víctimas de este último hecho tuvieron un perfil muy claro: mujeres solteras, civiles, con estudios de primaria y con condiciones laborales precarias.
En octubre de 2020 la alcaldesa de Bogotá dijo una de sus primeras frases xenófobas ante los medios de comunicación: “No quiero estigmatizar a los venezolanos, pero unos nos hacen la vida cuadritos”, un precedente muy grave teniendo en cuenta la extrema vulnerabilidad que implica ser una mujer refugiada en Colombia. Ojalá la alcaldesa replantee su discurso y se abra a los modelos de integración que buscan reestablecer los derechos de las migrantes, que sí tienen la vida hecha cuadritos.
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