Hace 90 días soy profesora en una universidad en Cúcuta. Desde que estaba en el pregrado era uno de mis planes de carrera, mis motivaciones son variadas y no necesariamente altruistas, pero era algo que en mi plan de vida tenía que pasar. A dos semanas de acabar el último semestre de clases no me siento profesora.
Cuando me dieron la bienvenida al cargo empecé a pensar en mis docentes favoritos y traté de replicar su modelo. Con un par de marcadores borrables y una sonrisa socialbacana me sentaba en posición de mariposa al frente de mis estudiantes y les hablaba de la profesión y como debería ser. Qué hay que investigar, cómo ser un profesional ético, cuál es el secreto de la educación primaria y mi favorita: cómo hacer intervención social.
Todo iba bien para mi, hasta que un día una estudiante me dijo que no estaba entendiendo nada y que mi método “participativo” de enseñar no estaba dejando suficiente información en sus apuntes. Así, mientras yo trataba de intentar nuevas didácticas para enseñar, llegó la pandemia que paralizó el mundo y yo tuve que idear la manera de hacer de este viaje algo que medianamente valga la pena.
Es difícil hacerse a la idea de un nuevo oficio cuando la única interacción con él es mediante una pantalla, a días de los parciales finales todavía me parece surreal que otros me reconozcan como su profesora. Encuentro más increíble, aún, que algunos encuentren en mi conversación un espacio de confianza y desahogo.
Reconocerme como profesora ha sido un proceso lento porque ha obligado a deconstruirme y acabar con mis mitos sobre lo que es importante en la educación. Si bien mi proceso de construcción de una identidad docente se centraba en la preparación de clases y parciales, mis estudiantes me han llevado a identificar que lo más valioso es lo que pasa fuera del aula. He aprendido a entender a mis estudiantes desde su individualidad, a hablar con cada uno de ellos sobre su rendimiento académico y monitorear de cerca a los que parecen no salir adelante con las notas.
Desde que hago parte de una comunidad educativa valoro mucho más lo que hacen los docentes, entiendo que esto no solo es una vocación o un servicio, es una forma de vivir. Uno nunca se termina de desconectar de sus estudiantes, en cualquier momento puede llegar una idea o una conversación que puede ser la epifanía que entregue la solución a una situación problemática.
El 15 de mayo es el día del maestro, aunque yo no creo que sea una, seguramente sí viviré la conmemoración de una manera muy especial. Me siento llena de admiración por las personas que han hecho esto por muchos años y estoy segura que si hay un gremio capaz de cambiar el mundo es este.
A todos los profes, feliz día.
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