Cuando todo empezó, las noticias mostraban videos de familias cruzando por el río, con los colchones a cuestas, la información estaba centrada en la emergencia y venía cargada de una inmensa incertidumbre. Era el 2015 y Nicolás Maduro había empezado una “campaña oficial para erradicar el crimen y el contrabando fronterizo”, que consistía principalmente en cerrar las fronteras con Colombia y deportar familias enteras, muchas de ellas compuestas por víctimas del conflicto armado que habían viajado a Venezuela escapando de la muerte.
Ese fue, tal vez, el punto de quiebre que puso la crisis migratoria en la agenda de los medios de comunicación, que se concentraron en contar la historia de las familias que quedaron separadas por los puentes que marcan la frontera entre Venezuela y Norte de Santander.
Con el tiempo, el flujo migratorio fue creciendo y con él un sin fin de titulares sensacionalistas y hasta un especial llamado invasión venezolana, que alimentaron la xenofobia, haciendo necesaria una revisión sobre el relato y el rol de los medios en la integración de los migrantes a sus comunidades de acogida.
La consecuencia de esto fue el surgimiento de una línea editorial que se esforzaba por contar las historias de los migrantes y así hacer un llamado a la empatía. Apoyados en formatos de video, columnas de opinión, documentales y conmemoraciones, durante años tuvimos acceso a un momento de la vida de cientos de personas en tránsito y sus familias, conocimos con nombre propio a los emprendedores que salieron adelante y a los niños y niñas que comparten felices con sus amiguitos porque “la amistad no tiene nacionalidad”.
Quizá por esa evolución preocupa que, de cara a los cambios estructurales, la narrativa no se transforme. El pasado 9 de febrero el Gobierno Nacional presentó el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos y, como era de esperarse, el domingo siguiente varias columnas estuvieron dedicadas a este tema. Sin embargo, era más de lo mismo: historias de migrantes disfrazados de héroes, relatos desgarradores en paisajes áridos e, incluso, una columnista habló de terrores y milagros.
Avanzar en la apuesta por la integración que empezó en Colombia requiere que los medios de comunicación se alineen con el relato. En consecuencia de esto, ha llegado el momento de abandonar la conmovedora narrativa de los migrantes y cambiarla por la historia de la migración, que implica lo que pasó antes y cómo el pasado es parte fundamental de lo que viene.
Un cambio de narrativa supone el reto de hablar de transformación cultural, de acción comunitaria, integración e innovación. Persistir en el storytelling nos pone en el riesgo inminente de caer en el paternalismo y en pensar que los migrantes están aquí porque, como dicen algunos, les “estamos haciendo el favor”. La historia de la migración es la historia del cambio y de las oportunidades de promover ciudadanías activas, es decirle a los relatos de mártires nunca más.
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