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Los árboles se están convirtiendo en la nueva “moneda” del siglo XXI. Así de sencillo.

En repetidas ocasiones he explicado cómo los árboles naturalmente absorben un alto porcentaje de C02, ayudando a contrarrestar los efectos de la producción de contaminantes en la atmósfera. Recordemos que un árbol puede almacenar al año aproximadamente 22 kilogramos de C02 al año, y en términos generales, representan el 30% de la absorción de estos gases a nivel mundial.

Sin embargo, hoy en día nos estamos enfrentando a lo que se denomina como “desiertos verdes”. Es decir, extensas áreas de terreno donde los árboles se siembran estratégicamente para que en unos 10 a 20 años estos puedan ser talados con fines comerciales.

De ahí se deriva uno de los grandes problemas: muchos de los árboles no son nativos. Lo que hacen es sembrar especies invasoras, como el eucalipto, que terminan generando una mayor afectación en los suelos, erosión descontrolada y la mortandad de las especies que allí habitan.

En muchas ocasiones se deciden plantar árboles de rápido crecimiento pero que a larga terminan perjudicando en mayor medida los ecosistemas. Es decir, puede que la tasa de reforestación y cobertura vegetal aumente en algunos casos, pero el porcentaje de disponibilidad de agua y de restauración ecológica se vaya al suelo.

Mejor dicho, reforestar no es lo mismo que restaurar.

Ahora bien, todo esto viene atado indiscutiblemente al “acelere” que tienen los países (sobretodo las grandes potencias), de cumplir con las metas establecidas a 2030 y 2050 como parte de los acuerdos internacionales. Y es que, por llegar a toda costa con las cuotas de reforestación, se inventan los famosos certificados de C02 con los cuales se pueden compensar las emisiones por cada cierto número de árboles sembrados.

En definitiva, dicha estrategia termina siendo una especie de lavado de conciencia o de remordimiento para las grandes compañías y compradores de madera en el mundo.

Uno de los puntos que más me sorprendió al investigar sobre este asunto es que la simple siembra de árboles en algunas zonas es definitivamente más perjudicial para el Planeta por efectos conocidos como el “albedo”, en el cual las copas de los árboles sembrados en zonas equivocadas se terminan calentando aún más por la radiación solar, lo que termina ocasionando el aumento en la temperatura de los suelos.

Es decir, no todos los terrenos son aptos para todo tipo de árboles y viceversa.

Y es que para pensar en reforestación indudablemente se deben tener en cuenta a las comunidades de las zonas para que sean ellas mismas las veedoras de los procesos de siembra, protejan a los terrenos como cuidadores designados, y promocionen nuevas forman de reemplazar esos productos derivados de la madera por otros que sean eco-sostenibles.

Hoy en día, incluso con más veras teniendo en cuenta que en Colombia se está cocinando una nueva Ley de siembra obligatoria para las empresas (Ley 2173), es importante entender y conocer el ecosistema a profundidad para poder tomar decisiones responsables con cada árbol plantado.

No podemos dedicarnos ahora a sembrar árboles como locos sin antes estudiar su proveniencia, el tipo de terreno, las condiciones y, sobre todo, cómo se va a garantizar el cuidado durante los próximos años.

Así que mi respuesta ante el cuestionamiento inicial es que no. Sembrar árboles no es la única solución y menos si lo hacemos de manera irresponsable. Todo es un balance de soluciones y factores que tienen que manejarse de la mejor forma posible y, sobre todo, informada.

Es como creer que tomar agua en exceso es bueno porque con eso creemos que nos vamos a salvar de engordarnos o enfermarnos. Hay que saberla tomar y mesurar para que no produzca en nosotros un efecto revés.

Mejor dicho, como dicen por ahí, en un inicio siempre fue mejor dejar crecer a los árboles de manera natural y no jugar ahora a los “todos poderosos” creadores de bosques. 

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