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Nuevamente nos quedamos perplejos con el alcance que tiene el consumismo excesivo que degrada nuestros océanos sin la menor dósis de compasión.

En pasados días, se encontró a un barco de procedencia panameña (Taurus – 1) que opera para una empresa directamente en Bogotá, cerca a Bahía Solano y sin autorización alguna (ya que se encontraba a 22 millas náuticas de la costa, cuando en realidad deberían estar a 30 o más), pescando como loco y llevándose de paso a varios delfines.

Así, como si fueran una pesca milagrosa…

Pero más allá que la embarcación haya sido regresada y se pudieran rescatar a algunos de los delfines, el problema real está en la autorización de la pesca de arrastre y la pesca industrial en pleno siglo XXI teniendo presente cómo están los ecosistemas actualmente.

Más del 55 % de la pesca en el mundo se hace a través de la práctica industrial (Green Peace)

El problema de este tipo de pesca es que, a diferencia de la artesanal que tiene un sentido de subsistencia a pequeña escala, utiliza grandes redes que cuelgan de la embarcación para poder capturar no solo gigantescos volúmenes de especies, sino que de paso se llevan a más de un delfín, tiburón, tortuga, y así sucesivamente.

No digo que todas las empresas que se dedican a esta actividad lo hagan mal; de seguro hay muchas que sí cumplen con los estándares de calidad.

La pesca de arrastre consiste en que la red se lleva indiscriminadamente todo lo que se le pase por su recorrido (incluso corales y plantas marinas), con el objetivo de maximizar las capturas en el trayecto. En este sentido, lo que en un principio parecía una actividad económica con sentido, ahora se ha convertido en el holocausto marino con un componente adicional: la sobrepesca.

Recordemos que todos los ecosistemas del Planeta tienen una tasa de explotación aprovechable por el hombre, sin que se vuelva contraproducente para su recuperación y restauración. No obstante, cada vez sacamos más y más especies del mar, pensando que son un recurso infinito.

Piénselo así: si siembra tomates en su huerta, pero cada vez le da por iniciar más temprano la cosecha, sin fertilizar la tierra, sin agregarle abonos, regarla o rastrillarla, de seguro que va a ver cómo ésta se poco a poco va convirtiendo en un lodazal lleno de maleza, con tomates en condiciones menos óptimas y con una muy baja productividad.

Lo mismo ocurre en los ecosistemas marinos. Realmente es poco lo que queda y lo que resta ya está en muy mal estado, y lo peor, es que las aguas que no hacen parte de ningún país y que no tienen ningún tipo de regulación, se convierten en la “cancha pública” para que cada quien haga lo que le parezca.

La pesca Ilegal, No Declarada y No Reglamentada (INDNR) en territorio marino, puede ocurrir en cualquier parte del mismo e incluye una serie de actividades ilícitas como pescar sin permiso, fuera de temporada, utilizar artes de pesca proscritas, no respetar las cuotas de captura, no declarar o dar información falsa sobre los volúmenes y las especies capturadas, entre otras (MarViva).

Para muchos la solución recae en dejar de comprar atún o al menos se cerciorarían que la lata tenga algún sello en especial; otros simplemente eliminarían la dieta del pescado en sus vida sin importar la especie que les pongan en el plato, y los más filantrópicos comenzarán a construir grupos comunitarios para hacerle frente al Tratado Global de los Océanos y presionar a sus gobierno locales.

Francamente a estas alturas no sé si nos encontremos en un punto de no retorno; lo que sí sé que debemos educarnos mucho más en qué de lo que estamos consumiendo proviene de la pesca ilegal, industrial o artesanal, para poder tomar decisiones más conscientes como consumidores activos.

La ley de la oferta y la demanda en su máximo esplendor.

Aunque debo admitirlo, vi mucha indignación en redes sociales que terminó por llamar la atención de la Ministra y de las autoridades marítimas de la zona para tomar cartas en el asunto con mayor contundencia.

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