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Es por esto que NO vamos de rumba cuando tenemos novia: porque ya conquistamos lo que queríamos, ya dimos la batalla que teníamos que dar para tener al lado a esa mujer deseada que amanece junto a nosotros.

Ahí es cuando vienen los reclamos que ellas acostumbran a hacer públicos, generalmente en reuniones con otras mujeres y sin mencionar nuestros nombres directamente, como si la cosa fuera con otro: «Es que como antes SÍ me llevaban a bailar… es que como ya no me sacan NI A LA ESQUINA». A uno le toca hacerse el bobo: «Ay, no digas eso… ayer te dije que fuéramos al estadio, pero tú no quisiste».

Por supuesto, al principio uno baila para tener un espacio apropiado de libre coqueteo, pero luego -una vez reclamado el botín- da pereza hacer algo que en realidad no disfrutamos.

Y no lo disfrutamos porque es contrario a la naturaleza masculina, a menos que usted se considere un Billy Elliot de barrio, en cuyo caso lo felicito por seguir sus instintos artísticos. De otra parte, a ellas sí les queda bien decir cosas como «¡uy, marica, me fascina esa canción!» o «¡me encanta bailar!».

En el fondo, creo que el arte de mover el cuerpo al ritmo de la música está diseñado para la anatomía femenina. Sus caderas fueron moldeadas para ser contoneadas y su pelo largo es útil para volearlo y seducir con su alboroto capilar.

Nosotros, por el contrario, carecemos de curvas (a excepción de los abuelitos, quienes tienen una ligera inclinación hacia delante a la altura de la cadera, lo que -si bien cabe dentro de la definición de curva- no es sexy). Eso sí, hay buenos ejemplos de hombres expertos en la materia como Joaquín Cortés o Michael Jackson, pero si usted se compara con alguno de ellos -insisto- es de extrema urgencia que visite a un sicólogo para que diagnostique los orígenes de su delirio (le llaman el ‘delirio Carlos Calero’).

Debemos lograr que nuestras novias entiendan una cosa: muchos hombres vamos a rumbear con el exclusivo propósito de ‘levantar’ porque sabemos que es el escenario perfecto para ir de cacería y soltar los perros. El ambiente es ideal: poca luz, ‘alcohol afloja-voluntades’ para ellas y ‘alcohol Zucaritas’ en el caso de nosotros (para sacar al tigre que hay en mí).

 

«Claro, me encantaría ver ‘Sex and the City’ (¡pfff!)»

En una rumba, además, el baile es la excusa perfecta para alejar a las mujeres de su manada -de su zona cómoda, de su círculo de confianza- y así propiciar un espacio de intimidad para acercar los cuerpos, para dejar que huelan nuestros perfumes y hablarles al oído, para decirles un piropo y luego un chiste… luego, otro piropo.

Al mismo tiempo, una fiesta es un lugar neutral porque allá llegan todos los que quieren, sin el susto o el compromiso de una cita ‘uno a uno’, sino con la tranquilidad de un espacio abierto al público donde, simplemente, ‘coincidimos’ los unos con los otros.

Y en esa dinámica el hombre hace lo que sea -LO QUE SEA- para conseguir lo que quiere: «Ven, vamos a bailar. Soy hasta buen salsero». Entonces uno saca sus mejores movimientos: que la vuelta, que el reversible, que el ocho, que te salí por aquí, que ahora por acá, que píllate esta, que ojo a esta otra, que el chiste, que la vaina, que uy, que te pegué mucho la cara, que casi te chanto un beso… Además, uno se aprende todos los pasos y las letras de las canciones de moda. Yo, por ejemplo, confieso que practicaba antes de cada salida, desde el movimiento de manos de Eminem hasta el paso saltadito de Carlos Vives (el que hace en ‘chores’ y sandalias).

Si uno tiene éxito haciendo semejante show le da paso a otra pequeña etapa de mentiras piadosas, a las que uno acude -igual que en el baile- con el exclusivo propósito de ‘levantar’: «Claro, linda, me encantaría ir a ver contigo la nueva película de ‘Sex and the City’ (¡pfff!)… Por supuesto, preciosa, vamos al parque con tu hermanito, ¡qué rico conocerlo! (ahí es donde uno echa la historia de vaqueros)… Oye, ¡a mí también me encanta cocinar!, ¡qué coincidencia! (métale los dedos a la boca a ver si de verdad esa mujer no tiene dientes)… Yo también quiero ir despacio (sí, claro; eso es tan real como el Ratón Pérez o los regalos traídos por el mismísimo Niño Dios)».

 

«Van a ir resto de viejas; los únicos manes seríamos usted y yo»

Al fin y al cabo eso es como pescar. Si los peces están al oriente, pues uno no va a buscarlos al occidente. Lo hablé recientemente con un amigo. Él va a todos los matrimonios, primeras comuniones, fiestas de salón comunal, showers y a cuanto evento lo inviten. La verdad es que me recuerda a mí mismo, antes de tener novia. En medio del desespero disparaba a todo lado, indiscriminadamente (a las altas, a las bajas, a las gordas, a las flacas); y de vez en cuando ponía en Facebook cosas como: «¿Algo para hacer esta noche?» (con número de celular, PIN y teléfono de la casa, por si las moscas).

Al principio, mi amigo me invitaba con frecuencia a sus salidas adolescentes, para que fuera su compinche, su lanza, su coequipero de aventuras. Intentaba convencerme con la promesa siempre incumplida que hace todo hombre que anda en las mismas: «Marica, van a ir resto de viejas y creo que los únicos manes seríamos usted y yo» (sí, claro, y ‘el Coco’ también existe, igual que el Ratón Pérez).

Es comprensible que, a falta de novia, uno se tire en plancha a cuanto plan le propongan. Cuando se ha padecido un largo periodo de soledad, las tardes de los domingos y de los lunes festivos se vuelven tediosas, por eso es que uno le pone tanta fe a las noches de viernes y sábados, para conseguir con quien pasar el resto del fin de semana.

Sin embargo, me he puesto a pensar en lo perezosos que nos volvemos con nuestras novias cuando creemos que ya las tenemos aseguradas. Peor aún, nos convertimos en unos verdaderos timadores. Es injusto con ellas, porque les presentamos a un bailador estándar de salsa que ya no baila; les mostramos a un cocinero aceptable que ya no pisa la cocina y les prometimos a un cinéfilo que ya no está dispuesto a ver sus comedias románticas como antes. Estamos hablando de una vil estafa; es como ofrecer ‘publicidad engañosa’.

Yo los invito a que mejor seamos unos Billy Elliot de barrio o que intentemos ser unos Michael Jackson de vereda, no importa si nos diagnostican el ‘delirio Carlos Calero’. Eso siempre será mejor que portarse como un embaucador.

 

*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Nota a los lectores: los días de este blog están contados’


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