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Sequía

La advertencia de que este semestre se va a acabar el agua en Colombia es en serio y sin embargo, a pesar de lo dramático de la situación, pareciera que a muy pocos les afecta el tema.

El Ideam anunció que el fenómeno del niño durará hasta marzo o abril de este año, con la grave implicación de que hasta el segundo trimestre de 2016 habrá una sequía preocupante que amenaza con el equilibrio hídrico de Colombia. Los impactos, sin embargo, han empezado a sentirse en zonas rurales alejadas, lo que ha generado que en las grandes ciudades la crisis parezca ajena.

En Bogotá, por ejemplo, aún llega agua a las casas con suficiente presión, lo que ha generado que muchos crean que las imágenes de prensa son exageración y que, por el contrario, el fenómeno del niño es una bendición porque ha mejorado considerablemente el clima de la capital del país.

Esta es una ignorancia generalizada peligrosísima, porque conllevará, en definitiva, a que el país no logre superar esta crisis. Aunque en las conversaciones de señoras siempre se toque el tema, la conclusión termina por ser un propósito vacío e hipócrita de ahorrar agua que se olvida tan pronto las personas están debajo del chorro de agua caliente.

A todos los que malgastan el agua les sugiero tener de presente que en el municipio de La Cumbre (Valle del Cauca) hay un racionamiento hídrico que dura 17 horas cada día hábil y hasta 40 en fines de semana, que todo el departamento del Atlántico fue declarado en estado de calamidad pública por la imposibilidad de surtir los acueductos de algunas subregiones, que en más de 70 barrios de Cali (en los que se cuentan quinientos mil habitantes) se ha decretado el corte de agua por seis horas cada noche, que en Cundinamarca y Boyacá se han destruido cultivos no sólo por la ausencia de riego sino porque las altas temperaturas generan heladas que queman los sembrados y que en las regiones Caribe y Orinoquía el ganado se muere de sed.

Asimismo, es necesario no perder de vista que los ríos Magdalena y Cauca, las cuencas más importantes del país, han disminuido hasta un punto dramático: en Puerto Berrío el Magdalena registra una reducción de 80 centímetros y en Barrancabermeja el nivel del río alcanza apenas 60 centímetros (como dos reglas escolares).

Cada gota desperdiciada nos acerca más a un destino inminente y aterrador que más temprano que tarde nos golpeará a todos. Imagínese por un momento que alguno de sus hijos pequeños vomite y usted no tenga con qué limpiar ni su casa ni su ropa. O que proliferen enfermedades y olores porque la gente no puede bañarse. O que las caries acaben con sus dientes por no tener agua para lavárselos. O que se acabe la comida porque es imposible regar los cultivos. O que escasee el aguardiente por sustracción de la materia prima.

Pero como en Colombia no aprendemos sino a los madrazos, lo mejor que nos podría pasar es que se acabe el agua, a ver si ese susto genera, de una vez por todas, la convicción de que el recurso hídrico es esencial y que su cuidado es una responsabilidad de todos.

La generación de colombianos que vivió el apagón de 1992 hoy en día es más cuidadosa en el ahorro de la energía. Esperemos que esta generación de 2016, que está próxima a vivir sin agua, aprenda hacia el futuro que este fluido no es ilimitado.

 

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