«Yo no era como ellos, yo me di cuenta muy rápido de dónde estaba y a los siete años ya sabía que me iba a ir. No sabía cuándo ni a dónde. A mí me preguntaban: ¿qué quieres ser cuando grande? Y yo decía: extranjera».
El sonido de las olas, de Margarita García Robayo, contiene tres novelas cortas atadas por el mar y la vida en el Caribe. Pero también por algunos de los temas que incomodan a la escritora, quien en diversas entrevistas ha afirmado que la molestia es uno de sus motores a la hora de escribir.
Aunque las tres novelas fueron escritas en momentos diferentes y distantes entre sí, al leerlas se percibe una columna vertebral que soporta al libro que las compiló. No solo por los asuntos que subyacen a las narraciones, sino por la presencia de elementos que conectan a las tres protagonistas: una niña, una adolescente, una joven adulta. Todas, en la etapa de vida que experimentan, miran su entorno con extrañamiento, se sienten ajenas y buscan huir. Parece que afuera de ese ecosistema hay oportunidades de cambio, de escalamiento, y eso impulsa en medio del hartazgo de la cotidianidad.
Hasta que pase un huracán relata la historia de una mujer que está dispuesta a todo por irse del país, valiéndose del simbolismo de su cuerpo como medio. Persigue un imaginario de progreso común entre los latinoamericanos, porque la sociedad de su origen está atascada y ella permanece en el hastío. Esa búsqueda es tan compleja como desgastante, al punto de someterla a una vida en trance que observa cómo los que se van carecen de esa necesidad visceral de huida, mientras ella, que sí la tiene, advierte un estancamiento derivado de las mismas dinámicas locales.
Lo que no aprendí es la novela más larga y está compuesta por dos partes. En la primera narra Catalina, una niña de once años que quiere saber más de su papá: su verdadero trabajo, lo que habita su mente y el aura mística que despierta en la comunidad. Su mamá, una mujer difícil y arrebatada que tampoco entiende a su esposo, insiste en el ocultamiento y se encarga de abrir más interrogantes en la curiosidad de la protagonista. Como sus preguntas no hacen eco en la familia, ella busca por otros lados: libros, vecinos y sueños que le den información. En la segunda parte narra una adulta que, por un encuentro familiar en circunstancias de estremecimiento, cuestiona la reconstrucción de los recuerdos. En vista de que cada miembro de la familia tiene una versión diferente de los sucesos, su deseo de escribir -porque ella es escritora- batalla con el raro mecanismo mental que clasifica hechos y los alberga como quiere en los anaqueles de la memoria.
Finalmente, Educación Sexual es un relato construido a manera de folletín y atravesado por la historia de unas adolescentes educadas en un colegio del Opus Dei. Allí, la formación en sexualidad, a todas luces condicionada por la prohibición, se sustenta en la culpa y en la difusión de recursos audiovisuales dignos de pesadillas en las noches. La protagonista, que mantiene vínculos ambivalentes con sus amigas, vive para sobrellevar el fastidio que supone su contexto desde la expectación marginal.
Las tres novelas cortas comparten miradas al racismo, a la figura del padre, al clasismo, a las desigualdades, al abuso sexual, a la migración y al ambiente sociopolítico que ha reforzado la idiosincrasia de lugares extrapolables a cualquier rincón de América Latina. También coinciden, desde el punto de vista formal, en la experimentación e hibridación literaria. Lo que en la edición es etiquetado como novela corta, transita las fronteras del ensayo, del cuento largo y juega incluso con la autoficción. Esa condición anfibia que no solo explora la intimidad sino que solapa contextos y fenómenos colectivos, es uno de los aspectos más interesantes de la pluma de Margarita. Su construcción de imágenes, propia de una observadora precisa, revela y sacude a partes iguales.
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