
El costo invisible de elegir: cuando cada sí encierra un no
Cuenta una antigua leyenda hindú que, en los albores del tiempo, los dioses ofrecieron a un joven príncipe la posibilidad de elegir entre dos dones: el poder de la certeza o el poder de la libertad. El primero le permitiría saber siempre qué hacer, qué camino tomar, qué decisión era la correcta. El segundo le daría la capacidad de decidir por sí mismo, sin garantías. El príncipe, con el corazón apretado por la duda, preguntó qué ocurriría si elegía la certeza. Y los dioses le respondieron: “Renunciarás a ti mismo, pues ya no serás quien elige, sino quien obedece”. Entonces, el príncipe eligió la libertad, aceptando la carga y el regalo de cada elección: la renuncia.
Desde entonces, así caminamos todos, eligiendo a diario. Eligiendo incluso cuando creemos que no lo hacemos, porque no decidir también es una forma de elegir: dejar que la vida, las circunstancias o los otros lo hagan por nosotros. Despertamos y decidimos qué hora marcará el inicio de nuestro día, qué palabras diremos, con quién compartiremos el café, en qué pensamiento habitaremos.
En pocas palabra, elegimos qué versión de nosotros mismos vamos a poner al frente.
Pero elegir no es tan simple como parece, porque toda elección verdadera tiene un reverso e implica dejar algo atrás. Cada vez que decimos sí a una posibilidad, estamos diciendo no a otra. Cuando elegimos avanzar, estamos renunciando a quedarnos quietos. Cuando elegimos quedarnos, estamos cerrando la puerta al movimiento. Y no siempre estamos dispuestos a mirar de frente ese precio. A veces preferimos convencernos de que podemos tenerlo todo, sin pérdida ni sacrificio, pero eso es una ilusión que se desmorona con la experiencia.
En la vida profesional lo vemos también con claridad cuando, por ejemplo, un líder decide enfocar su equipo en la innovación y eso lleva a renunciar, por ejemplo, a la seguridad de lo probado. Cada camino abre oportunidades, pero también implica soltar otras.
Y en lo personal, ahí si que el juego es desafiante. ¿O acaso piensas que cuando eliges, por ejemplo, comprometerte con alguien no estás diciéndole no a una parte de tu libertad individual, no porque sea una pérdida sino porque es una apuesta? ¿Qué son las infidelidades si no es la incapacidad del infiel de ser coherente con su elección? El compromiso no es una cadena, es una elección que se renueva cuando hay coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Pero si decimos que queremos una relación profunda y luego vivimos buscando escapes o distracciones, esa elección pierde fuerza, porque siempre habrá la tentación de nuevas elecciones y no dudes que alguien siempre saldrá herido. No basta con elegir una vez. Hay que sostener la decisión con actos, con presencia, con propósito.
Metas y objetivos
Lo mismo ocurre con nuestras metas. Muchas personas dicen que quieren paz, estabilidad o bienestar, pero cada día escogen pensamientos que las alteran, decisiones que las alejan o entornos que las agotan. Y no se trata de juzgar, sino de observar: ¿de verdad estoy eligiendo lo que digo que quiero, o sólo lo deseo sin estar dispuesto a lo que implica?
Este es el punto más delicado: elegir con conciencia, no solo desde la mente, sino desde una conexión honesta con lo que de verdad importa.
La elección consciente no se trata de tener todas las respuestas, sino de asumir lo que decidimos, de no actuar desde el piloto automático ni desde la evasión. A veces creemos que no tenemos opciones. Pero incluso cuando no podemos cambiar una situación, sí podemos decidir cómo posicionarnos frente a ella. Podemos aceptarla, transformarla o dejarla. Y esa elección interna hace toda la diferencia.
Volver a nuestras decisiones, mirar con honestidad lo que hemos elegido —y lo que hemos evitado elegir— puede ser un acto profundamente liberador. Tal vez no podamos cambiar el pasado, pero sí podemos revisar si estamos habitando con coherencia nuestras elecciones actuales.
Preguntarnos, por ejemplo: ¿a qué sigo renunciando sin darme cuenta? ¿Qué decisiones estoy postergando por miedo a lo que perdería? ¿Dónde he dicho que sí, pero sigo actuando como si no?
Hay elecciones que se sienten como saltos, mientras que otras parecen diminutas, pero a lo largo del tiempo definen el rumbo de nuestra vida y cada una de ellas merecen ser miradas con atención, no porque haya una forma perfecta de elegir, sino porque somos nosotros quienes le damos sentido a cada decisión, cuando la vivimos con coherencia y presencia.
Al final, como el príncipe de la leyenda, también nosotros estamos llamados a elegir con libertad. A abrazar el hecho de que no podemos tenerlo todo, pero sí podemos tener lo que realmente importa, si estamos dispuestos a elegirlo y a sostenerlo, porque el poder más profundo no está en acertar siempre, sino en vivir cada elección con sentido, sabiendo que cada sí verdadero lleva consigo un no que también honramos. Esa es la madurez que transforma vidas y organizaciones: el arte invisible de elegir.
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