Mientras miles de las personas que habitan Bogotá, se encuentran dedicadas al esparcimiento y al descanso en climas más tropicales, algunos bogotanos nos encontramos disfrutando un manjar de dioses destinado a los sufridos seres humanos que padecemos la inclemencia de trancones, transmilenio, filas bancarias, y demás padecimientos a los que habitualmente estamos sometidos. Es que cada diciembre nuestra capital literalmente se desocupa, quedando un puñado de privilegiadas personas que disfrutamos las vacaciones en el lugar más relajado para tales efectos: Bogotá. El caos, la inseguridad, la zozobra, y todas la sensaciones que invaden nuestro diario vivir, se trasladan al terminal, aeropuerto y a las salidas de nuestra ciudad; cientos de miles de personas atiborran estos lugares en una lucha demencial por el anhelado tiquete que les permite salir de la capital, llevando a nuestras carreteras intermunicipales y a otras ciudades, el molesto caos que nos acompaña la mayor parte del año; afamados veraneaderos como Melgar o Girardot y otros más exóticos como los de nuestras costas sufren el rigor de esta jauría que con el ánimo de descansar se embarca en planes que distan mucho de ser tranquilos y relajados.
Esta sensación de deleite se puede disfrutar en Bogotá en el mes de enero (sobre todo antes del puente de reyes), y en ocasiones durante la semana santa; en estos periodos, planes tan escabrosos en otra época como recorrer el centro, resultan todo un placer. Se producen milagros tales como que la décima y la Jiménez recobren cierta belleza arrebatada por el inclemente paso de los años, de la gente y de los buses. El cine, los cafes, bares y todos aquellos sitios destinados al uso público (excepto el transmilenio que sigue abarrotado), se pueden disfrutar mejor, incluso es posible almorzar tranquilo a medio día sin tener la incomoda presencia de personas en frente, esperando a que uno desocupe la mesa.
Luego de pasadas las fiestas y después de haber vivido y disfrutado la ciudad en todo su esplendor, los pocos que nos quedamos, nos refugiamos en nuestros hogares durante el puente de reyes a observar por el noticiero, las penurias del regreso a Bogotá y a esperar resignados el día siguiente a una jauría de personas totalmente agotadas y vaciadas por las ansiadas vacaciones. El estado de ánimo en ambos grupos es visible, pero con el correr de los días las diferencias se hacen imperceptibles y todos afrontamos el resto del año con la esperanza de que aparezca el mes de enero en nuestro calendario y con él desaparezca, así sea por unos días, el acelerado ritmo de vida capitalino.
El deleite y los placeres son egoístas, por tal razón no me atrevería a cometer la tontería de invitar gente a pasar estas fechas en Bogotá, tampoco quiero que se tome como una afrenta a las personas que no son de la ciudad, por el contrario, gracias a ellos podemos disfrutar un envidiable principio de año, en el cual ponerse unas gafas de sol y saborear un rico helado es todo lo que necesitamos los bogotanos para sentirnos relajados.
Publique esta misma entrada a finales de 2006 y sigue tan vigente y tan cierta como en ese entonces
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DON BETO
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