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Sentarse frente a un televisor a ver un noticiero o una película es, la mayoría de las veces, una prueba para medir el temple de los nervios del espectador. El impacto emocional negativo que produce en una persona común y corriente la observación de imágenes explícitas relacionadas con hechos macabros y morbosos de los cuales son víctimas ciudadanos desprevenidos o menores de edad en estado de absoluta indefensión, es apabullante. La violencia es ama y señora de los medios.

Entiendo que los medios tienen el deber de informar a la comunidad sobre los hechos de interés general que acontecen en su espacio. Lamentablemente, muchos de esos sucesos son crímenes cometidos por sujetos desquiciados en circunstancias que merecen el repudio de la sociedad. A mí, en particular, me conmueven al extremo los abusos y las violaciones cometidos contra los niños. Algunos de ellos, incluso, menores de un año de edad.

En muchos de esos casos cuestiono el punto de vista desde el cual se aborda la información. No sé si es necesario que se suministren al público detalles minuciosos de las acciones llevadas a cabo por el criminal. El relato crudo de cómo ocurrió el hecho llega con frecuencia al extremo de la repugnancia. La prevención de que “el contenido de las siguientes imágenes puede herir la susceptibilidad de algunas personas” a veces no es suficiente para disminuir la impresión que causan. Creo que esa profusión de pormenores interesa más a las autoridades que investigan el asunto que al resto de la sociedad.

Mi opinión se basa en el efecto que produce en mí el conocimiento de tales atrocidades. Cada vez que eso sucede no puedo evitar colocarme en el lugar de los padres, hermanos, amigos y demás allegados de las víctimas. Les confieso que la sensación que experimento es deprimente. De algún modo me siento contaminada, intoxicada, por la onda o el eco de iniquidad que propaga un acto de esa naturaleza.  Es posible que otras personas sean indiferentes frente a la situación porque han creado en su conciencia una costra de insensibilidad. Cada uno, a su modo, digiere o repele lo que destila una sociedad que parece estar en franca decadencia debido a la pérdida acelerada del concepto de humanidad.

Justamente en estos momentos la radio está informando del caso denunciado en una ciudad intermedia de Colombia en el cual un profesor de religión abusó sexualmente de una menor de nueve años a cambio de incrementarle la calificación de la materia. Me parece absurdo y de extrema gravedad. Supongo, por el contenido de la noticia, que ese docente enseñaba principios cristianos desde el punto de vista católico o de alguna vertiente protestante. No importa. La esencia de la enseñanza religiosa no solamente consiste en divulgar que existe un Dios al que debemos amar sino también en inculcar en el educando el respeto por la dignidad del prójimo. Es decir, exactamente lo contrario del acto realizado por ese maestro. No quiero imaginarme las secuelas emocionales y sicológicas que afectaran por mucho tiempo, o quizás por toda la vida, a la niña abusada por ese miserable.

Mi actitud ante esta clase de “noticias” muchas veces consiste en tomar el control remoto y buscar un canal donde pueda encontrar un contenido menos escalofriante. Con la radio tengo menos inconvenientes porque es un medio que poco escucho. Sin embargo, volviendo al tema de la televisión y retomando lo que dije en el párrafo inicial de esta entrada, los temas centrales de las series de mayor éxito no están exentos del mismo contenido de las noticias: violaciones, asaltos, homicidios, terrorismo, secuestros.

Además, aunque no menos grave pero tal vez sin el impacto de las conductas precedentes, cabe resaltar que esas producciones cinematográficas exponen con naturalidad comportamientos inmorales como la infidelidad conyugal, la traición entre amigos, el consumo de sustancias alucinógenas, el abuso del alcohol, etc. Es decir, el mal ejemplo cunde por todas partes. Y no se trata de decir que hay que ver el panorama con “mente abierta”. No se puede ser indiferente ante la exhibición de escenas que envilecen al ser humano. Nadie quiere que sus hijos repliquen lo que ven. Por eso creo que el mundo en el que están creciendo las nuevas generaciones es un caldo de cultivo para la formación de personas frustradas en muchos sentidos.

Quienes tienen la responsabilidad de liderar la sociedad en sus distintos estamentos deben asumir con mucha seriedad el compromiso de trazar planes y proyectos orientados a rescatar el respeto por los valores y principios que constituyen la base de una comunidad. No es un trabajo fácil pero tampoco es imposible. El primer paso se debe dar en el interior de las familias. Vale la pena que quienes somos padres nos miremos frente al espejo y nos preguntemos qué clase de ejemplo le estamos dando a nuestros hijos. Si la respuesta no nos gusta no hay que darse por derrotado.

Pienso que nunca es tarde para empezar a ser una buena persona. Si bien no es fácil cambiar de un día para otro, el proceso se debe llevar paso a paso. Cada quien sabe en qué está fallando y dónde debe mejorar. La clave consiste en dar el primer paso y después no parar.

A quienes manejan los medios audiovisuales les recuerdo que de algún modo son, igualmente, orientadores de la sociedad. Ojalá tuvieran en cuenta que el rating, si bien es importante, no es el objeto de su misión. Si las personas y las instituciones olvidan que el propósito del trabajo que llevan a cabo no es la acumulación de riquezas sino la transformación del mundo presente en un espacio mejor, todos estamos perdidos.

El Portal de los Sueños

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