Empecemos por la popular «cucharita». No es tan maravilloso como lo idealizamos. Dormir con ella, de lado, abrazados, tú a su espalda… usualmente te enredas entre su pelo y su pelo se enreda entre tu boca. Claro, tú no quieres incomodarla y como la estás abrazando con ambos brazos, terminas sacando pelo a pelo con la lengua disimuladamente. Ni modos de escupir. Y eso que a veces nos toca olor a sábila, a coco, a girasol… ¡pero eso no siempre pasa!
Bueno, pero no siempre el pelo se entromete, no seamos injustos. Lo que sí pasa siempre es que tan pronto te arrunchas y encuentras esa posición perfecta, cuando respiras profundamente con una sonrisa de placer relajado, en donde ambos cuerpos parecen hechos el uno para el otro… te empieza a picar la maldita nariz. Puerca vida. O el tema del brazo «dormido» que más que dormido está despierto y jodiendo. Empieza a picar, se le va la sangre… y nosotros procurando el bienestar de Dulcinea estamos dispuestos a acercarnos a la gangrena. Así de lindos somos.
Y lo maluco es que ella te va a decir «Ay, Ramiro, tu nunca te quedas quieto«. ¿Han notado que las mujeres tienen esa particularidad de ser absolutas? Siempre dicen siempre, o nunca. No hay términos medios. Entonces uno siempre se ríe muy duro, o nunca tiene cuidado para manejar, o siempre le coquetea a la cajera. «Juan, ¿siempre te la pasas haciéndole ojitos a la flacucha esa.» Y uno nunca se da cuenta. En serio nunca. Me dijo el esposo de una prima, como parte de la encuesta, que las peleas de moverse terminan en peleas de plata. Siempre (¿?)
Me contaba el mismo primo, Luis Ignacio, que a veces él se quiere quedar despierto un rato más, así que deja el televisor encendido, ojo, sin-vo-lu-men, para no molestar a su angelito divino mientras duerme. Pero no es sino que agarre el control y cambie para que ella, ternurita celestial, le diga «ay Luis, qué cambiadera tan cansona, tú nunca dejas un sólo canal«. Nunca.
Nosotros los hombres no nos fijamos en los detalles, la naturaleza nos diseñó para que nos enfoquemos en el bosque mientras que las mujeres se fijan en los árboles. Es por eso que ellas te describen a la perfección cada textura, color, pliegue… mientras que a nosotros sólo nos importa que la bendita camisa no nos pique en el cuello. Es por eso que no nos acordamos del aniversario, o de esa canción que le dedicamos el día del matrimonio de Camilo y Juanita, los compañeros de oficina de ella que hasta mal le caen a tu esposa. El problema es que siempre habrá un amigo desgraciado que SÍ SE ACUERDA. Maldito. Ese ser es el que nos hace quedar mal. El degenerado ese se acuerda de aquella vez que la blusa tenía una mancha en la manga izquierda y que ella la limpió con soda. Él se acuerda de la canción que estaba sonando en el ascensor el día aquel que ella comió espaguetis en el restaurante de siempre. Deberíamos hacer algo al respecto con ese personaje.
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