En las noches, cuando la cabeza es mi verdugo, trato de escrutar en la composición de la humanidad desde una óptica noble y comprensiva pero también crítica y quizá, egoísta.
Leo noticias, busco varias fuentes sobre un mismo tema para no contaminarme con una sola opinión o versión, y después de ello, aplico mi contexto a las situaciones leídas y encuentro muchas sincronías.
Soy madre de un niño maravilloso y con habilidades que yo no poseo. La sociedad lo etiqueta a él, a otros niños y adultos con “dificultades” como personas en condición de discapacidad.
Discapacidad por qué no hace lo que usted y yo hacemos, discapacidad por qué no es un ser ordinario como usted y como yo. Él, definitivamente, es extraordinario.
Con emoción, pienso en sus capacidades y singularidades. Y, ¡Qué tan maravilloso resulta ser único! Y es que a mí, que siempre me ha apasionado la diferencia, la vida me ha premiado con ella en todo sentido.
Me siento orgullosa. Mi hijo es un ser que jamás tendrá la capacidad de dañar a alguien, como usted y yo. Nunca tendrá la capacidad de hablar de más, como usted y yo.
La violencia, la soberbia, la maldad, la venganza, y las innumerables faltas de la humanidad hacia los valores son legítimas discapacidades.
Quizá, y según éste análisis, las discapacidades las poseemos usted y yo.
Ahora, y reconociendo el aporte de mi hijo a la sociedad, que es el amor, la alegría, y la disciplina encargada de sensibilizar hasta al más crudo, concluyo que: en la báscula, mi hijo, otros niños y adultos con “dificultades” tienen más kilos de peso en capacidades que usted y yo.
No somos individuos dispuestos a amar, a respetar, a ayudar… no tuvimos tiempo para culturizarnos y sensibilizarnos sino para sobrevivir, como en un campo de guerra, en defensa. Por que sabemos de la injusticia pero poco de justicia. Por que crecemos en estructuras que repetimos patológicamente hasta que la vida nos sacude y debemos revaluar ese patrón o simplemente decidimos seguir sumergidos en él.
En ésta experiencia puntual como madre e hijo, no nos hemos topado con maldad, pero si con ignorancia. Circunstancialmente, afirmamos que la ignorancia es una bendición, pero en cuanto a la solidaridad, la ignorancia es una posición muy corta.
Otras veces, nos hemos encontrado con una curiosidad linda, inocente y aliada a una solidaridad clara. Éste gesto lo agradezco cada noche en oración.
La solidaridad no significa que usted tenga que hacer algo por nosotros que le cueste un gran sacrificio. Usted sólo salude, sonría, ceda el paso, parquee bien su carro, y le aseguro que hacer ese bien le sirve más a su corazón que correr 5K en nombre de alguna causa.
Muy interesante este artículo
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Erika q corazón valiente ! Gracias por estas palabras q nos hacen reflexionar, la discapacidad es nuestra, ellos son seres maravilloso de mil enseñanzas
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Bello texto este, de Érika Llamosa Durán. Lleno de humanidad y de conciencia, de esa que esta sociedad ya carece, paradójicamente, en el camino de la «evolución»… Espero que sea leído por muchas personas «en situación de discapacidad humana». Colombia y el mundo requieren mucha reflexión sobre ello.
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