Por: PanzaVidela
Tuve un sueño apocalíptico sobre la Copa América 2021. En sendos picos de la pandemia, con récord de muertos en varios países de Sur América, Colombia, de la mano de su presidente Ramón Jesurún, se lanzaba contra viento y marea a la aventura de realizar la Copa.
En mi sueño, vi una reunión entre los dirigentes de la Conmebol. Había muchos fajos de dólares sobre una gran mesa, alrededor de la cual se sentaban unos señores muy gordos a debatir sobre la Copa. «Ramonchis», le dijo uno de estos señores a nuestro respetable y honorable presidente, “esta es la última oportunidad que tienes de hacer la Copa, con o sin virus, con o sin público. Si la rechazas, no se la volvemos a asignar a Colombia en muchos años”. “Pero eche mi hermano, es que con coronavirus y sin público no tiene gracia”. “Pues piénsatelo bien querido amigo”, dijo otro con acento entre brasilero y chileno, “es ahora o nunca”. “Mira esos dólares sobre la mesa, esos igual son para ti y tu gente, recuerda que las taquillas van a la Federación”.
De esa escena tan clara en mi sueño pasé a otra que me impactó por su colorido visual. Ya estábamos en junio. En los noticieros se veían cifras alarmantes de muertos por la pandemia. Después, en la sección de “Más deportes” informaban sobre “otro” equipo que ya no vendría a la Copa América en Colombia. Sin Argentina, sin Brasil, la Copa cada vez se parecía más a aquella del 2001, la única que hemos ganado.
Vi desmanes en las calles, pero recuerdo con claridad la escena del partido final. Se enfrentaban Colombia y Venezuela. No era un partido más. Era nada menos que la gran final de la Copa América 2021. En los noticieros se veía al dictador Nicolás Maduro enarbolando la bandera del odio. Incitaba a la guerra contra Colombia. Incitaba a los cerca de 3 millones de venezolanos que viven -o sobreviven- en Colombia a irse lanza en ristre contra los “colombiches”.
En la cancha, venezolanos y colombianos no jugaban un partido de fútbol. Vivían con intensidad una guerra que ya no era solamente deportiva. Los dos países habían encontrado -por fin- un símbolo real de esa guerra política. Hasta el expresidente Uribe salió en los medios con carriel paisa al hombro vociferando en contra del dictador Maduro: “¡Le doy en la cara, marica!”.
Mi sueño terminaba con una escena que parecía sacada de una de esas tantas manifestaciones y paros nacionales que se gestaron durante el gobierno de Iván Duque. Saqueos por todo lado, estaciones de TransMilenio destruidas, policías quemados vivos y en los noticieros la imagen del dictador Colombiano desde su mansión en Chía diciendo que no era solamente una victoria futbolística, que el gran ‘Pacto Histérico’ apenas comenzaba.
De pronto, desperté de mi sueño y me di cuenta que apenas estábamos comenzando mayo. Que Argentina y Brasil aún no habían cancelado su participación en la Copa. Que los desmanes y las estaciones quemadas no eran por la Copa América, si no por la propuesta de la reforma tributaria. Que aún quedaban dos meses para que la Copa América 2021 fuera toda una realidad, con o sin virus, con o sin público.
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