Los clásicos tenían razón cuando decían que la lucha por el poder, que es la política, infortunadamente saca a relucir lo peor de la condición humana. Juan Manuel Santos
La animadversión global generada por el Presidente de los Estados Unidos ha ambientado odiosamente la venta del libro “Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump”. Escrito por Michael Wolff, recrea las declaraciones de Steve Bannon, exjefe de estrategia e ideólogo del proyecto político del mandatario.
No se le ha prestado mucha atención a un aspecto crucial de este incendio urgido por dos periodistas.
Wolff hacía su trabajo. El interrogante verdadero es por qué Trump le abrió de esa forma las puertas de la Casa Blanca. No rebuscó como investigador ninguna “garganta profunda”, como en el caso Watergate. Allá estaba… Simplemente.
Vale la pena hacer reflexiones más profundas sobre la actitud del consejero presidencial y estratega jefe del equipo de Trump, ¡que posteriormente tendría asiento en el Consejo de Seguridad Nacional! Despedido de la Casa Blanca, Bannon ha procedido con deslealtad y ha traicionado. Ha divulgado información confidencial, que con seguridad se comprometió contractualmente a guardar. La prohibición de usar celulares personales en el entorno de Trump confirma que se acabó la confianza. Como si no se necesitara. Según el barómetro Edelman Trust, el primer año de gobierno de Trump conllevó el desplome de la confianza en cuatro instituciones: el gobierno, los medios de comunicación, las empresas y las ONG.
Al respecto se pueden plantear interrogantes y explorar variantes. ¿Debe una persona revelar lo que ha conocido en condiciones de privacidad y confidencia apenas sale de su cargo, sobre todo si es por la puerta trasera? ¿Puede hacerlo, como estilan quienes argumentan sentido del honor y compromiso con la responsabilidad, en un tiempo prudente y como un aporte al análisis histórico de un período en la vida de una Nación?
En Colombia, ad portas de decisivas jornadas electorales, y con un congreso funámbulo y trimestral, sí que vale la pena reflexionar. En esos términos: deslealtad y traición.
El asunto tiene que ver con el comportamiento de funcionarios que hacen parte de un gobierno, se identifican con sus postulados, se apoyan en él para lucirse. Luego se embalan hacia otro cargo o período y toman un camino antojadizo.
Estos ocho años, el mismo resultado del Plebiscito, el Proceso de Paz y las próximas elecciones estuvieron, están y estarán marcados por una inquina que les quedó a millones de colombianos: que Santos traicionó a Uribe. Trabajó con él, como candidato cabalgó en su lomo, le echó flores innúmeras en su posesión presidencial y al día siguiente… si te vi, no te conozco.
Muchos sienten que un pago con la misma moneda le están dando a su jefe los candidatos Juan Carlos Pinzón y Germán Vargas Lleras, este último con una vistosa vicepresidencia de delfín. Continúa, pero no cierra el desfile, César Gaviria, su jefe de debate para la reelección en 2014.
Sucesores o traidores. Perversa disyuntiva. Los funcionarios no están fungiendo como servidores públicos que trabajan por un único propósito nacional, a largo plazo y en busca del bien colectivo. Más bien despliegan fanfarrias egotistas y cazan glorias efímeras, por las que sacrifican todo: constituciones, instituciones, presupuestos, futuro.
Volviendo a la deslealtad y a la traición, a la transgresión de la confidencialidad, Trump dijo al restringir la divulgación de archivos relacionados con el asesinato del presidente Kennedy, hace 54 años: “No tengo opción. Hay que aceptar esas censuras en lugar de permitir un daño potencialmente irreversible a la seguridad de nuestra nación”. No le pagaron con la misma moneda, Míster.
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