Por estos días una serie de acontecimientos muy positivos han ocurrido en mi carrera, unos muy esperados desde hace un tiempo, otros que han surgido de la forma más inesperada, que le darán un giro de 180° por supuesto a mi vida como bióloga, a la mujer que soy y que reforzarán mis proyectos sobre mujer y ciencia.
Pensaba en el inicio de todo esto, a mis 18 años, cuando mi primera investigación sobre medusas en la bahía de Cispatá la financió el generoso y amoroso bolsillo de mis papás, donde cada salida de campo, material y viaje lo asumían como forma de demostrar su apoyo. No puedo olvidar que iniciar el camino de la investigación en este país significa hacerlo “con las uñas” y por amor no al arte, sino a la ciencia.
Soy egresada de una Universidad pública y de provincia, una ofensa doble para algunos, una verdadera fortuna para mí. Estas líneas para recordarme y para recordarle a mis colegas y amigos que nuestro trabajo como biólogos incide en las comunidades aledañas a nuestros ecosistemas de estudio. Que si tenemos claras nuestras raíces (personales y profesionales), lo tendremos claro todo.
Si bien hacer ciencia en este país no es fácil, pero si es ¡posible!
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