¿Son los monocultivos la amenaza de los «desiertos verdes» de hoy para la producción alimentaria del mañana?
Hace un siglo, los científicos, la agroindustria, los agricultores y los formuladores de políticas vieron un mundo con una población cada vez mayor y sistemas de producción agrícola que no serían capaces de mantenerse al día. Estimulados por las predicciones de que el mundo se quedaría sin alimentos, las innovaciones comenzaron a tomar forma. Los químicos descubrieron cómo extraer nitrógeno literalmente del aire, un paso importante en el desarrollo de los fertilizantes sintéticos que posteriormente permitieron que la producción de cultivos creciera a pasos agigantados. Siguieron mejoras en los pesticidas y herbicidas, junto con las variedades de plantas más resilientes, lo que fortaleció aún más la agricultura en el mundo entero.
Como resultado directo de todo esto, durante los últimos 50 años, mientras que la población mundial se ha duplicado y las demandas sobre la agricultura mundial se han triplicado, la proporción de personas que sufren de hambre se ha reducido a la mitad.
Sin embargo, existe un desafío aún mayor, en gran parte ignorado, que tiene que ver con las consecuencias involuntarias de los esfuerzos bienintencionados para producir más alimentos de cada hectárea de tierra, pues debemos pensar en el uso de los monocultivos en medio de los efectos del cambio climático, sin convertir en tierras de cultivo lo que queda de nuestras selvas tropicales, sabanas y otras áreas naturales sensibles.
No es solo referirse a los fertilizantes sintéticos y otros insumos químicos, sino también, lo que es más crítico, a las técnicas de cultivo a gran escala que los mismos han ayudado a generar. Específicamente, la tendencia hacia las prácticas agrícolas industriales como el monocultivo ha dado lugar a vastas áreas -incluso biomas enteros- que han sido esencialmente despejadas de todas las variedades de plantas excepto una o dos, como la palma, la caña de azúcar, el maíz o el trigo.
Los productores por su parte no han creado esta situación, más bien, han estado respondiendo a un mercado que exige eficiencias de producción a corto plazo y en el cual el 60% de la ingesta calórica global proviene de solo cinco cultivos. El resultado final, sin embargo, es la creación de «desiertos verdes», un ataque final a la naturaleza que hace que estos cultivos no solo sean perjudiciales para el medio ambiente, sino también una amenaza a largo plazo para la agricultura en sí. Esto se debe a que el hecho de cultivar solo uno o dos tipos de plantas sobre grandes extensiones de tierra crea una espiral destructivo que agota los nutrientes del suelo, dejándolo débil e incapaz de soportar el crecimiento saludable de las plantas sin agregar cantidades cada vez mayores de fertilizantes sintéticos. También crea nuevas oportunidades para las plagas y enfermedades que un paisaje con mayor biodiversidad normalmente suprimiría por sí solo, lo que da lugar a la necesidad de aplicar más y más fuertes productos químicos para combatirlas.
En vista de todos estos factores, cultivar en los desiertos verdes, con aplicaciones crecientes de insumos puede realizarse hasta cierto punto, después de lo cuál la salud del suelo colapsa, las plagas y enfermedades se vuelven intolerables y la tierra pierde su productividad, y con eso desaparece la capacidad de los sistemas agrícolas globales para mantenerse a la par con la creciente demanda de alimentos. Al confiar en las prácticas agrícolas que reducen la diversidad de plantas en áreas extensas, estamos creando resistencia a plagas y enfermedades, lo cual nos hará retroceder 50 años en términos de nuestra capacidad para producir alimentos.
Debido a que los sistemas agrícolas son diversos, varían de un lugar a otro y se dan en diferentes escalas, cualquier decisión relacionada con el manejo, política o gobernanza debe basarse en un análisis riguroso de las ventajas de los escenarios propuestos. Las decisiones deben enfocarse –por medio de criterios e indicadores específicos dentro de un estándar mínimo– en el desarrollo exitoso que cumpla con las prioridades locales y nacionales. Esto no puede lograrse sin la participación constante de las partes interesadas, así como de aquellos con intereses conflictivos en cuanto a los recursos naturales existentes.
Si bien los aspectos biológicos y tecnológicos de los sistemas agroforestales son importantes, nunca son suficientes para garantizar su adopción o mantenimiento por parte de los productores: los factores sociales y económicos, por lo general, son también importantes. Esto implica que la política y el contexto institucional deberían jugar un rol más importante en el desarrollo del agro. Debido a su naturaleza de largo plazo, la adopción no es posible si hay un vacío político, ya que debe ser impulsada por una política propicia y por arreglos institucionales locales y nacionales.
Los sistemas agrícolas generan muchos servicios ecosistémicos públicos, como la protección de cuencas, la conservación del suelo y biodiversidad, el secuestro de carbono y emisiones evitadas, y la reducción del cambio climático y el riesgo financiero. Sin embargo, sin la participación gubernamental en la provisión de incentivos, el nivel de inversión privada en agroforestería siempre será menor que lo socialmente óptimo.
Cuando se diseña e implementa de manera correcta –especialmente a nivel de paisaje ofrece muchos beneficios que contribuyen a la sostenibilidad de las comunidades locales y de ecosistemas mayores de los cuales dependen las poblaciones. Sin embargo, esos servicios ambientales y económicos pudieran no ser valorados en el mercado, lo que significa que los productores y quienes trabajan por el desarrollo tienen que asumir los costos de producción de formas de uso de la tierra que, sin embargo, benefician a todo el territorio.
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