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El día  no podía ser mejor, nubes despejadas, un sol brillante y una leve brisa que invitaba a buscar  a toda prisa un mecedor o una hamaca para  ver pasar las horas sin afán.  Al fondo,  en la piscina de  Las Marías los colores de la bandera colombiana cobraban vida reflejados en los uniformes de los Niños del Vallenato, que ante la dulce espera  corrían, saltaban,  gritaban  o se recostaban  en las  sillas asoladoras,  anhelando el momento de poder zambullirse en el agua.

Era una cita a ciegas  bastante peculiar. Los niños del Vallenato llegaron acompañados por su maestro, El Turco Gil  para cantarle a un gringo importante,  pero estaban ansiosos por hacer su debut y  los  minutos pasaban sin tener noticias  de cuándo podrían ver al homenajeado.  Uno de ellos se me acercó  y me dijo «Ya yo quiero canta»,  mientras otro preguntaba si alcanzaba a bañarse en la piscina, al tiempo que una de las niñas  se encargaba de bombardearme  con preguntas.

Fue entonces cuando escucharon  la voz de  la Primera Dama del Departamento del  Cesar, Cielo Gnecco que los llamaba a  almorzar, pues el Embajador  aún no regresaba de su visita al Cerrejon.  La espera estaba contemplada en la agenda de Cielo,   pues lograr que Michael McKinley llegara a Valledupar ya  había sido toda una odisea y no se podía perder esta sorpresa.

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 Y nada mejor que propiciar este cálido encuentro entre dos culturas diferentes para hacer honor a esa bella frase  » la música es el lenguaje del alma»,  pues desde    hacía varios meses el gobernador Luis Alberto Monsalvo había invitado al Embajador de Estados Unidos en Colombia  al Festival Vallenato para que conociera  de cerca el folclor vallenato, las  tradiciones  de la tierra del Cacique  de Upar, la calidez de su gente y los encantos de su gastronomía, sin saber que  el McKinley había hecho tres intentos fallidos para encontrar a  los juglares vallenatos.

Como buen  diplomático  al servicio del Tio Sam,  McKinley  es más puntual que novia fea y así lo comprobamos al verlo tan estresado  por la tardanza, pero Ana Monsalvo, asesora de la Gobernación del Cesar logró convencerlo que la espera valía la pena,  porque los vallenatos  son tan buenos anfitriones que  sacrifican lo que sea  para gozarse  el famoso «happening»  de la parranda.

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Con el anuncio de la pronta  llegada del Embajador, el reposo de los niños se interrumpió salieron felices a calentar sus voces y afinar sus instrumentos en el escenario dispuesto en Las Marías para su presentación. Los acordeones sonaban haciendo escalas musicales, cada niño  probaba  su micrófono y en medio de tanto alboroto, como por arte de magia se organizaron e hicieron una calle de honor para el diplomático americano, quien a su llegada  fue escoltado por la Primera Dama, Cielo Gnecco, el Gobernador Monsalvo y el  Representante a la Cámara  José Alfredo Gnecco.  Unidos  caminaron  lentamente  al  encuentro de unos hermosos  versos de bienvenida.

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McKinley no pudo ocultar su asombroso al  ser recibido por los pupilos del Turco Gil en carne   hueso,  quienes  lo rodearon en cuestión de minutos, brindándole sonrisas y  versos al compas del  acordeón. En una corta pausa el embajador aprovechó para dar las gracias, saludarlos uno por uno y preguntarles si habían cantado mucho durante el festival a lo cual una de las niñas  contestó  «yes». Entonces sonriendo Mckinley dijo » Oh… Do you speak English?» y ella jocosamente respondió: «so, so».

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El embajador se sentó en la mesa del comedor  mientras  los niños iban pasando a demostrar sus habilidades con la caja, el acordeón, la guacharaca al compas de merengues y paseos  como Honda herida del maestro  Escalona, magistralmente interpretados por las voces de Diana Consuegra y Johana Acuña. El baile también hizo parte del show, pues hay más de uno que parece un tropo bailando. De repente,  se acercó El Turco acompañado por Juan David Atencia, quien demostró su destreza interpretando  la puya Los  dedos fritos, no sin antes dejar que su mentor narrara cómo llegó a su academia con deseos de aprender a tocar la caja pero  Gil  descubrió que su verdadero talento era tocar el acordeón. Esto sucedió  a comienzos del año 2008 y en abril de ese mismo año Juan David participó en el 41º Festival de la Leyenda Vallenata cosechando la admiración del público. La prensa tituló: «Juan David Atencia: Un niño invidente que toca acordeón como los dioses»

Ante semejante derroche de alegría y talento Michael McKinley se despojo del   protocolo, disfrutó de un suculento   menú típico de  chivo, gallina criolla, cerdo, arroz de maíz,
con  postres de dulce de plátano maduro y dulce de leche, todo acompañado de cerveza corona. Como si fuera poco,  se levantó de la mesa,  fue hasta la cocina,  destapó ollas,  preguntó  sobre las especies nuevas en su paladar y se tomó fotos con las señoras encargadas de la cocina.

Los niños seguían con sus canciones los descubrimientos gastronómicos del Embajador y es una realidad que nacieron para alegrar el mundo
, sus canciones fueron un bálsamo para endulzar las  arduas jornadas de trabajo de Mckinley impregnadas de tantas responsabilidades y  tristezas como el reciente atentado  en Boston.

La encargada de cerrar con broche de oro la presentación fue una chiquita de tan solo dos años de edad, llamada Camila Andrea Acuña quien  se acercó con un micrófono más grande que ella, pero  con mucha propiedad de artista,   le dedicó la  canción Los niños  claman a McKinley , quien no pudo dejar de apreciar semejante ternura. 

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Al  final unos versos de  despedida de Martin Lozano un joven de quince años experto en decimas, que dedicó su increíble talento  al Embajador,  al Gobernador Monsalvo,  a su  madre Cielo Gnecco y como siempre a la madrina de los Niños del  Vallenato, la carismática venezolana con alma de colombiana,  Gabriela Febres  Cordero, quien  no se perdió ni un instante de este mágico encuentro.

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