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Por Juan David Cabrera*

Con todo, conservo una leve esperanza de que el apoyo mutuo destrone a la “ética” cosificada individualista; una esperanza de que los vínculos sean más valiosos que las cosas. | Foto: Salvador Sas, EFE

La escritora y música argentina Rita Laura Segato sugiere la existencia de dos proyectos disímiles. Por una parte, está el proyecto centrado en las cosas, el cual nos habitúa y programa para que transmutemos la vida en cosas, para que no valoremos la vida por ser vida, sino por su utilidad para nuestro ego. Por otra, está el proyecto centrado en los vínculos, el cual nos invita a apoyarnos mutuamente, a la reciprocidad, a la construcción de comunidad. Los dos proyectos coexisten, pero tristemente el proyecto de las cosas se hace más fuerte con la expansión incesante de la ética individualista egoísta (si es que se le puede llamar ética) del capitalismo.

El capitalismo, especialmente su versión neoliberal, necesita que cosifiquemos la vida constantemente. El ser humano no es más que un engranaje más en el sistema económico. Si no trabaja, no tiene derecho a vivir. Y si trabaja, el incentivo del sistema es pagarle el mínimo salario que sea posible. Como si fuera una mera máquina que debemos mantener funcionando para que produzca utilidades que se acumulan en la cima de la pirámide. La desigualdad creciente que vemos desde que hizo su aparición el neoliberalismo así lo atestigua.

La cosificación de la vida nos hace cada vez más crueles. Competimos por un puesto sin simpatía alguna por nuestro “rival”. Unas empresas compiten con otras; las grandes quebrando microempresas o absorbiéndolas, favoreciendo aún más la concentración de capital. La lógica de la competencia nos impide incluso ser solidarios con nuestros compañeros de clase o de trabajo, pues es el egoísmo el que prima. Cosificamos a las mujeres, a las personas trans, gays, personas racializadas, a los pobres, como si fueran menos vida. Pero incluso el opresor se deshumaniza a si mismo por su propia crueldad, como bien lo decía Paulo Freire. Cosificamos a la naturaleza; no nos interesa explotarla hasta límites incompatibles con la vida sostenible, como lo sabemos por la grave crisis climática y ambiental.

Pero el proyecto de los vínculos, de la solidaridad, pervive para evitar la distopía total. Aún vemos lugares en el mundo donde un saludo no es una mera formalidad, sino una genuina forma de reconocer al otro como un ser humano. El simple hecho de compartir algo ya implica reconocer la humanidad compartida. Vemos proyectos de genuino amor por la naturaleza, por los animales. Cooperativas donde el trabajo no enriquece al dueño de la empresa sino a todos los trabajadores.

Lo triste es que terminamos oponiéndonos a políticas que buscan devolver la vida digna a quienes no la han tenido. El sistema de salud, la reforma agraria, el sistema de seguridad social, la paz: todos deben privilegiar el proyecto de los vínculos, no el de las cosas, no deben favorecer a una minoría, aunque por supuesto podemos debatir sobre la mejor forma de hacer esto. Tachamos de populista, como casi un insulto, a quien apoya un proyecto basado en los vínculos. Como si fuera equiparable un discurso racista y clasista con uno igualitario, con uno que promueve la vida.

Con todo, conservo una leve esperanza de que el apoyo mutuo destrone a la “ética” cosificada individualista; una esperanza de que los vínculos sean más valiosos que las cosas.

Dejusticia.

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