Sí, nuestros hijos aprenden de nuestro ejemplo como papás, pero nosotros aprendemos muchas otras cosas valiosas por tenerlos a nuestro lado.
Si pudiéramos ver un poquito más allá nos daríamos cuenta de que, en realidad, son ellos los que nos enseñan lo esencial de la vida. Sin ni siquiera darse cuenta. Eso que no se encuentra en los libros, ni en Wikipedia o Google, lo encontramos en casa.
Nos enseñan a no perder la fe, cuando en el test de embarazo vemos una sola raya y no dos; a tener paciencia para poder esperar los nueves meses y también a quererlos con todo el corazón, aún sin conocerlos.
Gracias a ellos nos damos cuenta en dónde está lo realmente importante para que no nos sintamos atropellados por los problemas. Junto a ellos descubrimos lo extraordinario en lo ordinario mientras nos recuerdan cómo debemos mirar el mundo con ojos de primera vez.
Ellos son la prueba más fidedigna de que se puede vivir sin dormir y no es tan grave, además, nos enseñan que la felicidad puede estar escondida en una siesta.
Los hijos demuestran que es posible perder libertades de una manera feliz y también que los dolores del alma pueden curarse con un abrazo. A entender a nuestras propias madres y a conectarnos con el presente, con todos los sentidos, sin quedarse pensando en lo que pasó ni hacernos preocupar por lo que va a pasar.
Ellos sólo viven el ahora y nos arrastran a vivir en la magia de su mundo donde no existe perder el tiempo. Nuestros hijos nos enseñan que a veces, hay que confiar más en la intuición que en la razón; a que la lluvia puede ser aliada y no una enemiga.
Un hijo despabila nuestra imaginación en cada cuento que nos pide, nos reencuentra con el optimismo perdido y es capaz de cambiar cualquier humor descompuesto.
Nos conecta con la ilusión cuando cree que un señor con barba blanca puede viajar en un trineo desde el Polo Norte y repartir regalos a todos los niños del mundo, o que un ratón de apellido Pérez puede entrar en las casas cuando duermen, para llevarse los dientes recién caídos.
Nos enseña a decir lo que sentimos sin vergüenza, a que la mirada ajena no pese tanto y que ensuciarnos de vez en cuando, no está tan mal. Un hijo nos hace valientes.
Creo que ellos son nuestros verdaderos maestros de la vida. Más que un pan debajo del brazo, llegan con mil enseñanzas que nos hacen poner de cara a cara con la mejor versión de nosotros mismos. Pequeños maestros que tenemos en casa y que nos enseñan las GRANDES cosas la vida.
Escrito por: Mechi Manrique de Life in pics blog
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