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Me sorprendí con una columna publicada recientemente que pareciera abordar la crisis de la familia.  Allí se afirma que “la sagrada familia, por supuesto que está en crisis y diría incluso que está desapareciendo”. Respetuosamente considero que se equivoca porque al referirse a la “sagrada familia” demuestra un enorme sesgo ideológico que de principio daría para descartar el escrito. Pero bien vale la pena decantarlo en algunos aspectos.
La sagrada familia, esa que la publicación denomina “judeocristiana, patriarcal, maternalista y conservadora” no es tal. La sagrada familia no tiene que ver exclusivamente con ritos o ceremonias religiosas. La sagrada familia, antiquísima, es aquella que se une en compromiso sin límite en el tiempo, creando una unidad de espíritu y carne, complementada por los hijos, siendo escuela de valores, en donde los roles del padre y la madre son irremplazables. Afirma la publicación que esa familia es “conservadora”. No sé realmente porque le coloca esa categorización. Debe ser parte de esos extremismos en los cuales muchos han caído sin una argumentación sólida.
Ahora bien, recientemente el Consejo de Estado conceptuó sobre la familia, pero son solo conceptos que deben ser llevados a la realidad y a las realidades de las familias. No puede ser posible que algo tan importante se pueda definir y comprender en un papel.
Es cierto que ya no podemos hablar únicamente de familia como aquella basada en una formalización religiosa o civil. Pero numerosos estudios, serios y profundos, afirman que esa formalización es beneficiosa para el conjunto de la sociedad. El Centre for Social Justice (CSJ), fundado en 2004, publicó un estudio, lejos de valoraciones morales e ideológicas, valoraciones que muchos critican pero que tanto practican, en la cual se evidencia que las familias monoparentales, donde casi siempre el ausente es el padre, “son más problemáticas en términos económicos, educativos y sociales que las fundadas sobre el matrimonio”.
Se equivoca la columna cuando afirma que “la desaparición de la figura del padre no significa que los niños y niñas crezcan sin figura paterna. Los hogares extensos se han mantenido con estabilidad o sin ella, desde hace tiempo; son hogares donde se concentran los hijos e hijas de las jóvenes madres, quienes asumen con abuelos y abuelas la crianza. Y ahí hay siempre alguna figura paterna que no tiene que ser obligatoriamente desempeñada por el padre biológico”. El estudio, repito que no hace una valoración moral de la separación o el divorcio, recuerda que “los niños criados en hogares monoparentales (madres separadas o solteras por elección) o con padrastros tienen dos veces más posibilidades de fracasar en el colegio, sufrir problemas de autoestima y de conducta”.  Además, “el auge de la cohabitación es también un dato negativo para la estabilidad social, ya que -según los datos del informe- las parejas en régimen de cohabitación tienen tres veces más probabilidad que los matrimonios de estar rotas (incluso si posteriormente se han casado) para cuando el primer hijo cumple cinco años”. Entonces sí existe un impacto, sí es significativo el rol del padre biológico, sí debemos pensar en el matrimonio.
Muchos son amigos de la implementación de decisiones que otros países toman. Pues bien, ojalá y tengan en cuenta lo siguiente: cuarenta años después de que se instaurase el divorcio expreso en Estados Unidos (argumentando equivocadamente en su momento como un problema de autonomía personal, liberación femenina y revolución sexual), varios estados están impulsando iniciativas legislativas que establecen programas educativos financiados con dinero público intentando calar en la sociedad la idea de que es posible arreglar los matrimonios cuando entran en crisis. Y es que la sociedad pensante de Estados Unidos reconoce que se ha equivocado en estos temas y ha estimulado el valor de la familia como la única manera de salir de la descomposición social que la sociedad norteamericana vive (leer “El matrimonio, un bien común“).
No son malos los hogares que por una u otra razón son monoparentales, de hecho, cohabitan, etc.; son una realidad y debemos profundizar en el tema para saber, como se ha hecho con el matrimonio, sus características sociales, económicas, afectivas y su impacto en el conjunto de la sociedad. En nuestro contexto se deben tener en cuenta  factores tan importantes como la violencia, la degradación social y hasta la libertad de las personas para escoger el tipo de familia que quieren tener. Y ese es un enorme desafío que tenemos quienes creemos y promovemos la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer como un punto de inicio ideal.
Por supuesto que la familia tiene problemas y los más afectados son las mujeres y los niños. Pero flaco favor hacemos para contrarrestar esa situación tomando una posición extrema de animadversión a hombres o mujeres.
Ni las miradas ideológicas extremas ni las miradas feministas extremas ayudan. Lo que debemos hacer es trabajar por ayudar a quienes quieren hacer y ser familia a contar con las herramientas necesarias para tan noble propósito y enfrentar los enormes desafíos que tienen. Y para ello son necesarias políticas públicas, acciones empresariales y orientación adecuada. De esta manera la familia, como ha sido, florecerá y dará frutos para bien de todos.

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Juan Camilo Díaz B. (@jcdiazbohorquez). Comunicador Social y Periodista. Magister en Educación, Desarrollo Humano y Valores. Diplomado en comunicación estratégica. Estudios en Italia y Argentina sobre mass media, media relations, cultura digital y manejo de crisis mediáticas . Profesor universitario. Consultor en comunicaciones para organizaciones públicas y privadas. Autor de libros y artículos académicos.

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