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Josué Martínez FPor: Josué Martínez

Ya es más de media noche y no llega el sueño. Nada del otro mundo, hace meses que no voy a dormir antes de que el reloj ya marque las primeras horas de un día nuevo, antes de que todas las conversaciones de WhatsApp digan: ayer. No sé bien qué es lo que espero, o a quién. No espero mensajes de nadie; nadie me llama a esa hora, con nadie hablo a esa hora en particular. Posiblemente sea un hábito creado por las pocas horas de sueño a las que estaba obligado hace algún tiempo, por las extensas horas de trabajo y de estudio. He culpado también a las condiciones en las que dormía en los últimos meses; bueno, en las que no dormía en los últimos meses. Pero hoy, es el primer día en mucho tiempo en que no estoy en esas condiciones. Me mudé a un apartamento de un amigo. Ahora que puedo pagarlo, tengo una habitación para mí solo y no puedo negar lo bien que se siente. Sí, tal vez es curioso que cosas tan simples, sean motivo de felicidad; casi siempre, pasamos por encima de esas cosas sin darle la importancia que merecen. Pero me hace feliz esto; que sea en un conjunto cerrado, que sea en un edificio, aunque preferiría en el último piso; es elevado y me gusta. Me agrada que hay mucho silencio, como nunca antes hay solo silencio en la madrugada. En mi cuarto, al lado de la puerta y en lo primero que me fijé y me llenó de emoción; hay una biblioteca. Pequeña, de madera, de cinco espacios. Tan perfecta que caben exactos todos mis libros. O bueno, aún me quedan cajas por destapar, posiblemente queden libros por fuera, pero no importa, es perfecta.

Como tengo problemas para conciliar el sueño, estaba esperando estar de nuevo solo para poder dormir bien, y esta, que es la primera noche, sería la de aprovechar y dormir todo lo posible, como nunca antes en la vida… Pero descubro que llevo un rato sentado en la silla al frente del escritorio del computador, mirando hacia las puertas cerradas de mi cuarto. Pensando en quién sabe qué, o tal vez, sin pensar; solo escuchando el silencio de la madrugada. Luego me quedo mirando mi pequeña y perfecta biblioteca. Paso la mirada y los recuerdos, por cada título, cada historia, cada color. Me doy cuenta de algo en lo que no había pensado nunca. ¿Cuánto dinero hay representado en esos libros? Comienzo a recordar el precio de cada uno. Hay libros de treinta y pico, cuarenta mil pesos. Algunos no son originales; podrían valer algunos diez mil, otros quince mil pesos. En total son casi cuarenta libros puestos en orden en los peldaños.

¿En orden? Me doy cuenta que definitivamente los libros están en desorden. No sé bien por qué, pero comienzo a ordenarlos. Por su altura, por su parecido; por lo que sea.

Cada libro tiene dos historias: una es la que cuentan sus letras y la otra, muchas veces tan o más interesante que la del libro mismo. Agarro uno en particular y sin abrirlo, me cuenta de inmediato cada detalle de su historia. La recuerdo como si fuera ayer. Nunca leí ese libro. Tal vez lo abrí, miré algunas páginas y no lo volví a coger. Tiene en su portada la foto de un reconocido revolucionario. Tiene al final facsimilares de una carta escrita por el personaje. En algunas partes tiene fotos en papel especial de momentos de la vida del revolucionario. La letra no es muy pequeña y no tiene más de 190 hojas. Ese libro cuenta una historia, sin necesidad de abrirlo, porque no lo leí y, posiblemente, no lo lea nunca, pero, no por eso, deja de ser interesante. No daré más detalles del libro, para mantener en el anonimato a los protagonistas. Me he metido en líos por estar dando detalles puntuales y por estar delatando personas en lo que escribo. Ya queda suficientemente expuesto el escritor, por esa, no sé si mala costumbre, de estar desnudando toda su alma cuando escribe.

 

No sé si en segundo o tercer semestre, en medio de lo rutinario, aburrido y frívolo que puede ser un semestre de universidad en el que no pasa mucho y no se puede sacar gran cosa de las poco trascendentales conversaciones con los compañeros de carrera; comienzo a ver en mi clase una muchacha; particular por demás…

En clase de inglés contesta todo en ese idioma con relativa facilidad. En la clase que se habla de política, expone sus ideas con llamativa seguridad y en los debates, deja a más de uno aburrido con sus firmes puntos de vista. Admiración parece ser al principio. Ella no está en todas las clases, y eso comienza a ser algo triste. Al contrario, las clases en las que está, comienzan a ser diferentes. Varios de los compañeros empiezan a hablar de ella, según ellos por lo atractiva y lo sexy. Bueno, esas dos cualidades no se pueden negar; pero no solo es eso, ella es mucho más. ¿Acaso no ven cómo habla de varios temas?; ¿no se dan cuenta de que, aunque bonita, tiene otro atractivo mucho más profundo y difícil de encontrar? En fin…

Por esas casualidades que solo pueden dar los libros; comienzo a compartir con ella charlas sobre algún título o sobre algún escritor, o sobre nada en particular. Coincidimos en algunas cosas y esto no pasa desapercibido para los compañeros que, como no podría ser de otra manera, comienzan a hacer bromas, inventando cosas entre los dos y diciendo que si alguien podía quedarse con una mujer tan bonita e inteligente era yo. Cosa que, aunque no me la creo; me agrada escuchar. Porque si algo me caracterizó, aparte del gusto por leer y escribir, fue una muy baja autoestima.

Hablando de libros, me entero de que está leyendo uno que le gustó mucho, y que, no ha podido continuar leyendo, porque es de una amiga y solo lo puede adelantar cuando va de visita. En ese extraño cruce de sensaciones, en las que no sé bien qué es lo que pasa, se me ocurre una idea y se va aferrando cada vez más a mi mente, y termino ejecutándola. Ella no recuerda bien el nombre, pero me da detalles del libro y para mí son suficientes. Me voy a la librería nacional en los siguientes días, averiguo el libro y lo compro, con la firme determinación de dárselo como un regalo.

 

Cuando se me ocurrió la idea, todo estaba claro y no pensaba en nada más. Pero una vez tenía el libro en las manos, las dudas inundaron mi mente. Iba a parecer desesperado, llevándole el libro nuevo del que apenas si hablamos. ¿Qué dirían mis compañeros si me ven entregándoselo? De qué manera lo tomaría. ¿Y si me lo rechaza?

El libro lo empacaron en bolsa de regalo y yo lo metí en mi maleta, firmemente decidido a hacer efectiva la entrega del regalo a aquella muchacha. Solo tenía una clase más con ella, antes de salir a una semana de descanso. Tuve la ocasión de entregárselo en un par de ocasiones, pero por una razón que ahora no recuerdo bien y que no entenderé nunca, no se lo di.

Al pasar esa semana volvimos a clases y me enteré de que, ella no seguiría en esa jornada; continuaría el semestre en la mañana. No volví a tratar con ella y, buscarla en otra jornada, solo para darle un libro como regalo, del que alguna vez me contó le gustaría terminar pues, me pareció ridículo.

Hoy no sé qué hubiera podido pasar. No sé si me salvé de hacer el ridículo realmente o si, al contrario, perdí un buen momento al hacer un regalo a alguien inteligente y agradable que lo hubiera valorado, o si eso hubiera permitido otro tipo de cosas, no sé.

Lo que sé es que van a ser las dos de la mañana dentro de poco y que, tengo ese libro a un lado del portátil en el que escribo. Sé que siempre que mire mi biblioteca y lo encuentre; ese libro, que no leeré nunca, me traerá su nombre a mis labios y su cara a mi mente, me sacará una sonrisa y podré revivir una historia, aun, sin leer una sola palabra.  

Lo que sé también es que, este se suponía que era el gran día para dormir como nunca antes. Lo intentaré, en serio que lo intentaré, total, ya no tengo excusas, y me quedan menos de 5 horas para hacerlo…

Twitter. @10SUE10

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