Si hacen una encuesta a venezolanos en el extranjero preguntando ¿te quieres ir de tu país? Al menos un 95% responderá “NO”.
Somos millones los que tuvimos que abandonar la tierra que nos vio nacer, sin querer hacerlo y es que eso de dejar atrás a la familia amigos, amores… ¡no es nada fácil!
Históricamente, Venezuela se caracterizó por ser un país que abrió sus puertas y corazón a todos los inmigrantes que llegaron alguna vez: españoles, portugueses, árabes, italianos, colombianos, peruanos… todos tenían su espacio en la pequeña Venecia, ese mágico lugar al norte del sur, en el que los sueños se hacían realidad.
Una vez instaurado el socialismo, en cabeza de Hugo Chávez, ese lugar de sueños, se convirtió en una verdadera pesadilla y sucedió lo impensable: venezolanos huyendo de manera masiva a otros países por diferentes razones, en mi caso, persecución política.
Emigrar es durísimo, hay que vivirlo para poder explicarlo. Uno extraña TODO de su país. La comida, la gente, el clima ¡Todo! Sin embargo, tenemos que aprender a llevar a Venezuela solamente en el corazón y en el pasaporte, debemos adaptarnos para que sea menos triste, más llevadero, como si fuera una aventura que nos ha tocado vivir, como si fuera el riesgo que debemos correr y la lucha que tenemos que librar.
Uno extraña todo de su tierra, cuesta entender que al regresar, ya no será la misma. Esa Venezuela llena de miseria, hambre y dolor no es en la que crecí. Me niego a aceptar que los venezolanos estamos tristemente condenados a ser extranjeros hasta en nuestro propio país.
Venezuela fue el país más rico de Latinoamérica, nadie estaba acostumbrado a pasar trabajo. Es muy doloroso ver a tantos venezolanos sufriendo en otros países. Profesionales hasta con dos carreras, pasando necesidades, y aceptando el trabajo que sea, con el sueldo que sea, para poder sobrevivir.
Es como si nuestra educación y nuestros títulos no tuvieran el mismo valor. Pero si algo hemos demostrado, es que estamos hechos de madera fina. No nos damos por vencido.
Después de 18 años de salvajismo moral, social, económico y político, durante los que se han distorsionado, pisoteado y vejado todos los valores de mi patria, condenada al exilio, me mantengo en pie. A pesar de la pérdida de todos los valores y principalmente de la ausencia de respeto por todo lo que representaba orden, justicia y ley, mantengo viva la esperanza y quiero transmitírsela a quienes no tuvieron la fortuna, como yo, de tener bases sólidas de valores e integridad personal, que me mantienen apegada a mis principios, muy a pesar de todo.
Nos queda la ilusión, esa que nunca se pierde. Nos queda la esperanza de volver a empezar, con un saldo en rojo que las nuevas generaciones con su arrojo y nosotros con la experiencia adquirida, vamos a cubrir.
Los dolores de patria nos han dejado un bagaje que no solamente de servir de pilar para la reconstrucción moral de la nueva Venezuela, sino también de ejemplo para todas los países de la región que han sido testigos de tantas injusticias, vejámenes y humillaciones.
Venezuela renacerá de las cenizas y, como el ave fénix, será nuevamente libre, próspera y soberana.
¡Todos seremos los arquitectos restauradores de nuestro nuevo país!
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