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Josué Martínez FPor: Josué Martinez

Me gustan los libros, casi más que cualquier otra cosa en la vida. No sé si más que el fútbol o que dormir bien; cosa que no hago desde hace mucho tiempo. Por estos días me quita el sueño, entre otras cosas, una saga maravillosa que no sé por qué no encontré antes: El cementerio de los libros olvidados de Ruíz Zafón. Se me antoja inquietante que lleve publicada dando vueltas por ahí desde 2001. Me sorprende aún más, que su publicación sea exactamente el mismo año en que apareció la primera película de la trilogía cinematográfica que más me gusta de la vida, y que, curiosamente, también me quita el sueño de cuando en cuando: El señor de los anillos.

Ese mismo año se publicó la primera novela de cuatro que conforman El cementerio de los libros olvidados que se llamó La sombra del viento, y también la primera película de la trilogía de El señor de los anillos adaptada al cine por Peter Jackson, La comunidad del anillo. Pero tienen mucho más en común que el año en que fueron presentadas al público las primeras entregas de ambas obras. Pero hablando de una y de otra y tratando de hacer un paralelo entre sus similitudes habría material para un ensayo completo, así que diré, nada más, que me impresiona la cantidad de cosas que tienen en común, incluyendo la capacidad que tienen para encantarme.

Estaba casi por terminar La sombra del viento a la que, en un espacio tan corto, no me referiré ni trataré de hacer una especie de reseña corta ya que sería un sacrilegio y una falta de respeto con Zafón, cuando me surgió una intriga persistente por saber de qué iba la segunda novela. Resistía uno de los fríos más espantosos que he sentido hasta ahora, sentado en la helada silla de la oficina. Puse en el buscador El juego del ángel PDF y en la primera página que apareció, encontré la opción de descargar las nueve primeras páginas de la novela. Las consumí casi sin parpadear y me quedé con una necesidad enfermiza de ir por el libro. Para colmo de males, trataba de un joven escritor y la parte que leí, empezaba a narrar las vicisitudes que este afrontó en sus inicios. Así comienza:

¨Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.¨

Me identifiqué de forma absurda con el primer párrafo, seguramente no porque ya haya ganado algunas monedas o un elogio a cambio de algo que escribí; más bien sí por el miedo a que alguien descubra mi falta de talento, o por el sueño lejano de ver mi nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que yo. Al menos, según este párrafo, gracias a que no he conseguido nada de eso, no estoy aun perdido, ni mi alma tiene todavía precio.

El viernes de esa semana, gracias a Dios y para el bien de mi sistema inmune, no me tocó ir a la helada Siberia, sino que tuve que trabajar desde la oficina principal de la empresa, ubicada en un edificio justo en frente del Centro Comercial Unicentro, lejos del frío, de la tembladera y del dolor del cuerpo. La oficina queda en un sexto piso y casi toda es de madera. El piso, los muebles y algunas paredes. Pienso que es la oportunidad perfecta para, a la salida, ir en busca del libro que no me va a dejar dormir lo suficiente en los próximos días. Lo busco por internet, en pasta dura, una novela así amerita invertir algo más de dinero, y lo encuentro en la Librería Lerner, siete mil pesos más económico que en la Librería Nacional y que en Panamericana.

Sabía de la librería pero no conocía bien su ubicación. La dirección aparecía en la página de internet, pero en un par de ocasiones había pasado por allí y no había logrado verla. Aprovecho que justo en ese momento entra en la oficina la Sra María Mercedes y le pregunto por cómo llegar, con seguridad ella sabrá ubicarme. Ella es una de las dueñas de la empresa para la que trabajo. Sé que sabe de libros y de librerías por varias razones. Es educada y se expresa muy bien. No sé si le escuché a alguien o me contaron, tampoco podría asegurarlo, pero creo que fue docente y que tuvo que ver con Filosofía. Alguna vez, luego de leer un libro de Piedad Bonnett y de saber que su alma mater coincidía con la de la Sra María Mercedes, le pregunté por ella, y me contó que la escritora había sido su profesora en esa universidad, la Universidad de Los Andes. Muy amablemente me da las indicaciones para llegar. –Josué, yendo por la once, enseguida de pasar la 94, tiene que estar pendiente, porque la librería queda sobre la 93.

Hay olores, momentos, lugares, personas o situaciones que tienen un poder diferente para inspirar a las personas sin importar a lo que se dediquen. Ya sean artistas o se dediquen a la labor que sea. A mí, por ejemplo, me inspiró en varias ocasiones y fue el inicio de varios artículos, el momento justo antes de empezar una película en el cine. En ese entonces iba regularmente a las premiére de varias películas, invitado por un amigo de la universidad, de la vida y de la radio, quien me proveía entradas de prensa casi semanalmente. En ocasiones a estas funciones no va mucha gente y la sala antes de empezar, está semi vacía. Unas leves luces le dan un ambiente privado a la estancia, la pantalla está negra todavía y reina una tranquilidad particular. En esos momentos ponía música en mi teléfono, me ajustaba bien los audífonos y cerraba los ojos. Las palabras y las frases se acumulaban en mi mente como en ningún otro lugar y/o momento.

Algo parecido me sucede cuando paso por la carrera 11. Salgo en moto desde Unicentro por la 15, paso por el round point de la 100, subo a la 11 y por esa vía derecho hasta chapinero. Me inquieta un poco, pero al mismo tiempo me relaja y me hace pensar cosas que no pienso todo el tiempo. Hay muchos semáforos y aprovecho para mirar a lado y lado, sin afán. Cada edificio, cada local, cada esquina. Todo tan en su sitio, todo tan bien arreglado. El separador es separador y está bien delimitado. Veo grandes árboles y por momentos me parece que estoy viendo las panorámicas de una película. ¿Por qué no? En esas calles se podría grabar una película. O se podría perfectamente ambientar una novela.

Sería la historia de un escritor que tiene que pasar todos los días por esa vía. No es un escritor consagrado aun. Tiene que trabajar en la redacción de algún diario o revista. Su oficina está en el norte y vive en un pequeño aparta estudio en algún sitio del sur de la ciudad, en un piso alto, eso sí, con una vista privilegiada, en la que se inspira para escribir sus historias. Tiene una novia muy bonita e inteligente quien trabaja para una importante empresa, a quien recoge casi a diario. Ella trabaja en un gran edificio, que a él le gusta mucho, porque aprecia todo lo que sea alto, sobre una de las calles principales de Chapinero y él la espera a unas cuadras, en un callejón oscuro en donde puede parquear la moto sin que un policía llegue a molestar. La carrera de ella no tiene nada que ver con escribir o con los libros y él no está muy interesado en conocer más a fondo a qué se dedica. No le gusta el mundo de las oficinas, los informes, las reuniones aburridísimas, los trajes formales y demás. Solo le gusta ella, todo de ella. Y disfruta de ese desespero que siente en el estómago cada tarde, mientras espera, sentado en su moto verla aparecer en la esquina buscándolo con la mirada.

Cada tarde recorre esa inquietante e importante arteria vial. Se inspira también al pasar por ella. Las tiendas de artículos de decoración, las librerías, las boutiques de las mejores marcas, los Carulla, los BBC, los restaurantes carísimos, el Centro comercial Andino, etc. No pasa mucho tiempo en esos lugares, no tiene el presupuesto para hacerlo todavía, la carrera de escritor es dura y apenas si tiene publicaciones semanales en algunos diarios, y trabaja en una novela hace año y medio, novela que, según él y su editor le hará dar el gran salto a las ligas mayores. Mientras tanto solo contempla cada lugar mientras conduce despacio. Ha visitado algunos restaurantes porque las reuniones con los jefes y con los editores de la obra en que trabaja, lo han invitado. Al Andino tiene que ir periódicamente también. Siempre tiene una sensación extraña cuando está ahí. Le parece que a la gente que frecuenta ese lugar se le nota demasiado la posición económica. Sus caras son diferentes, su aspecto los delata. Sus grandes abrigos y su vestimenta impecable. Se pregunta siempre si, del mismo modo como él nota que ellos tienen mucha plata, ellos notan que él no la tiene.

A veces piensa que le faltan muchas cosas y que lo único rescatable que tiene es su linda novia. Ella es una gran mujer de verdad. No entiende por qué ella no buscó a un empresario prometedor o algún “hijo de papi” que herede los privilegiados puestos de su ascendencia. No entiende por qué prefirió estar con un joven soñador que piensa ganarse la vida a base de crear historias que abundan en su mente y pelean por ser impresas en un papel sin saber si serán leídas o no. Por qué prefiere estar con alguien a quien le sobran los sueños, pero le escasea el efectivo. No lo entiende y ella no parece estar interesada en explicárselo.

Después de recogerla emprenden la vuelta pasando por los grandes edificios que son el límite entre el final de Chapinero y comienzo del centro de la ciudad. Teniendo a la izquierda el Hotel Tequendama, el edificio de Avianca, el de Bancolombia y un poco más allá la Torre Colpatria y el BD Bacatá; viran hacia la derecha por la calle 26 con los espejos retrovisores embriagados de esos edificios llenos de luces que le dan vida a la regularmente fría noche capitalina.

Ese viernes iba pensando cosas así cuando recordé que debía entrar a la Librería Lerner y que si no tenía cuidado, iba a pasar de largo como ya me había ocurrido en dos ocasiones anteriores. Tuve que dar un par de vueltas pero finalmente y gracias a las indicaciones llegué. El juego del ángel en pasta dura, el libro por el que iba se había agotado y tuve que comprarlo en pasta blanda, con algo a mi favor, así es más económico. Ese fin de semana terminé La sombra del viento y ya voy casi por la mitad de la secuela que está buenísima como esperaba. Para comprar el tercer libro de la saga, El prisionero del cielo, ya tengo una nueva librería que encontré este fin de semana y que, tiene su historia particular pero, eso es harina de otro costal y espero poder narrarla en otra oportunidad.

Twitter: @10JOSUE10

 

 

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