Por estos días de desconfianza, pesimismo, desgaste político y molestia social, varias figuras públicas- especialmente las que se creen los adalides de la democracia-, buscan aprovecharse de la tormenta coyuntural en la que está sumergido el país para sacar todo su arsenal de improperios y cuestionamientos contra el denominado “establishment”.
Pese a ello, resulta paradójico que muchos de ellos caigan en prácticas cuestionables a lo largo de su historial público; un ejemplo de ello es la congresista Claudia López -a quien hay que reconocer su respetable carrera académica- cuestiona a cuanto sujeto, acción e institución existe en nuestro sistema político, aun cuando no hay mayor conflicto de intereses que coexistir con una pareja sentimental en el ámbito laboral, asunto que se vuelve más espinoso si hablamos de una entidad como el Congreso de la República.
Ni entrar en detalles sobre la incongruencia discursiva de la congresista al criticar a múltiples figuras por hacer política desde sus cargos públicos, cuando ella propone un referendo que no va a ir más allá de la consolidación de su plataforma política de cara al 2018 o una próxima alcaldía de Bogotá.
Ahora, ni qué decir de ciertas figuras que representan la izquierda nacional, como aquel respaldo del senador Jorge Robledo, en su momento, a una de las figuras políticas más sucias en las historias del país: Samuel Moreno. Y ni hablar del exalcalde Gustavo Petro, que si bien hizo una conmemorable labor como congresista, fue un nefasto alcalde cuando estuvo encargado de la administración capitalina. En tal oportunidad como burgomaestre, claramente quiso mostrarse como un adalid más de la democracia, pero paradójicamente se limitaba a tomar decisiones arbitrarias y poco coherentes con las necesidades de la ciudad, además, evidenció una enorme ausencia tecnocrática y capacidad gerencial.
Por su parte, en la otra esquina ideológica tenemos un grupo de figuras bastante particulares, comenzando por el exprocurador Ordoñez, que quiere llegar a ser presidente para consolidar una nueva nación, una nación anclada a la exclusión y la discriminación social, donde, como dije hace unos meses, no podrá haber en el gabinete ministerial ningún ateo, ya que el credo será la única norma vinculante y coercitiva en Colombia.
Y mejor ni hacer alusión al expresidente Uribe, quien es quizá el adalid de la democracia por excelencia. Es bien sabido que éste cuestiona 24 horas al día la toma de decisiones en el país, pero a sus espaldas tiene cargas bastante negativas, como que realizó uno de los procesos de paz más cuestionados en la historia política reciente o que se ha caracterizado por tener un círculo social más delictivo que lo que era el mismo Bronx en Bogotá.
En últimas, señores y señoras, lo que necesitamos en nuestra nación son menos sujetos que se presenten ante la esfera pública como el nuevo o la nueva adalid de la democracia, amparados en discursos que en su mayoría solo están atados a la crítica, el cuestionamiento y la destrucción; más bien, debemos demandar figuras que propongan ideas oxigenadoras, propuestas factibles, imaginarios innovadores, proyectos eficientes, acciones concretas, entras otras cosas. En resumidas cuentas, requerimos de líderes que generen una verdadera confianza y esperanza en la ciudadanía -pero no apunta de engaños y leguleyadas como hacen hoy unos cuantos- de cara a consolidar una Colombia mejor.
Comentarios