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Soy de la generación en la que a nuestros padres les tocaba inventarse los disfraces para el 31 de octubre y no existía el comercio que alrededor de la fiesta de Halloween hoy vemos. A mi hermana fue la única que alguna vez le compraron un disfraz de campesina para un baile del colegio, pero por ser flaca a mi mamá se le ocurrió la genial idea de ponérmelo a mí, porque según ella yo sí tenía buena pierna y me quedaba mejor. Es decir que fui una especie de drag queen boyacense con tan solo 3 años de edad. Mi padre jamás se enteró de esto lo cual hubiera sido motivo de separación en un hogar tan conservador como el nuestro.
Pero realmente eso no es lo que les quería contar hoy; siempre fui muy agradecido con mis padres por la infancia que viví pero hoy quiero confesar algo que me consume por dentro. Me refiero a que por el corto presupuesto me gradué de payaso; ese fue mi disfraz por más de cinco años seguidos, por lo cual desarrollé una especie de fobia por aquellos pintorescos personajes que alegraban a los niños en las fiestas de nuestra época. Y hablo en tiempo pasado porque en el presente a casi ningún padre de familia se le ocurre contratar a un Pernito o Tribilín para una piñata. A los niños ya no les parece gracioso eso.
Ya concentrándome en mi caso quiero contarles como era el proceso de maquillaje al que me tenía que someter por parte de mi padre que, aunque me dejaba regio, no era el más idóneo para la ocasión. Su mostrario para que yo quedara bien era la carátula de un LP que traía los éxitos de Javier Solís en el cual incluía el tema «PAYASO».
Payaso A.jpgComo no existía el maquillaje profesional, él recurría al colorete de mi mamá, betún chinola negro, griffin para las partes blancas (el cual al secarse dejaba mi cara inexpresiva) y medio ping pong rojo con dos pequeños orificios que me sancochaban la nariz. El vestido, por el contrario, no era tan complicado porque solo era pegarle unas estrellas de papel metalizado con engrudo a una de mis pijamas viejas y los zapatos talla 42 de mi padre pintados de rojo y amarillo con temperas, los cuales tenía que rellenar poniéndome cinco  pares de medias.

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No se si era el disfraz o compasión de la gente pero recibía muchos dulces. En todo caso, juré que cuando fuera padre jamás sometería a un hijo mío a semejante ritual. Y cumplí con mi promesa; Hugo Junior fue Spiderman, Batman, Woody, Cuentahuesos y hasta Wolverine. No repitió atuendo ningún año.
No sé si mi padre lea este post, pero debo reconocerle su dedicación,amor, ingenio y creatividad para que yo fuera un orgulloso triste payaso.
Los dejo con Payaso, de Javier Solís:
En Twitter: @Hugoleonrojito

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