Es una verdad de a puño que ninguno de nosotros está preparado para que la muerte toque a la puerta de la casa y nos arrebate un ser querido.
Sólo hasta que nos toca, sabemos lo doloroso que es; hasta que nos toca, aprendemos a dar un sentido pésame sincero y no como un acto de educación o cortesía; hasta que nos toca, sabemos que es una herida que tarda mucho en cerrarse y que sana en falso.
En 2007, la muerte tocó a mi puerta y preguntó si mi madre se encontraba. Yo me le enfrenté y traté de darle todos los argumentos del porqué no se la debía llevar.
Tuvimos ella y yo un encuentro extenso donde trataba de persuadirla para que no me arrebatara la mujer que me había dado la vida.
Le dije que 56 años eran muy pocos para que estuviera en su lista. También le conté que tuvo que educar y sacar adelante 4 hijos sola, por mucho tiempo, que quería que disfrutara de sus nietos y los malcriara como ella quisiera, le informé que era prácticamente vegetariana, hacía ejercicio todos los días y llevaba una vida muy sana.
La muerte me escuchaba sin musitar palabra; yo, desesperado, esculcaba en mi cabeza cualquier argumento para convencerla.
Hice un mea culpa de cuando fui adolescente, cuando era rebelde con mi madre, cuando injustamente me portaba mal con ella. Le dije tambien a la muerte que me diera la oportunidad de conocerla con canas, con arrugas y que yo quería devolverle un poco de lo que me dio durante tantos años. Que quería verla envejecer y, tal vez, cambiarle un pañal como ella lo había hecho conmigo. Quería también demostrarle que era bueno en algo.
Pero la Muerte no entró en razón y sin responderme nada se la llevó demasiado pronto: cáncer.
Yo, disgustado con la vida, hasta perdí mi fe, cuestioné a Dios por mucho tiempo. Me volví un ‘grinch’ en Semana Santa, época en la que falleció, y ni que decir del Día de la Madre. Sufrí durante mucho tiempo en silencio porque no me gusta demostrar debilidad en público.
Hasta que hace dos años se subió a mi taxi un ángel de ojos azules y muy profundos. Ese día hablamos del tema porque normalmente soy alegre y dicharachero, pero en ese momento estaba bajo de nota y ella lo notó. Le conté el dolor que sentía por la pérdida de mi madre. Mi ángel me dijo unas palabras que me devolvieron la tranquilidad, mi ángel me dijo que esas personas tan buenas las necesitan más en el cielo que en la Tierra. En ese momento entendí que muchas de las cosas buenas que me han pasado últimamente son bendiciones que ella me envía desde el cielo.
Les cuento mi historia para que valoren a su mamá, sobre todo los adolescentes, los jovenes que a veces son irrespetuosos y piensan que son cantaletosas. Aprovéchenla al máximo. Yo, aunque no tengo remordimientos, si pienso que me faltaron muchos momentos para disfrutarla. Sabias palabras las de las madres que dicen: «Cuando sean padres me darán la razón y se acordarán de mí».
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