Esta es una de las muchas historias que viví cuando ejercía mi labor como taxista en las calles de Bogotá. Ahora en uso de buen retiro, las estoy recopilando y quise compartir esta, que leerán a continuación, pues por el tema me parece vigente e interesante. Espero que sea del total agrado para los lectores.
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La interacción entre los pasajeros y el conductor de un taxi es comparable con la charla que se puede dar en una sala de espera, en la fila de un banco o en esas antiguas barberías, en donde los que esperan turno para cortarse el cabello arreglan el país. Cada quien expone sus argumentos, hay discusiones porque todos creen tener la razón y normalmente no se llegan a acuerdos finales.
Pues yo recogí uno de esos personajes que habla hasta por los codos, tal vez porque por su trabajo casi nunca está en la ciudad y necesitaba liberar pensamientos e ideas. Él se dedica a defendernos mientras nosotros dormimos, descansa en una estera en el piso mientras yo duermo en la comodidad de mi cama; patrulla en el monte mientras yo ruedo con mi taxi en la ciudad, él camina por la selva, yo en cambio guerreo en la selva de cemento. Es un soldado profesional que escogió ese oficio porque ama profundamente a su país y quiere un mejor futuro para sus dos pequeños hijos.
La carrera comenzó en la puerta de un batallón de donde él salió de permiso después de bajarse de un avión militar y sus superiores le habían dado cuarenta y ocho horas para que descansara. Me sacó la mano sin uniforme, pero por su forma de hablar y su corte de cabello me enteré que era un héroe de la patria. En su cara se veía reflejada la rudeza de la guerra.
– Quiubo mi hermano, ¿conoce un buen restaurante donde vendan pescado? Estoy cansado de comer mal y hoy me quiero dar gusto.
– Claro lanza, le tengo el sitio ¿anda de permiso o qué?
– Sí, tengo que aprovechar el tiempo para estar en la civil porque el monte me va a enloquecer.
– No se preocupe, en diez minutos lo tengo comiendo una buena sierra frita con patacón, arroz de coco y jugo de borojó para que después se desquité con la novia.
– No hermano, en este trabajo no hay novia que aguante, no hay tiempo para dedicar. Además las viejas se preocupan por uno y yo no quiero dejar viudas. Mi mamá me cuida los niños que mi ex abandonó. Es la hora en que yo no sé dónde carajos anda esa pelada.
Después de ver su cara de amargura decidí cambiarle de tema porque lo noté incómodo. Le quería hacer ameno el trayecto y me esforzaba para que sonriera y cambiara esa cara de sufrimiento que tenía.
– Bueno y usted que pertenece al ejército, ¿qué opina? ¿Sí firmamos la paz este año? Porque ya llevan dos años en esa mamadera de gallo y nada.
Con voz aún más firme me respondió:
– Noooo hermano, eso es mejor que ustedes los civiles no sueñen con eso, la paz puede que se firme porque este presidente ya se metió de cabeza en eso, bajándose los pantalones de una forma descarada.
Su respuesta me dejó pensativo y cuando me disponía a preguntarle me interrumpió de nuevo.
– Venga le cuento; en el monte hay una generación de guerrilleros de más o menos veinticinco a cuarenta años a los que les importa un pepino lo que se está negociando en La Habana.
– ¿Pero no se supone que los que están en Cuba son los máximos jefes de esa guerrilla y que los de aquí tendrían que seguir los lineamientos que se dan en la isla?
– Los que están en La Habana están haciendo política, negociando los beneficios personales que les va a dar el presidente y aparentando que tienen mando sobre la tropa. Pero la realidad es otra, ¿O usted cree que un jefe de cuadrilla va a dejar un negocio de dos mil millones de pesos que le deja el negocio del narcotráfico para venirse a hacer un cursito en el Sena y ponerse un sueldo de millón ochocientos mensual?
Ya habíamos llegado al destino que me había pedido y la charla con mi pasajero estaba demasiado interesante, entonces me atreví a preguntarle.
– Oiga hermano, yo tampoco he almorzado ¿le importa si lo acompaño y me sigue contando sus opiniones?
– ¡Claro! Eso es precisamente lo que necesito, que me escuchen. De paso cuando terminemos me lleva a un centro comercial por acá cerca que quiero comprarme algo de ropa nueva.
Parqueamos el taxi y entramos al establecimiento que yo había escogido. Nos atendió una morena bonita, grande y de dientes perfectos que parecían perlas. Hicimos el pedido y cuando la mesera se retiró, él volteó la cabeza para mirarle el trasero a la muchacha. Era una señal inequívoca de la abstinencia que padecía el soldado Gutiérrez.
Mientras degustábamos el almuerzo retomamos el tema. Me parecía muy sensato lo que este hombre decía y cada vez estaba más de acuerdo con él.
– ¿Entonces usted cree que se va a firmar una paz falsa?, le pregunté.
– La guerrilla como organización insurgente desaparecerá y mutará en un partido político; cosa demasiado peligrosa para este país pues podemos engranar en el socialismo que actualmente gobierna en casi todos los países de Latinoamérica.
Para ser un soldado profesional con tan sólo un bachillerato, este muchacho hablaba con mucha propiedad y conocimiento de causa. Tal vez era porque le había tocado vivir en la parte rural durante mucho tiempo y tenía una visión un poco más cercana a la realidad de la guerra que vive este país. Mientras yo pensaba eso habló de nuevo y me dijo:
– Mire hermano, los guerrilleros “peces gordos” que están en Cuba se quedarán con un buen billete, mientras la tropa que está en el monte se convertirá en un especie de “Farcrim”. Hay unos que no entienden por las buenas y no les importa ninguna clase de paz. Hay malos seres humanos que lo único que saben es robar al prójimo, secuestrar, matar; pa’ no hacerle largo el cuento; les gusta ganársela fácil y no honradamente como lo hacemos usted o yo.
Ya en ese momento yo no musitaba palabra y la conversación tenía solo un dueño; igual quién sabe cuanto tiempo llevaba en el monte y era justo dejar que mi pasajero se desahogara.
– Nosotros sabemos en dónde está la guerrilla, pero nos tienen prohibido atacarlos mientras se desarrollen los diálogos en Cuba. Así que siento decepcionarlo pero en este país solo habrá paz cuando se acabe el narcotráfico y eso solo se soluciona cuando legalicen eso y se abarate el precio de la cocaína para que deje de ser rentable; y eso en la práctica va a estar bien difícil.
Salimos del restaurante y de camino al centro comercial hablamos de otros temas, pero la verdad yo seguí pensando en sus palabras sobre el tema del proceso de paz. Es el futuro de mi país y me importa.
Gran personaje el que recogí ese día, sin pensarlo hice el trabajo de periodista y tenía que compartir la información que me dio.
Ojalá el soldado Gutiérrez siga luchando en las montañas de Colombia y ojalá esté vivo; es una persona muy valiosa para esta nación.
Sr. Hugo me encanta leer sus historias. Por favor siga escribiendo.
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