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Uno se encuentra en algunos barrios populares geografías del poder que se heredan de facto, por mera casualidad o persecución de una identidad social. A menudo se escucha “esta cuadra es nuestra”, como también se puede llegar a escuchar “(…) los de aquí no pasan para allá y los de allá no pueden pasar por acá”. Algo que a los ojos de cualquiera puede parecer la justificación más absurda pero al interior del barrio encuentra toda la relevancia y sentido de acuerdo con lo que ellos denominan “realidad territorial”; mediante una división violenta del territorio. Pat jess y Doreen Massey, dos académicas y geógrafas que se dedicaron a estudiar asuntos sobre el territorio, población e identidad, señalaban por ejemplo que es la propia gente la que hace los lugares, pero no siempre en las circunstancias que las personas pudieran elegir. Esto puede explicar en buena parte cómo las ciudades se han desarrollado urbanisticamente en las últimas décadas con condiciones para generar economías de escala y aglomeración.

La constelación de factores que hacen que un barrio sea violento a veces escapa del entendimiento de aquellos que no viven allí, incluso a veces pienso que esto puede ser una discusión que pasa por lo objetivo y subjetivo pero que se materializa una vez se viva o se ingrese en el barrio. Y, es que en el barrio pasan muchas cosas, especialmente en barrios vulnerables y deprimidos donde se transita desde relatos que capturan la extrema felicidad de familias hasta episodios violentos que llegan a naturalizarse por las diferentes condiciones socioeconómicas.

Sobre esto, recuerdo estar caminando por una calle de un barrio afectado notoriamente por la pobreza y desigualdad. En dicho recorrido me acompañaba un jóven que me explicaba cuáles eran las razones del porqué su barrio era así y al mismo tiempo las justificaciones de la presencia institucional a cuenta gotas. Recuerdo entonces ver la pared horizontal de una casa con muchos nombres pintados con aerosol y en diferentes tamaños, a lo que pregunté, ¿por qué los nombres? El jóven de golpe me responde “los nombres que ve ahí es porque los han ido matando”. Esa fachada que fungue aún como obituario resalta cómo cada espacio geográfico urbano vive y resiste a la violencia pero también lo hace a través de una identidad comunitaria. La marcación de límites espaciales dentro de un mismo territorio apela a un sentido de configuración interna de temporalidades en el marco del poder, territorio y resistencia. Es decir, en un mismo espacio territorial pueden converger múltiples territorialidades, y es precisamente a través de este escenario que las dinámicas cambian, mutan y se expanden.

De algún modo, la captura de los espacios territoriales en los barrios es producto del ejercicio del poder a través de la fuerza, representado en jóvenes que encuentran en el barrio zonas de esparcimiento pero al mismo tiempo de control, liderazgo e identidad. “Carlitos es el duro”, “Juanito es el que está mandando ahora”, “De eso no se puede hablar, el barrio está muy caliente”, por nombrar algunos ejemplos de lo que puede ocurrir en la cotidianidad.

En Colombia, sinónimos como la cuadra, la esquina, el pedazo, el punto, la zona, el parche, pueden asemejarse a un espacio del barrio que funciona como punto de encuentro, charla y esparcimiento que en algunos casos se puede tornar como centro de control y operación. Es en la cuadra, también donde se establecen los limites y aparece el ascenso social otorgado rápidamente por actores en el contexto del ciclo de violencia o la carrera criminal. De golpe, aunque suene paradójico, en algunos barrios se viven confinamientos urbanos a plena luz del día. Recuerdo otro caso, de unas madres cabezas de hogar, al explicarme que por causa de los enfrentamientos entre bandas dentro de su propio barrio no podían acceder al comedor comunitario y alimentar a sus hijos.

Más allá de la violencia que se ve y la que no se ve también, hay cientos de jóvenes y sus familias siendo afectados en su desarrollo personal y humano, además de frenar un potencial proyecto de vida. Jóvenes que no pueden acceder a la educación, niños y niñas que no pueden jugar en el parque y en ocasiones extremas no pueden salir de su propio barrio, son los efectos negativos y nocivos de la división violenta del territorio.

La tarea de transformar el barrio y desbloquear valor social gravita por el primer acto que es hacer presencia de manera conjunta resolviendo y mitigando riesgos. Mucho se ha discutido sobre esto, especialmente sobre qué es lo qué funciona y qué no en aquellos territorios dentro de las ciudades que siguen resistiendo a la violencia. En el país, ciudades principales e intermedias vienen haciendo trabajos interesantes que han dado resultado en la interrupción y prevención de la violencia focalizando la oferta socioeconómica con población juvenil. Actores relevantes como organizaciones de base, entidades territoriales, fuerza pública, oenegés, sector privado y cooperación internacional pueden hacerlo de la mano y generar un impacto de alto nivel generando bienestar y oportunidades.

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