El escritor portugués Afonso Cruz es el autor de este libro, cuya edición de Tragaluz es realmente fascinante. Por sus dibujos, el color de su portada, el tamaño de su letra y su distribución parece un libro infantil, pero dentro encierra una historia conmovedora, llena de dolor, de verdades. Una obra que refleja lo peor y lo mejor de la humanidad.
Debo confesar que no sé mucho de literatura portuguesa. A excepción de Saramago y Pessoa son pocos o ninguno los autores de esta nacionalidad que había leído o que conocía. Gracias a la anterior versión de la Feria del Libro, en la que Portugal era el país invitado, pude acercarme más a los escritores lusos, y afortunadamente pude conocer a Cruz, cuyo libro disfruté mucho.
Es una novela corta, 138 páginas en esta edición, pero profunda y demoledora. Está basada en una historia real, que ocurrió en la casa de los abuelos del escritor, y el autor mezcla algunos detalles históricos: cuadros, escenas, personajes, con mucho de ficción e imaginación.
El protagonista es un pintor eslovaco de nombre Josef Sors (en la novela, en la vida real era Ivan), el libro nos cuenta su historia, desde que nació hasta sus días debajo del lavaplatos familiar. Transcurre desde principios del siglo XX hasta mediados de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto armado es uno de los protagonistas silenciosos que va marcando la historia del protagonista y de los personajes que lo rodean.
La descripción de los padres de Josef es fascinante, una mujer sumisa y pequeña que solo quiere mantener una rutina en su vida que para ella es sinónimo de felicidad, y su padre, un hombre alto, burdo, incapaz de callar lo que siente, ve, y escucha. Cualidad que lo identifica y que marca de manera trágica su vida.
El principio que rige la vida del pintor es sencillo y claro: lo recto es bueno y el camino a seguir, las curvas son ramas que se extienden en la vida para complicarla y desviar a la persona de su destino.
La historia comienza muy acorde con la presentación y los dibujos, son capítulos muy cortos colmados de dulzura y de detalles que generan una sonrisa y una sensación de relajación en el lector. De esta primera parte, llamada el libro de los ojos encendidos, quiero resaltar unas definiciones sobre conceptos básicos y cotidianos que son maravillosos.
Como justificación de este libro, Cruz escribe esto en la introducción: «Gran parte del éxito de lo que hacemos, de lo que masticamos, depende sobre todo de lo que no se ve. De las raíces. Es por eso que estoy contando esta historia. Porque son las cosas que están dentro de nosotros y que nadie nota cuando nos mira. Tenemos un paisaje muy grande que no se ve, a menos que nos volvamos hacia adentro y mostremos aquello de lo que nos acordamos».
Y esto relata cuando Sors se enamora: «La pasión es el sentimiento que lo contiene todo, por eso cuando un hombre se enamora, todo está dentro de él. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, que muchas veces es lo mismo».
Sobre la diferencia entre vivir y morir: «(…) porque hay personas con sed y personas que se ahogan. Así se separa la humanidad: unos cogen cosas para morir y otras para vivir».
A medida que transcurre el libro comienza a ser más sombrío, empiezan a aparecer las calamidades, los avatares de la vida que a todos nos marcan y que cambian para bien o para mal nuestro futuro: el amor, el desamor, la muerte, la venganza, el olvido…
Por ejemplo, estas líneas surgen al hablar del pasado: «Su pasado parecía haber quedado definitivamente atrás, pero el pasado nunca queda atrás. Siempre anda con nosotros. Es más, va frente a nosotros, y el futuro solo lo vemos a través de ese pasado».
O estas que hablan de la libertad: «Durante unos días Sors se quedó en un hospital psiquiátrico bellísimo. La libertad era tan grande que sintió mejoría en los ojos. Sors podía andar desnudo, insultar a quien quisiera, gritar, en fin, había descubierto la verdadera libertad. Sin convenciones sociales, sin límites, sin diplomacia».
La segunda parte del libro, pese a mantener la misma apariencia infantil en lo estético, está llena de tragedia, es lúgubre, pero a la vez llena de esperanza, de esperanza en la humanidad. De cómo, pese a todas las desventuras y a la crueldad del hombre, existen personas dispuestas a arriesgar todo por cumplir con su ideal de justicia y vida.
De esta última parte quiero destacar este fragmento en el cual habla de los gobiernos y de Dios: «Los gobiernos no saben que las personas existen, de lo altos que están. Hablan del pueblo, pero es una entidad abstracta, tal y como nosotros hablamos de Dios. Nadie, allá en lo alto del gobierno, sabe si el pueblo en realidad existe; es una cuestión de fe».
Me gustó el libro y me queda como tarea buscar algo más de la obra de Cruz, así que los invito a leerlo, estoy seguro que los sorprenderá y encantará.
No sé mucho de literatura, solo me gusta leer casi todo lo que cae en mis manos, que, curiosamente, casi siempre me pone a pensar en lo equivocado que ando en la vida.
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