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La experiencia como clientes es bien conocida, ¿Pero cómo funciona un motel por dentro?

Después de la rumba, a las dos de la mañana, Carlos y Claudia decidieron amanecer en la pieza de un motel donde los espejos fueron los juguetes de la faena. Al día siguiente pagaron y se fueron. Meses después alquilaron una película para adultos en un sitio especializado en videos de amateurs.

La sorpresa cuando descubrieron que los espléndidos actores de la cinta, digna de una producción triple X, ¡eran ellos mismos!
pescados in fraganti por cámaras colocadas en espejos de doble cara durante su más reciente incursión motelera. Ahora bien, esto nunca hubiera sucedido en el motel Motivos, autopista sur a 16 kilómetros de Medellín.

COLUMPIO.jpg
Fotos: Juan Fernando Ospina

La bolsa roja en la canastilla de la basura

Me detengo en la entrada del Motel, estiro el cuello por la ventanilla del carro y hablo con el altoparlante empotrado en la columna. Esperar a la entrada de un motel causa ansiedad y a veces pánico. Nunca será un evento cualquiera a menos que vengas a trabajar. Digo que me esperan en las oficinas y me abren las puertas metálicas.

Ahora estoy sentado en una sala con poltronas blancas y florero amarillo. Me recibe Alejandra Galindo, administradora del motel y encargada de darme un recorrido. La idea es mostrarme el funcionamiento del negocio. Comenzamos en La Recepción, que no es un hall con azafata sonriente detrás de la barra sino un mini mercado con estanterías atiborradas de productos del bar, atendido por una señora con gorro hospitalario, delantal rojo y chanclas. Desde la recepción se despacha lo que pide el cliente por teléfono cuando está encerrado en la piñata.

“Nunca vemos su rostro –dice Alejandra–, son anónimos, lo reconocemos por el número de la cabaña o las placas del carro”. En el escritorio de la recepción hay dos paneles de control: botones rojos y bombillos diminutos. Uno para las puertas de los garajes y otro para los jacuzzi. Los pedidos pueden variar desde un jugo en agua y el encendido y apagado del baño turco, hasta el pago del servicio y el permiso de salida. Esta señora con gorro es la responsable de aquella cruel llamada que por obligación termina con “…pero si desea puede pagar una hora extra.”

En una encuesta rápida entre amigos y conocidos quedó claro lo malo de los moteles costosos:
“la cursilería y los pétalos de rosa”.
“La mayoría queda lejos y si dan ganas porque hay traguitos no se puede manejar y en taxi sale carísimo”.
“Las bolsas rojas de las canastillas de la basura”.
“Hacer fila”.

En los baratos no gusta:
“El rollo de papel higiénico a medio usar en la mesa de noche y la señora en chanclas que golpea la puerta cuando se pasa el tiempo”.
Lo bueno:
“la clandestinidad”.
“Uno sabe a lo que va”.
“Se puede gritar y mejor si la nena vecina también grita”.
“No se recoge el reguero”.
“Los espejos”.
“Los condones por si se le olvidaron”.
“Tocar todo, abrir cajones, puertas, prender y apagar, preguntar cómo funciona”.
“El streaptease ayudado por el juego de luces”.
“Las chanclas desechables”.

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Moteliar los martes en la tarde

Ahora estamos al frente de una cama doble impecable y recuerdo la gozosa sensación de encierro en un motel. Pero esto es más inquietante acompañado por Alejandra. A un lado de la cama está la Silla del Amor: una araña con patas metálicas y cojines negros para las parejas que se entretienen calculando ángulos y funciones trigonométricas. El valor es de $70.300 y la hora adicional por $13.100, siendo una de las 48 cabañas de menor costo. En el catálogo se precisa: “el servicio es por seis horas”. Me agacho y compruebo un pálpito: el colchón está apoyado sobre vigas de concreto. Claro: en los moteles no hay cama convencional que resista. Le voy a sugerir a la vecina del tercer piso que cambie la madera y las tuercas por el cemento y las vigas de hierro. Así todos estaremos más tranquilos.

En Motivos nunca se venderá una goma de mascar, por cuestiones de aseo en las paredes, pisos y sábanas. Pero si quiere frescura encontrará confites Halls. La sensación mentolada en la boca es considerada un juguete para el sexo oral. Quien lo recibe sentirá la frescura del polo Ártico. El asunto funciona igual si antes hace gárgaras con un enjuague bucal o se chupa un hielo.

Tampoco es permitido el ingreso a menores de edad o la entrada a una sola persona. ¿Y si un cliente quiere esperar a su pareja en la cabaña? Igual, no se permite. ¿Y por qué? Ahora vamos por otra habitación.

Además de las 48 sencillas –todas ellas con baño turco y jacuzzi–, el motel cuenta con 21 cabañas especiales, tres suites, dos dobles para cuatro personas y una super-especial, para un total de 75 cabañas que no dan abasto durante el día del amor y amistad. Otro mito de motel dice que el horario más vendido en semana es de doce a dos, cuando los empleados almuerzan y tienen excusa para no contestar el celular. Pero no es así. La mayor ocupación durante los fines de semana demuestra que el sexo es una actividad para el tiempo libre. Alfredo, un amigo putañero, tiene razón: “es un lujo moteliar los martes en la tarde”.
 

Compromiso con mariachi

Cuando Mariana entró a la suite con Manuel, lo primero que vio en la cama blanca fue un cojín rojo en forma de corazón y los anillos brillantes de compromiso. Se llevó las manos a la boca abierta, sin saber qué hacer, y un segundo más tarde entró un mariachi cantando “qué bonitos ojos tienes”. Los sombrerones con pistolas y guitarras cantaban “Malagueña salerosa” mientras miraban por el rabillo del ojo el jacuzzi y la Silla del Amor y Mariana se cogía las manos y sonreía con pudor.

Está comprobado que las mujeres son más atentas. De cada diez reservas, ocho son pagadas por ellas, “aclarando que cuando es un hombre la cosa es más especial — dice Alejandra–, como el día del mariachi”. Carraspeo. En las reservas se pueden adicionar los kits con pétalos rojos. Motivos de Pasión está compuesto por botella de champaña y canasta de frutas. Motivos de Placer cuesta $78.000 y contiene además una torta para dos y la vela para la ocasión. Motivos de Amor viene con candelabro, tabla de jamón y queso y ramo de rosas. Los tres kits incluyen bombas decorativas y guirnaldas. También puede incluir al mago Fernandini o contratar a Fosforito para que le cuente unos chistecitos antes de partir la torta. No es una exageración, la piñata puede incluir el columpio, como los quinceaños: la cabaña 8C está equipada con el Loft Swing: el remedo de un potro medieval en un calabozo de tortura. Estoy por decirle a Alejandra que se monte al columpio a ver cómo funciona. Pero lo mejor es que lo ensaye yo mismo y ahora me balanceo en esta cosa negra, agarrado como un niño con las dos manos. En otras circunstancias esto debe ser muy divertido.

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Fiesta swinger

Al frente está la piscina fresca y azul. A un lado la sala de verano, el tubo plateado de stripper, el equipo de sonido, copas de aguardiente limpias y una barra de mármol con sillas metálicas. Esto es una finca de recreo. En el segundo piso está el baño turco forrado en madera y dos alcobas. Cada una con su jacuzzi y su baño. Otro mito de motel dice que son sucios, pero eso depende de cuánto pague. El precio está en directa proporción con la limpieza.

La ventaja competitiva del motel es su infraestructura. No es fácil encontrar en Medellín quién atienda las más concurridas fiestas swinger. Y me sigue contando: “siete personas se quedaron una semana acá metidos y cada noche rumbeaban con disc-jockey”.

Mientras Alejandra soluciona problemas administrativos por su Motorola, rodeo la cama y me voy a las mesitas de noche: Acá está la carta del restaurante: Roast Beef para tres personas: un lomo entero de solomito marinado, terminado a las brasas, por $76.900. Brownie con helado: $8.900. Jugo en agua: $3.500. Chorizo antioqueño a la brasa con limón y arepa: $6.900. La comelona en un motel es brutal.

En la encuesta con amigos también me dijeron las preguntas más repetidas en un motel:
“¿Ese espejo del techo no tiene cámaras?”
“¿Nos bañamos o nos vamos así?”
“¿Cuánto con jacuzzi?… ¿Y sencilla?… Está bien, dame la sencilla”.
“¿Aló? ¿Sí?… No te escucho”
“¿Vas a subir la foto a Internet?”
“¿Las sábanas estarán limpias?”
“¿Huele raro, no?”
“¿Amor me esperas?… Es que estoy en una reunión”.
“Aún nos quedan diez minutos… ¿Un rapidín?”
“Mi amor qué bueno estuvo… ¿Lo puedo twittear?”
“¿Y esto para qué se usa?”
“¿Y esta botellita de agua la cobran?”
“¿Van a desocupar o se quedan otra hora?”
“¿Qué tal si hacemos lo mismo del tv?”
“¿Trajiste plata?”
“¿Así o de ladito?”
“¿Dónde aprendiste eso?”
“¿Cuando regresa tu marido?”
“¿Que levante la pierna?”

Ahora voy a la otra mesa de noche. Manual del Kamasutra: un inventario con veintitrés gráficos y descripciones. La mochila, la sorpresa, la marquesa y la libélula son algunas de las alternativas del catálogo que el cliente puede llevarse.

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La escena del crimen

Detrás de bambalinas un motel es como un hospital. Cuatro puentes militares unen la red de pasillos. En el motel trabajan 35 personas entre supervisores, camareras, porteros, y personal de mantenimiento y lavandería.

Durante este recorrido nos acompaña Nicolás Rodríguez, jefe de mantenimiento que me explica cómo funciona el certificado de sanidad para las piscinas. Nicolás, como todo el personal, con radio en mano parece un miliciano de barrio.

No fue fácil que me dejaran entrar a una cabaña recién dejada. Sábanas corridas, olor a eucalipto, una lata de Smirnoff, dos sobres de condones. Es como entrar a la escena del crimen. Mariela Gómez es la camarera con guantes, tapabocas y gorro quirúrgico encargada de esta cabaña. Está armada con balde, desinfectantes, trapera y trapos. No quiero preguntarle si por casualidad encontró los condones usados. Me confiesa que una vez tuvo que botar un cilindro de madera, un dispensador de pimienta, como los usados en las pizzerías.

Otro mito dice que lo más cochino es coger un control remoto de un motel. En Motivos este mito no es cierto: dentro del procedimiento del aseo sencillo se pide “limpieza de interruptores y control del tv”. Ahora, no sé cómo funciona el mito con las cartas del restaurante.
 
Volver como anónimo

Llegamos a la lavandería: dos lavadoras, una con capacidad de 60 y otra de 45 libras, para lavar todo lo que dejan los clientes con detergente, suavizante y desmanchador. Hay tres secadoras de 30 libras y una persona para cada uno de los tres turnos.

Ahora estamos en la cabaña doble para cuatro personas dotada con todos los juguetes, más la Silla Kamasutra: un sofá ergonómico y más popular que la araña de Silla del Amor. Me asomo a la nevera: dos botellas de agua, dos botellas de aguardiente: tapa azul y tapa roja, una botella de ron, dos Gatorade, un Red bull, tres jugos en caja, tres cervezas Pilsen, cuatro latas de cerveza Redd’s, una Ponymalta. Al lado, en el cajón hay una chocolatina Milky Way, papitas de limón, platanitos y salchichas en tarrito Zenú: una lonchera de colegio.

Lo que más usan los clientes: el gorro de baño. Lo que nunca se llevan: el jabón chiquito. También hay dos condones marca Vitalis, anillo vibrador por $12.000, retardante, lubricante, lengua vibradora por $24.000, huevito para las mujeres: el producto más popular, se llegan a vender cincuenta en un fin de semana. Cada estuche tiene sus instrucciones porque no falta quien incluya en la lubricación íntima una espuma para la bañera.

Con 25 años en el mercado Motivos es un clásico en la ciudad. Se me ocurre un eslogan publicitario: “Quien no conoce el motel Motivos no conoce a Medellín”. Carajo. Mejor seguir como reportero.

¿Los oye gritar? Alejandra habla por el Motorola.
¿Qué es lo más feo que se ha encontrado durante el aseo?
¿Cómo controla las peleas?
¿Es verdad el mito de encontrarse con un conocido en un motel?
La administradora me mira con los ojos iluminados pero no me quiere contestar.
¿Por qué se han demorado hasta diez horas en un solo aseo?
Lo mejor es que dejemos así la visita y Alejandra me acompaña a las oficinas.

Luego de meterme por las entrañas del motel, tengo dos seguridades: en Motivos no hay cámaras detrás de los espejos. Y tengo que volver, pero como un anónimo.
 

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