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En el continuo enfrentamiento entre escuelas literarias, entre libros y autores, siempre se pueden encontrar riñas interesantes y coloridas. Las peleas también son para los intelectuales. A veces son peleas a golpe limpio como la de cualquiera- como el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez – pero la mayoría de las ocasiones se trata de golpes con lo que mejor saben usar, las palabras. Dentro de ese ramillete de palazos y maldiciones hablaremos del entretenimiento y lo que llamaremos la línea dura.

Para ejemplificar, recordaremos la discusión entre Arturo Pérez-Reverte y Roberto Bolaño, entretenimiento vs línea dura. En el primer round Pérez-Reverte dijo del chileno era “increíblemente avinagrado y aburrido”. Y Bolaño opinaba sobre el primero, de forma despectiva, que era un escritor de novelas de aventuras que se venden muy bien. A Roberto Bolaño no le interesaba ser legible, ni tradicional, y al contrario buscaba una exploración en la forma, en la estructura, intentar nuevas maneras para contar historias. A Pérez-Reverte, en sus novelas, le interesa atrapar al lector y seducirlo, crear personajes con los que el lector pueda identificarse y, en general, seguir una narrativa clásica. Bolaño, por su parte, es la antítesis, está diametralmente opuesto a esa poética, intentando romper esos mecanismos narrativos.

La literatura de entretenimiento no tiene que ser de mala calidad. Y, aun así, es comercial, popular, se dirige al gran público. En este punto es inevitable comentar el caso de Mario Mendoza quien, llega a vender 10 mil ejemplares de un libro (una cifra interesante: alta para nuestra cultura lectora, pero baja si se la compara con otros autores y otros países). Como sea, Mendoza vende muy bien, así sea leído por gente que supuestamente no lee.

Dejando de lado el contraste comercial, donde es evidente que el entretenimiento es masivo y la línea dura marginal, por no decir académica, ocupémonos de nombrar algunas de sus otras características. Vamos a ver cómo nos va con esta catalogación arbitraria y caprichosa. Eso tampoco importa: al fin y al cabo, las listas y tops obedecen a un gusto parcial, casi maniaco, muchas veces injusto, otras indebido y siempre inofensivo, sobre todo cuando se habla de literatura.

Imaginemos varios combates de boxeo, digamos, entre Bolaño y Carlos Ruiz Zafón, la línea dura contra el entretenimiento, de Fernando Vallejo versus Stieg Larsson. Autores disímiles e intenciones muy distintas. Pero precisamente esa diferencia puede ayudar en la caracterización. La línea dura intenta una exploración en la forma literaria y hace una apuesta por la novedad. Mientras que el entretenimiento se mantiene en lo legible y se asegura en las formas clásicas.

Para empezar, podríamos decir que la literatura del entretenimiento logra despertar la empatía del lector por el protagonista y la antipatía por el antagonista. Las sagas de Carlos Ruiz Zafón y Stieg Larsson son un buen ejemplo de esta tendencia. Por otro lado, Plata quemada, de Ricardo Piglia, no genera empatía por los personajes, al lector le es indiferente si los protagonistas logran sus objetivos, pues el lector no sufre ni se alegra con los ladrones.

La literatura de la línea dura celebra la vanguardia, el juego, la improvisación, la experimentación, la polifonía, el malabarismo lingüístico, el reto intelectual, la búsqueda de nuevas estructuras: romper con lo establecido. En cambio, en el entretenimiento se apela a la forma clásica de inicio, desarrollo y desenlace, la descripción detallada de atmósferas, el desarrollo de varios personajes y se valora la adjetivación colorida, como ese adjetivo que acabo de ponerle a la adjetivación.

Por lo anterior, estas poéticas son antagonistas. La vanguardia pretende desmontar las formas clásicas, las formas del entretenimiento, que se defiende y manda sus dentelladas sobre todo porque vende mucho.

A la línea dura le gusta el anticlímax, al entretenimiento no. En efecto, la línea dura no se escribe en función del final de la historia, pero el entretenimiento se diseña para preparar un final inesperado, sorpresivo y emocionalmente eficaz. Además, se rige por los géneros narrativos y ello significa que el lector se predispone, es decir, se sienta a leer sabiendo que se entregará a un drama, o a una comedia, a un policial, un romance. Cuando una novela se puede catalogar por un género es como si el libro dijera una promesa: “te aseguro que te vas a poner a llorar” o “te reirás” o “te divertirás” o “la leerás de un tirón”. El entretenimiento hace una promesa en la venta. La promesa de la línea dura es una indeterminación, una vacilación, una perplejidad, un titubeo, entre otras razones porque no siente la presión del clímax narrativo, de un final inesperado, de ese mecanismo tan propio de la literatura de entretenimiento.

Claro, luego viene la pregunta: ¿Qué es un clímax narrativo? La respuesta no es tan obvia, no crea. Como todas las preguntas, vamos a dejar esta en la lista de las promesas. La línea dura no tiene un fuerte interés por cerrar la historia con un final de muerte. Cortázar, por ejemplo, comenzaba a escribir un cuento sin saber cómo iba a terminarlo. El final sorpresivo no le interesa, ya se dijo; incluso, Bolaño buscaba el anticlímax. En esta línea están Antonio Ungar, Juan Villoro, Enrique Vila Matas. El caso de García Márquez es muy interesante porque parece que estuviera en ambos lados.

Ahora bien, la diferencia no se zanja tan fácil si se recuerda que, por ejemplo, los clásicos como Dumas y sus mosqueteros, las aventuras de Verne, Víctor Hugo, Salgari, Stevenson, Dickens, Poe, London, también despiertan la empatía por el protagonista y, sin embargo, no solo son novelas de entretenimiento, por algo han pasado el examen del tiempo. En efecto, no solo se encuentran diferencias entre estas dos vertientes literarias, también hay romances entre ambas, incluso casamientos. No importa, vamos directo al fango, al pantano sin miedo.

En la literatura de entretenimiento se privilegia la historia y no el lenguaje, el drama y no la forma. Tiene personajes, protagonistas y antagonistas. Y acá habría que entrar en detalle. ¿Qué significa que haya personajes? ¿Qué quiere decirse cuando se habla de un antagonista? En el entretenimiento hay peripecias y aventuras, misterio, intriga y suspenso. Y todos sabemos que estas tres características son bien diferentes: no es lo mismo una intriga que un misterio, ni el suspenso es lo mismo que la intriga. Por eso las críticas que dicen cosas al estilo de “es una novela de intriga y suspenso” dan hasta ganas de llorar.

Ray Loriga, por ejemplo, es un escritor de la línea dura: no desarrolla varios personajes, pero su novela Tokio ya no nos quiere es muy buena, buena ¿por qué? Por sus aforismos e imágenes contundentes.

-Y qué pesar de Ray Loriga: después fue un pésimo escritor-.

Una de las cosas que más fascina es el poder de adicción de la literatura de entretenimiento. El lector se siente seducido y no quiere soltar el libro, quiere saber más, devorar las páginas, saber qué va a pasar. Es una gran virtud que tienen estos libros, el encoñamiento o envergamiento: términos técnicos de tesis doctorales muy serias, encoñamiento o envergamiento.

La lista de diferencias la podemos seguir alargando, pero terminemos con un punto arbitrario, un pálpito más arbitrario que los anteriores, arbitrario y amañado y, sin embargo, probable. Están los escritores RobertoBolaño y los escritores CarlosRuizZafón. Los primeros leen mucho y escriben poco. Los segundos casi no leen, pero escriben mucho. Los escritores CarlosRuizZafón tienen la obligación de sostener la tensión y, por lo mismo, editan como locos. Los otros no tienen que sostener la tensión, no editan la estructura, editan… a ver, la verdad no sé qué. Unos trasnochan leyendo; otros trasnochan editando. En fin: no creo que una literatura sea mejor que otra. Pero sí que hay diferencias en su intención: entretener o desconcertar, en mi entender ahí está la clave.

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